Aunque suene al cuento de “ahí viene el lobo”, es necesario advertir que la estrategia de las fuerzas hegemónicas del capitalismo global parece encaminada a que en 2018 intentarán, sea como sea, derrocar al gobierno de Venezuela.
Cualquiera podrá decir que esa ha sido siempre su intención, y tendrá razón quien lo diga. Pero hay numerosos indicios de que se están precipitando los planes más radicales. Tras muchos ensayos de implantación del “golpe suave” y las “revoluciones de colores”, parecen haber decidido asumir la del golpe duro y la contrarrevolución a la vieja usanza, con militares gorilas -si consiguen reclutarlos para esa causa- o con invasión militar y paramilitar multinacional. La forma como se han alineado las acciones y las declaraciones de los personajes de esta estrategia (fundamentales y secundarios) da señales muy claras.
Tillerson en gira
Si se hace una revisión de los últimos días está claro que se debe comenzar por el abierto llamado hecho por el secretario de Estado, Rex Tillerson, a oficiales de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana para que se subleven contra el presidente Nicolás Maduro. En el inicio de su gira por los países latinoamericanos más cercanos a su plan (México, Colombia, Perú y Argentina), el jefe de la diplomacia estadounidense se permitió incluso –en tono de perdonavidas– ofrecer una especie de “salida” para el mandatario venezolano: el exilio en Cuba.
Durante la gira en sí de este agente nada encubierto de la ExxonMobil, los actores secundarios de esta obra (Enrique Peña Nieto, Juan Manuel Santos, Pedro Pablo Kuczynski, Mauricio Macri) se encargaron de demostrar, en diversos grados, que serán solidarios con la jugada, cuando Washington resuelva realizarla. Es lo natural: si se planea un derrocamiento imperialista clásico, la derecha recalcitrante del hemisferio cooperará abiertamente o, en el mejor de los casos, mirará para otro lado. Es lo que siempre ha hecho.
Especialmente obsecuente y de alto riesgo, por obvias razones de vecindad, han sido los dichos y los hechos de Santos, al parecer plenamente decidido a participar en una eventual intervención contra Venezuela, para congraciarse aún más con el imperio y para obtener provecho particular en ese escenario. Sus palabras, apropiadas para incorporarse a una antología del servilismo, han sido acompañadas de acciones concretas en el plano militar. Los expertos en la dinámica de la guerra advierten que Santos luce como el más fuerte candidato a promover las operaciones de bandera falsa que permitan detonar y legitimar la ofensiva injerencista en su fase cruenta. La presencia en Bogotá del almirante Kurt W. Tidd, jefe del Comando Sur de EEUU no parece un hecho nada casual.
El magnicidio nivel de tuit
Otro punto clave de esta estrategia lo marca la declaración vía redes sociales del senador republicano ultraderechista Marco Rubio. Este personaje, con lazos políticos muy definidos con la oposición venezolana, ha propuesto sin el menor disimulo ya no solo un golpe militar, sino el asesinato del presidente Nicolás Maduro.
Los defensores de la “libertad de expresión” afirman que Rubio está en su derecho a decir lo que piensa. Pero es evidente que no se trata del punto de vista de un ciudadano en el bar de la esquina o de una de tantas barbaridades que se dicen a diario en Twitter, sino de una pieza más de la campaña destinada al mismo tiempo a instigar y a legitimar cualquier acción criminal que se cometa contra el gobierno de Venezuela, incluso la del magnicidio.
No es la primera vez que políticos de alto nivel en EEUU se dedican estimular un posible atentado de esta naturaleza, y a relativizar su significado. En la historia reciente hay varios de estos episodios en los que, invariablemente, los planes de asesinato se han perpetrado impunemente.
Encargado ¿de negocios o de intromisiones?
Un detalle más en la lista de señales de que el plan violento se ha precipitado ocurrió aquí mismo, en Caracas: el encargado de negocios de EEUU en Venezuela, Todd Robinson (quien desempeña el cargo equivalente a embajador, dado el precario estado de las relaciones bilaterales), habló ante un grupo de venezolanos, opinó con total desparpajo sobre una serie de asuntos internos, incluyendo el llamado a elecciones, y ofreció “ayuda” para cambiar el gobierno. La grabación de esas palabras ha trascendido a la opinión pública, algo que casi con toda seguridad se hizo adrede, en una demostración más de que la intención de dar el zarpazo es ya abierta y clara.
A estas señales deben sumarse las nuevas sanciones dispuestas por la Unión Europea, que actúa en este caso (y en otros muchos) como una obediente coral de EEUU, el anuncio de iniciar una investigación sobre presuntos delitos de lesa humanidad en la Corte Penal Internacional, y la propuesta del secretario general de la ONU, António Guterres, de llevar la reclamación del territorio Esequibo a la Corte Internacional de Justicia, que se dio a conocer justo cuando Tillerson iniciaba su gira antivenezolana.
Todos estos síntomas indican que el plan imperial se despeña hacia la violencia, con la complicidad activa o pasiva de una oposición local desarticulada y sin rumbo. Las indicaciones de que “viene el lobo” son hoy sumamente claras.