“El General Sucre es el Padre de Ayacucho, es el redentor de los hijos del Sol, es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco Cápac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada”, Simón Bolívar
El 7 de agosto de 2022, cuando el presidente Gustavo Petro hizo honores a la espada de Bolívar, todo el público presente e invitados internacionales se pusieron de pie menos el rey Borbón de España. Mientras tragaba grueso, Felipe VI pensaba en Santander, Obando, Sarría y Erazo, bases del uribismo.
Sucre: hombre de paz y genio militar
Los tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra, o tratados de Trujillo, son dos acuerdos redactados por Antonio José de Sucre y firmados por el presidente de la República de Colombia, Simón Bolívar, y el representante del rey Fernando VII, Pablo Morillo, los días 25 y 26 de noviembre de 1820; en pleno auge de la guerra independentista en Nuestra América. Ambos acuerdos consagran unos mínimos humanitarios en un conflicto bélico; y la trascendencia fuera de nuestras fronteras de los mismos marcaron la pauta en el corpus del Derecho Internacional Humanitario en la actualidad.
Sucre, haciendo alarde de su habilidad diplomática al negociar; en compañía de Pedro Briceño Méndez, y José Gabriel Pérez con los comisionados realistas; propuso unas condiciones que respetaban la dignidad humana. Era tan magnánimo el contenido de este documento bicentenario que el Libertador afirmó: “Este Tratado es digno del alma del General Sucre: la benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron; él será eterno como el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra; él será eterno como el nombre del vencedor de Ayacucho”.
Antonio José de Sucre es uno de los más grandes genios militares de la historia de la humanidad. A los 22 años era general de brigada, a los 24 General de división, y a los 29 Gran Mariscal. Participó en 37 encuentros de guerra: 12 batallas, 18 combates y 7 sitios; 22 en Venezuela, 6 en Ecuador, 5 en la Nueva Granada, y 4 en Perú. El 6 de agosto de 1825, creó Bolivia, y en agosto de 1828 renunció a su Presidencia vitalicia. Los 28 mil pesos que le donó el Congreso de Bolivia, los repartió entre los pobres, los huérfanos y las viudas de la victoria de Ayacucho.
El asesinato
El 18 de abril de 1828, Sucre es herido en un motín en Chuquisaca. Sobre esto dice Simón Rodríguez: “El vencedor de Ayacucho, y fundador del orden en Bolivia, salió gravemente herido de un motín que suscitaron, en sus tropas, los sujetos que más distinguió durante su gobierno en Chuquisaca. Lo pusieron preso en su cama. Los soldados que lo guardaban y los promotores del atentado lo insultaron, y, sin la menor consideración, lo expulsaron del país”.
El 4 de junio de 1830, en el sector La Jacoba, El Cabuyal, montaña de Berruecos, cerca de Pasto, actual Departamento de Nariño, es asesinado Antonio José de Sucre. Bolívar al enterarse exclamó: «Se ha derramado, Dios excelso, la sangre del inocente Abel… Lo han matado porque era mi sucesor». Un autor geopolítico: Andrew Jackson, presidente de Estados Unidos; genocida del pueblo seminola en La Florida. Dos autores intelectuales: Francisco de Paula Santander y José María Obando. Tres cómplices: José Erazo, Antonio Mariano Álvarez y Fidel Torres. Un asesino indirecto: el coronel neogranadino Juan Gregorio Sarría. Cuatro asesinos directos: los soldados reservistas peruanos Andrés Rodríguez y Juan Cuzco y el tolimense Juan Gregorio Rodríguez, empleados como peones de José Erazo; comandados por el coronel venezolano Apolinar Morillo, quien es el que dispara al pecho de Sucre. Los tres reservistas fueron envenenados a los pocos días para que no informaran los pormenores del suceso.
Presidentes asesinos
Después del desmembramiento de la República de Colombia, los autores intelectuales del magnicidio: José María Obando y Francisco de Paula Santander son premiados con la presidencia de la República de la Nueva Granada, el primero asume la máxima magistratura del 23 de noviembre de 1831 al 10 de marzo de 1832, y del 1º de abril de 1853 al 17 de abril de 1854; y el segundo lo hace entre el 10 de marzo de 1832 y el 1º de abril de 1837.
“Yo no quiero para mí poder, riqueza o victoria. Yo sacrifico mi gloria por la gloria del país. Jamás he tenido sentimientos más agradables que recordar mi infancia. Añorar la paz con la esperanza y Cumaná tierra de mi nacimiento”, Gran Marical de Ayacucho, Antonio José de Sucre
Contra el Cicerón de Colombia
El tercer presidente de la Nueva Granada es José Ignacio de Márquez (1º de abril de 1837-1º de abril de 1841). El Cicerón de Colombia, como era llamado por su elocuencia, sencillez y dignidad republicana, denunció que la libertad de comercio sumergía a los pueblos en la decadencia. Fortaleció la agricultura, la industria nacional y la educación popular: «sin la educación de las masas no hay espíritu social, ni verdadero interés por las libertades públicas, ni puede afianzarse el sistema republicano sobre bases sólidas y estables. En una palabra, es de las luces comunes y de su difusión, la prosperidad de los Estados«.
En 1839 ordenó la supresión de conventos católicos con menos de ocho religiosos con la finalidad de mejorar la educación. Esto desencadenó un levantamiento en la Sociedad Católica de Bogotá y los católicos de Pasto denominado «revolución de los conventos», donde participaron los antiguos súbditos de Fernando VII, Juan Gregorio Sarría, José Erazo y José María Obando.
La embajada yanqui
El 15 de octubre de 1829, el abogado bogotano Estanislao Vergara Sanz de Santamaría (1790-1855), hombre de confianza del Libertador, le escribe al canciller colombiano: “…hemos estado en estos días muy ocupados y aún lo estamos con los señores Harrison y Henderson [cónsul inglés], que habían formado un complot infernal contra nosotros. ¡Qué malvados tan execrables son, principalmente el primero! Él tenía meditada aquí una insurrección sangrienta en apoyo de la de Córdova [novio de una hija de Henderson], con quien ambos han estado en comunicación y cuyas empresas sabían dos meses hace. Se nos ha asegurado que un cierto Goodwin, relojero norteamericano y amigo íntimo de Harrison, era el instrumento de que éste debía valerse para asesinar al general [Rafael] Urdaneta, al Sr. Bresson [Charles de Bresson, embajador de Francia] al Sr. García del Río, a Miranda [Es Leandro, hijo del general Francisco de Miranda, miembro del círculo íntimo del Libertador], y a mí, y este anuncio nos ha venido por persona respetable. La revolución que se meditaba es efectiva e indudable; Harrison era su cabeza, y sus colaboradores Henderson, Tayloe, secretario del primero, Leidersdorf, y ese Gooding, y otros norteamericanos…”.
La grandeza de Sucre
El redactor de los tratados de Trujillo sintetiza la esencia venezolanista. Por una parte, su picardía caribe de jugador de truco, comedor de pescado y funche, con alto sentido del humor, perspicaz y exitoso en el amor; por otra su alto sentido de la generosidad, compasión, benignidad, clemencia, beneficencia y capacidad de diálogo con el adversario.
Su grandeza se refleja en la letra de este polo margariteño de su autoría: “Yo no quiero para mí poder, riqueza o victoria. Yo sacrifico mi gloria por la gloria del país. Jamás he tenido sentimientos más agradables que recordar mi infancia. Añorar la paz con la esperanza y Cumaná tierra de mi nacimiento”.
Sucre inmortal
Hoy, 4 de junio de 2024, honremos al inmortal cumanés y digamos las palabras que el Libertador Simón Bolívar le tributó en vida: “El General Sucre es el Padre de Ayacucho, es el redentor de los hijos del Sol, es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco Cápac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada”.