También este año, las calles de Venezuela resuenan, con canciones y consignas, para recordar una fecha histórica; considerada el punto de inicio del proceso bolivariano: el Caracazo, revuelta espontánea contra el costo de la vida que estalló el 27 de febrero de 1989 en Guarenas, estado Miranda. Miles de personas, esencialmente pobres de los barrios; pero también estudiantes, trabajadores, y de otros estratos sociales marginados durante la IV República; inundaron las calles para rechazar el «paquetazo»; paquete de medidas económicas neoliberales impuestas por El Fondo Monetario Internacional y aceptado por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez (CAP).
CAP militaba en Acción Democrática (AD), partido de centro-izquierda –de orientación socialdemócrata– que manejaba el poder en la IV República, alternándose con el partido COPEI de centro-derecha. Alianza definida por Washington, mediante el “Pacto de Punto Fijo”, como un pacto de «gobernabilidad democrática», firmado después de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez (1958) para excluir del poder a los comunistas y las fuerzas revolucionarias, a quienes les habría gustado «hacer como en Rusia», o sea, inflamar los Andes como Fidel y el Che la Sierra Maestra. Un pacto nacido en el contexto de la «Guerra Fría», en la lucha sin cuartel entre las fuerzas reaccionarias y el campo socialista, que se renovaría con la elección de Rómulo Betancourt. De hecho, quedó para la historia el discurso de Fidel, recibido por una multitud festiva y comprometida cuando visitó Caracas, inmediatamente después de la victoria de la Revolución en Cuba, en enero de 1959:
“¿Hasta cuándo vamos a permanecer en el letargo? ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo los latinoamericanos vamos a estar viviendo en esta atmósfera mezquina y ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? ¿Hasta cuándo vamos a ser víctimas de intereses poderosos que se ensañan con cada uno de nuestros pueblos?”
Una invitación que, en América Latina y más allá, muchos revolucionarios intentarían retomar, para construir «uno, cien, mil vietnames», según las indicaciones del Che. Y pagarían un alto precio también en Venezuela. En las «democracias camufladas» de la IV República, de hecho, aunque Venezuela había seguido siendo uno de los pocos puntos en el mapa no marcado por las dictaduras impuestas por Washington en el Cono Sur, ha sido en la patria de Bolívar que se inauguró la figura del «desaparecido», hubo tortura y prisiones secretas. Una práctica que también continuará bajo los gobiernos de Acción demócratica, el partido que gobernará más en la IV Republica, durante un total de 27 años.
El domingo 26 de febrero 1989, el gobierno de Pérez anuncia el «plan de ajuste estructural» que se aplicará, para comenzar, con un aumento en el precio de la gasolina y el transporte. El «paquete» llegó a fin de mes, cuando el dinero en el bolsillo de los trabajadores ya se acabó… Eso fue “la gota que derramó el vaso”.
En el libro-entrevista con el periodista Ramonet “Mi primera vida”, Chávez describe así el comienzo de la revuelta: “A las 6 de la mañana del lunes, en Guarenas –ciudad de la periferia de Caracas–, los primeros trabajadores que debían tomar los autobuses para llegar a la capital, no aceptan el aumento del pasaje y se rebelan. Se enfrentan a los transportistas. Ahí comienza todo. La gente dice: ¡basta! Y es la explosión, el inicio de la revuelta: ¡no al FMI!.
Los habitantes de la urbanización vecina, «Menca de Leoni» –hoy llamada 27 de Febrero–, espoleados por la exasperación social, se unen a la insurrección de los viajeros. Y así continúa el recuerdo del Comandante: “La furia popular se desata. Arden algunos autobuses. Las escasas fuerzas de policía se ven debordadas. Los disturbios se extienden como un reguero de pólvora por los cerros y zonas populares como El Valle, Catia, Antímano, Coche. Muchos almacenes y comercios son saqueados por un pueblo que tiene hambre. A primera hora de la tarde, el levantamiento se ha propagado al centro de Caracas y a varias ciudades interiores. Aquello no fue sólo un ‘Caracazo’, fue un ‘Venezolanazo’, porque la rebelión popular se extendió a todo el país «.
Luego, llega la orden de dispararle a la multitud, y la masacre: miles de muertes. Para el gobierno, serán 200 o 300. Tendríamos que esperar la victoria de Chávez en las elecciones del 6 de diciembre de 1998, la actuación en un camino marcado por la rebelión cívico-militar del 4 de febrero de 1992 y la crisis de ese sistema de poder, para que una comisión popular de investigación establezca la verdad y busque a los desaparecidos: no solo a las víctimas del Caracazo, sino también las anteriores.
Chávez recuerda el impacto que el Caracazo tuvo en algunos jóvenes oficiales, obligados a reprimir esa revuelta del hambre. Uno de ellos, le dijo que había detenido a un grupo de muchachos robando pan, de haberles permitido comerlo, pero que luego de haberlos entregado a los superiores: haberlos encontrado no muy lejos, plagados de disparos, los cuerpos botados en la calle… Dentro de las Fuerzas Armadas ese fue un punto de inflexión, un desencadenante del movimiento bolivariano que, dirigido por Chávez, construiría la revuelta del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992: los pródromos de la unión cívico-militar, eje del proceso bolivariano.
Pérez había asumido la presidencia por segunda vez, el 4 de febrero, en un evento que se definió, por el número de autoridades presentes –incluidos líderes de grandes instituciones internacionales–, como una «coronación. Durante su presidencia ocurrieron, tanto la masacre de Yumare (8 de mayo de 1986), como la de El Amparo (29 de octubre de 1988). Antes de él, había gobernado otro «adeco«, Jaime Lusinchi, quien respondía a las huelgas y manifestaciones que se repetían –debido a la creciente crisis económica–, con represión y desapariciones; en Mérida, una verdadera insurrección popular, precursora en menor escala del Caracazo, llamada «Meridazo», duró una semana.
En términos de masacres y represión, también Copei, la otra parte del poder (de derecha) de la IV República, hizo ampliamente su tarea. Bajo el gobierno de Luis Herrera Campíns, el 4 de octubre de 1982 tuvo lugar la masacre de Cantaura.
En estos años, el gobierno bolivariano repetidamente ha pedido cuentas a instituciones internacionales, como la OEA, por su silencio culpable frente a esas masacres; además de ser siempre diligente para acusar pretenciosamente a Venezuela; y por los seis años de retraso con que respondió a las víctimas del Caracazo.
La revuelta popular del 27 de febrero tuvo lugar en total contraste con el contexto internacional. El neoliberalismo estaba reconfigurando el orden económico global. En los países capitalistas, las grandes reestructuraciones económicas de los años 1980 habían destruido las luchas de los trabajadores.
En países como Italia, los movimientos revolucionarios –derrotados– pagaban con cientos de cadenas perpetuas el intento de construir una alternativa a la izquierda del entonces Partido Comunista Italiano –el más grande de Europa– que ya había reconocido a la OTAN en 1973, y que inexorablemente había comenzado a abandonar sus intereses de clase. A principios de la década de 1980 se deciden los despidos masivos –24.000 sólo en la mayor fábrica de Italia, la Fiat,– y la destrucción de las garantías sindicales.
Entretanto, en Venezuela se prepara la revancha de las clases populares, y mientras que el generoso intento del 4 de febrero trae la necesidad de superar la fragmentación de la izquierda y pone en el centro el cruce de los ideales del marxismo con los bolivarianos; en Europa se profundiza el proceso de desintegración, la destrucción de la memoria; y el “fin de las grandes ideologías».
La destrucción de los países socialistas del este, seguida al derrumbamiento del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989 (y la caída de la Unión Soviética, en diciembre de 1991), introducirá un nuevo concepto político en el análisis; la «balcanización».
Un elemento de la estrategia de «caos controlado» con que el imperialismo procede a desestabilizar fronteras, Estados y regiones, incitando conflictos internos para destruir la identidad y las naciones y, por lo tanto, confundir los cerebros; para evitar que los jóvenes de los países capitalistas sepan de qué lado situarse.
En febrero de 1989, el Frente Sandinista había perdido las elecciones en Nicaragua. El imperialismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, ayudado por el Papa polaco, imponía el lema: “No hay alternativa al capitalismo”, “There is no alternative» (TINA). De El Salvador a Nicaragua, hasta Guatemala; Estados Unidos financiaba las fuerzas más retrógradas y reaccionarias de la región en nombre del anti-comunismo.
El joven oficial Chávez pudo verlo en persona, cuando fue enviado a Guatemala para un ejercicio de tres meses. La larga dictadura del General Efraín Ríos Montt, financiada por Washington, recién reemplazada por un inestable fantoche de democracia, había dejado un rastro de más de 200.000 muertes; en una mayoría indígena.
En El Salvador, todavía había un conflicto armado que causaría 75.000 muertes y alrededor de 8.000 desaparecidos. Los gobiernos de Carter y Reagan habían proporcionado a los gobiernos militares, sus aliados en la «Guerra Fría» contra la Unión Soviética, una ayuda económica de 1 a 2 millones de dólares por día, así como equipos y entrenadores militares. Y en Nicaragua continuaban financiando a los mercenarios de la «Contra».
Sin embargo, durante la rueda de prensa de Fidel en Caracas, cuando fue invitado a la toma de posesión de CAP, el comandante cubano tuvo que responder al ataque de una periodista enviada por Washington, quien lo acusó de violar los «derechos humanos» y de ayudar a Nicaragua. Fidel reaccionó, como siempre, con una ironía brillante, oponiéndole los datos de las injerencias imperialistas.
Chávez consideró la elección de CAP para un segundo mandato, por gran mayoría, «bastante incomprensible». Tal vez, dijo, fue por la memoria positiva que, a pesar de todo, se había mantenido en las clases populares, debido a algunas medidas adoptadas por Pérez durante su primer mandato, de 1974 a 1979.
Eran los tiempos de «la Venezuela saudita», cuando el país había podido obtener ventaja de los dos primeros choques petroleros: el primero en 1973 cuando, durante la guerra israelí-árabe, en una semana el precio del barril de petróleo pasó de 3 a 18 dólares. El segundo fue determinado, en 1979, por la victoria de la «Revolución Islámica» en Irán.
Pérez, quien en 1975 fue elegido vicepresidente de la Internacional Socialista, ciertamente había nacionalizado la industria del hierro y el petróleo, creó Pdvsa, propuso el salario mínimo y aprobó una ley contra los despidos injustificados. La competencia con la URSS, obligaba a la burguesía occidental a conceder algo a las clases populares de sus países, y algunas migajas a las de los países dominados. Sin embargo, de esa gran circulación de dinero, con su esquema de prebendas y corrupción, se había beneficiado sólo un pequeño círculo de súperricos; ciertamente no esa gran parte de la población que vivía en la miseria y el hambre.
La crisis económica, política y social había estado creciendo en la década de los años Ochenta, especialmente después del «Viernes Negro», que se produjo el 18 de febrero de 1983, al final de la presidencia copeyana de Luis Herrera Campíns. Luego se determinó una devaluación brutal, una crisis financiera y económica muy grave, y la deuda pública alcanzó niveles estelares. Venezuela tuvo que declararse insolvente, acentuando aún más su carácter de país con soberanía limitada, sometiéndose a los dictados del Fondo Monetario Internacional. La crisis continuó creciendo, arrastrando la máscara cada vez más a la democracia burguesa, y mostrando la traición de la socialdemocracia, que los revolucionarios conocen al menos desde los tiempos de Gustav Noske y el asesinato de Rosa Luxemburgo en Alemania.
La traición de CAP se dio unas semanas después de su elección. La traición de las partes que representaba en la Internacional Socialista se sigue dando, grotescamente, con la participación de los «adecos» de hoy, y de sus colegas de América Latina y Europa, que han permitido y permiten las mismas recetas neoliberales contra las clases populares.