Por: Fernando Buen Abad
Suele decirse que “el diablo está en todos los detalles” y uno de esos detalles (y diablos) puso el ojo sobre “la economía de la atención” para interpretarla, adueñársela y tergiversarla al servicio de la ideología de la clase dominante.
No pierden el tiempo. Quieren para sí todas las economías. Este es un modelo teórico-práctico que analiza cómo la atención humana, un recurso limitado y valioso, se convierte en manos de ellos en mercancía también ideológica, factor clave para empresas, plataformas digitales y medios de comunicación que compiten intensamente por captar y mantener la atención de los usuarios, transformándola en una fuente directa o indirecta de valor económico.
Convertida también en mercancía, la economía de la atención, padece también las definiciones de aquellos que se la adueñan como un sistema donde la atención humana que actúa como un “bien escaso” en torno al cual se organiza la producción, distribución y consumo de información.
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Y, para darle valor como verdad absoluta, inventaron repertorios completos de palabrerío bíblico con el que sustentan su poder de manipulación sobre las subjetividades. Ellos dicen saber qué les gusta a las masas, qué sí y qué no entienden, qué preferencias las dominan y en qué horarios, sectores, edades y climas operan mejor las “leyes” de la oferta y la demanda de placeres, de bienes o de servicios.
Entre los paladines de la mercadotecnia y la publicidad han creado una especie de religión de la mercancía gracias a que dicen entender y dominar la economía de la atención. Cometido ideológico de uniformidad rentable para anular la condición humana esencial que es la diversidad.
Esa idea sobre la “economía de la atención” ganó influencia debido al desarrollo monopólico de la llamada “sociedad de la información” y, con ella, de la dictadura tecnológico-digital reinante. Quienes logran “captar la atención” convirtieron sus poderes en una moneda de cambio en la economía burguesa como oferta teñida de mercenarismo desorbitado.
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Para vender gaseosas, computadoras, políticos, clérigos o empresarios. Da lo mismo, la gracia es vender volúmenes de atención de consumidores, votantes, audiencias cada día más homogeneizadas donde la única categoría organizativa válida sea organizarse para consumir.
Para ellos, la atención se usa como emboscada “monetizadora” ayudada por las mafias de la publicidad, los especuladores de “datos” y los manipuladores de algoritmos en internet y en las redes sociales donde se fabrica un flujo constante de información, no necesariamente asociada con la verdad o con la realidad social, para inflar una competencia feroz empeñada en “captar la atención”.
Plataformas como Facebook, YouTube y TikTok diseñan emboscadas semióticas basadas en algoritmos que maximizan el tiempo de visualización. Son modelos de negocios, semántico-psicológicos (guerra cognitiva) fundamentados por su “economía de la atención”, que fijan precios para cada “me gusta”, para cada “clic”, para cada impresión, visita… los usuarios pagan por la visibilidad propia y ajena.
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Con los algoritmos se despliegan fórmulas de guerra cognitiva realmente tóxicas que manipulan la atención, utilizando datos de comportamiento que personalizan contenidos. Es el “capitalismo de vigilancia”, que explota la experiencia humana, la estudia, la sistematiza y la convierte en mercancía bizarra basada en datos de comportamiento de los usuarios y usurarias que alimentan los modelos predictivos y comerciales. Por los cuales después la víctima paga al victimario el uso de su propia “data”. Un síndrome de Estocolmo digital.
Uno de los efectos es la sobreexposición a estímulos digitales exagerados que manipulan la concentración prolongada, para que el cerebro pierda la capacidad de enfocarse profundamente en los problemas más acuciantes de su realidad. Prioriza el contenido que limita la diversidad de perspectivas. Es guerra cognitiva para la explotación cognitiva. Secuestran nuestra atención, también, para manipular nuestro comportamiento en función de intereses comerciales. Que también son ideológicos. Es una guerra basada en las desigualdades digitales, en la dependencia de los monopolios mediático tecnológicos que imponen la dictadura de sus reglas y sus beneficios obscenos.
Esta guerra cognitiva en los territorios de la “economía de la atenbción” es un problema generado por el capitalismo salvaje y sus agresiones económicas contra la clase trabajadora y con las herramientas monopólicas del capitalismo digital. Es una guerra que plantea profundas contradicciones y desafíos en términos semióticos, éticos, políticos y epistemológicos. Es un escenario más de la guerra cognitiva que el capitalismo contemporáneo ha instrumentalizado como eje central de su lógica de acumulación, hasta convertirla en un mecanismo de control social, explotación y alienación. Por todos los medios. Porque la atención es principalmente un medio de producción de sentido, simbólico, influenciado por la duración que los usuarios y usuarias invierten cotidianamente como trabajo gratuito que produce valor para las corporaciones tecnológicas. Es también una forma de disciplinar al deseo. Somete la subjetividad a un flujo constante de cargas simbólicas diseñadas para maximizar la atracción y la retención reduciéndolas a transacción económica y una operación disciplinaria sobre la conciencia y el deseo.
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Esta guerra cognitiva convierte la “abundancia” informativa, la saturación, en una forma de alienación que se manifiesta en la desconexión de los individuos respecto a su propio tiempo y concentración, fragmenta la experiencia temporal, y las narrativas significativas o experiencias profundas. Refuerza la desmoralización ante las relaciones sociales desiguales porque es un régimen autoritario que fetichiza las estructuras de poder mientras configura los deseos y comportamientos de las poblaciones.
No se trata sólo de resistir o denunciar. Toda crítica de la “economía de la atención” burguesa implica exigir acciones organizadas y con un programa emancipatorio que no sólo limiten el poder de las plataformas y protejan la autonomía de los usuarios, sino que desarticule las mafias de los mercados digitales para frenar las prácticas monopolísticas, se trata de generar un nuevo orden mundial de la información y la comunicación con una ética realmente humanista.
La reorganización completa de las relaciones económicas, sociales y simbólicas, no sólo para cuestionar las estructuras de poder que subyacen a este modelo y proponer “alternativas”, sino para ir a una lucha política, cultural y epistemológica capaz de construir un mundo donde la atención no sea explotada, sino cultivada como parte de un proyecto emancipador.
¿Logrará la humanidad tomar conciencia y luchar contra el hipnotismo de la mercancía…? ¡No se pierda el próximo capítulo!