Por: Federico Ruiz Tirado
La coronación de Carlos III, ha sido un típico acontecimiento en el que confluyen la geopolítica y la farándula. Una historia demostrativa del modo cómo funcionan las monarquías europeas: reforzando los inauditos privilegios de una clase social anacrónica y ociosa y, a la vez, legitimando los saqueos y abusos que esos “reinos” han perpetrado a lo largo de su historia.
8 de diciembre de 2011. No hablábamos desde hacía año y medio en París, en un aeropuerto de jefes de Estado, durante la fugaz visita que hiciera en ocasión de una reunión con Sarkozy.
Hubo un intercambio de bromas, anécdotas, silbidos entonando canciones de Loyola y el Carrao de Palmarito, como en los tiempos del Noches de Hungría, el bar del vecindario. Recuerdos cuyos basamentos, ni él ni yo sabíamos dónde residían. ¿Cuántas cosas pertenecían al mundo de lo real o al mundo de lo semi real? Sobrenombres de antiguos amigos rebautizados en la plazoleta convertida en pintoresca cancha de béisbol, en anfiteatro: reflexiones sobre sucesos de las últimas décadas (Maneiro, Sidor, el naufragio de la Causa R, la conspiración, el «chinito» de Recadi) «¿Popeye todavía está en el extranjero? ¿Leonardo está muy gordo? ¿Tú has pensado por qué se pelean los amigos? Así le pregunté a Farruco«.
De pronto me dijo: «Coño, chico, estoy preocupado. Ya viene el 4F y no hay ninguna señal de nada. Sólo una vaga referencia a una película de Carlos Azpúrua (¿tú lo conoces, el de Yo hablo a Caracas?) ¿Nuestros intelectuales qué estarán haciendo, será que se les olvidó la fecha?«
Yo le dije: Veinte años no es nada y se rio. Pero inmediatamente continué: «serán ellos, pues yo estoy haciendo un librito para que unos carajitos cuenten la historia del Cuatro«. Lo inventé en el momento, debo confesarlo. No le dio mucha importancia porque nuestros diálogos siempre estaban signados por un vuelo, por una velocidad, por un flechazo que daba en el dardo de todo y de nada y terminábamos riéndonos de nosotros mismos. «¿Como es que se llama la vaina?«, me preguntó. Yo le dije el nombre y le explique su origen, que venía del Mayo Francés, pero que un extracto lo había visto en una calle de Barcelona en España hacía más de 20 años, y que gravitaba en mi mente, o permanecía en ella oculto, como una sombra errante.
Tampoco me paró bolas, o mucha bola. Nos despedimos y hablamos muchas veces ese año sobre su plan de ordenar cartas, documentos, objetos, fotos que hallaba durante la convalecencia. Pero el aturdimiento de los medicamentos y su agenda no nos lo permitieron.
El libro comenzó a hacerse por acto de magia. Al primero que llamé fue a Jesús Ernesto Parra; luego a Miguel Márquez, a Borges Revilla, a Leonardo, a Franco Vielma, a Miguel Rodríguez, a Miguel Antonio Guevara, a Víctor Hugo. Le escribí a Lena Rondón que estaba en Argelia, a la Tupa en España, a todos les hice una sola pregunta: «¿Qué hacías tú el 4 febrero de 1992 cuando Chávez salió por televisión?«
Un puñado de gente comenzó a buscar sitio en el libro que acababa de nacer.
Una noche, en Consejo de Ministros, y en cadena nacional, Hugo Chávez le habló al ministro de Cultura, Pedro Calzadilla, del asunto y nombró a Azpúrua y a mí. Muchos creyeron que yo iba a hacer un documental sobre el 4F.
¡Madre! ─le respondí a Nelson Montiel una tarde en el Museo de los Llanos de Barinas─: ¿qué película voy a estar haciendo yo, chico!
Pero ya el asunto era una noticia que rodaba. Por otra parte, Miguel Márquez y Gonzalo Ramírez, comenzaron a hacer la compilación de los mayores, como los llamábamos, y Miguel me encomendó el prólogo de Un Dia para Siempre, dedicado al 4F. Ambos libros salieron simultáneamente y nos dejaron el corazón brincando de alegría.
Hugo se enamoró del libro de Los Pájaros: lo citaba, lo comentaba, se veía retratado a través de los relatos de esa épica sobre la cual él cabalgaba. Estando en la Habana me hizo enviarle unos ejemplares para Fidel y Raúl, a través de uno de sus edecanes.
Un puñado de Pájaros contra la gran Costumbre, el último libro que tuvo entre ceja y ceja.
Se lo llevó en la sangre. Hoy, 4 de febrero de 2024, lo veo y no hay distancia: hay ardentía, como dijo el poeta Luis Alberto Crespo.