Por: José Vicente Rangel
1.- Nunca se había visto tanto odio en Venezuela como en la actualidad. Al extremo de que, incluso, lo estamos exportando. Es patético lo que sucede. Ese sentimiento, calculadamente inducido y cultivado en la mente de un importante sector del país mediante sofisticadas técnicas de la comunicación y agresivos recursos psicológicos, se convirtió en una manera de hacer la política. Ese odio espeso que sirve de estímulo a las posiciones más extremas desborda los límites de la tolerancia y convierte al adversario en un enemigo al que hay que destruir como sea -de manera implacable, porque su accionar no solo está dirigido a determinados individuos, sino que se proyecta a los familiares-, algo que jamás se dio antes en Venezuela.
2.- Se trata de una modalidad novedosa, pero con raíz anacrónica, trabajada en laboratorios de guerra sucia dentro y fuera del país; asumida acríticamente sin escrúpulos por grupos carentes de proyecto político y de programas dignos de promocionar. Modalidad que agrupa variadas visiones que en el pasado fueron impulsadas por movimientos políticos caracterizados por la irracionalidad. Su fundamento de mayor impacto y proyección es la exclusión, la discriminación social, el racismo, la defensa de un sistema económico injusto y la apología de la violencia. El fascismo fue la más acabada expresión de esa política, con variantes en Europa como el nazismo alemán y el franquismo -o falangismo- español.
3.- Lo que diversos sectores de oposición han provocado últimamente en el país es una mezcla explosiva de fascismo -actualizado por voceros de esa tendencia ubicados en universidades y círculos cerrados de estudio, tutelados por especialistas europeos y norteamericanos- con “foquismo” y el aporte de desclasados, de gente ligada al hampa que le imprime a los acontecimientos de calle una violencia inusual que sorprende a los propios promotores. La primera fase de este plan para derrocar al presidente Maduro acaba de culminar sin que se cumpliera el objetivo propuesto. El saldo muestra, por un lado, un logro de la oposición al extremar la tensión en el país y golpear su economía, y por otro, el fracaso, ya que Maduro sigue en Miraflores; el chavismo se ha recuperado, como lo confirman las encuestas, no ha habido insurrección popular como era la previsión y, en cambio, se fortaleció el poder presidencial con la alianza pueblo/Fuerza Armada. Ahora se pasa a la segunda fase del plan: más violencia, con carácter selectivo. Ejemplo, ataques a unidades militares y policiales, a centros industriales, a instalaciones del Gobierno, a servicios públicos claves y atentados personales. Etapa que conecta, directamente, con la ampliación del cerco internacional y la participación del sistema financiero en los preparativos de una intervención armada, monitoreada por el Gobierno norteamericano con apoyos cómplices en la región como Colombia, Brasil, Argentina, Perú, más otros tantos cipayos a definirse en próximas fechas.
4.- Los planes para acabar con el régimen constitucional y derrocar a Maduro existen, aún cuando la oposición lo niegue. Lo que sucede a diario lo confirma. Los ejecutores actúan con desesperación porque observan que la población está hastiada con la violencia, lo que se traduce en una merma considerable de los asistentes a las marchas y mayor participación de los terroristas. Por otra parte, no se observan fisuras en la Fanb, en el gobierno y el Psuv. En el frente internacional el Gobierno obtiene éxitos diplomáticos, y la reacción que genera la persecución emprendida contra los chavistas y sus familiares desenmascara la falsa actitud de defensa de los derechos humanos que la oposición promueve. Es indudable que el odio la devora y la obliga a redoblar la agresión contra los valores democráticos. La aísla y la hace incurrir en graves errores. En fin, a partir de ahora el tiempo tiene la respuesta a la angustiosa expectativa que hay en el país.