La economista Judith Valencia analiza antecedentes y consecuencias de lo ocurrido hace cuatro décadas
El llamado Viernes Negro fue la expresión de un proyecto del imperio y de las clases dominantes que nunca ha dejado de estar en marcha. Por lo tanto, no puede ser visto como un momento histórico de gran devaluación monetaria, sino como un proceso que nos amenaza.
Este es el planteamiento central de la notable economista Judith Valencia, al analizar el acontecimiento del que acaban de cumplirse 40 años. La investigación, de la que ella ha formado parte, comenzó cuando se estaban desarrollando esos acontecimientos; a cargo entonces del equipo de la revista “Proceso Político”. Ella, en lo sucesivo, ha seguido tomándole el pulso a esta cadena de eventos.
“Tenemos que empeñarnos en explorar las causas de ese hecho llamado ‘Viernes Negro’: porque las consecuencias ya las conocemos: los iracundos tomaron las calles el 27 de febrero, seis años después (1983); el sector militar se expresó el 4 de febrero de 1992; y el pueblo, electoralmente, llevó a Chávez al poder en 1998, lo que trajo consigo el proceso constituyente. Desde entonces hemos luchado y resistido los embates, pero no hay que perder de vista que el proyecto de la contrarrevolución es inmensamente inteligente”, explica la entrevistada.
Valencia, profesora titular de la Universidad Central de Venezuela, indica que el plan general del imperio para América Latina tiene uno de sus hitos con el derrocamiento de Joao Goulart, en Brasil, en 1964, golpea de manera directa con el derrocamiento de Salvador Allende, en 1973, y luego es reimpulsado con el mecanismo de las cumbres de las Américas, en los 90.
“Cuando nos vamos a pescar más atrás, encontramos a Pedro Tinoco en el año 64, en el gobierno de Leoni, encabezando la Comisión de Reforma Administrativa del Estado. Luego vuelve como Plan Tinoco con el equipo que dirige Gumersindo Rodríguez como ministro de Cordiplan del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Después aparece como gran operador económico en el segundo período. Es la expresión de una burguesía emergente que tenía un proyecto muy claro”, puntualiza.
El plan, en pocas palabras, consistía en adelantar grandes inversiones públicas, con el dinero de la renta petrolera, y luego transferir las obras al sector privado global, asociado a esa burguesía que se presentaba como nacionalista. “Si analizamos la biografía de Cisneros, esa que tiene prólogo de Carlos Fuentes, quedan claro los vínculos de esa familia con Rockefeller”.
Al explicar cómo llegó Venezuela a la fecha concreta del 18 de febrero de 1983, Valencia indica que entre diciembre de 1982 y comienzos de febrero de 1983 salieron del país 30 mil millones de dólares. “La presión para que ese que se creía capitalista nacional, se transformara en capitalista extranjero fue una jugada magistral del proyecto imperial. Eso se logra con la política de contracción económica de Luis Herrera –sostiene–. Pérez había creado su ‘Gran Venezuela’ mediante la deuda, que es un dispositivo del propio proyecto imperial. Los gobiernos de los Estados asumen deuda con la banca privada o multilateral y amarran a las siguientes administraciones a unos compromisos que tienen, además, unos intereses fijados por la Reserva Federal. El equipo de Luis Herrera plantea que debe hacerse una contracción. La salida de capitales fue parte de esa estrategia”.
Cuando se le pregunta dónde estaba el pueblo en aquel tiempo, pues da la impresión de que el Viernes Negro fue un conflicto intraburgués, en el que las mayorías no tuvieron ningún protagonismo, la economista dice que el pueblo siguió apostando por la Gran Venezuela de Pérez, tal como se demostró en las elecciones presidenciales de 1988. “Pérez gana con un porcentaje elevado de votos. El pueblo estaba bajo las piedras, muy reprimido y con la dirigencia de la izquierda totalmente perdida. La gente vota recordando los tiempos del primer gobierno, pero de inmediato se da cuenta de que lo engañan y allí viene el 27F”, dice.
Valencia desmonta la narrativa de los deudos de la IV República, según la cual el país de ese tiempo era muy feliz, con índices bajos de pobreza. “En los estudios de Gumersindo Rodríguez se dice que con la contracción decretada por Luis Herrera se inicia el descenso de la tasa de crecimiento y de los niveles absolutos del producto total, con las consecuencias sociales que era de esperar”.
A su juicio, la aparición de la figura de Hugo Chávez y el proceso constituyente venezolano no ha sido suficientemente ponderada aún. “Lo que estaba logrando Estados Unidos con su proyecto imperial se concretó en 1994 con el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que funge como una Constitución continental, y es eso lo que interrumpe el proceso venezolano. Le quita un pedazo y contagia a los demás pueblos. Por eso es que terminamos siendo calificados como amenaza inusual y extraordinaria para Estados Unidos”.
Las agresiones imperiales contra el gobierno venezolano han obligado a ceder terreno en materia cambiaria y ahora la economía aparece regida por el dólar. Se le pregunta a la profesora si estamos en el mismo sitio en el que nos encontrábamos en 1983.
“No estamos en el mismo sitio. Tenemos que valorar lo que se logró en el tiempo de la conjunción Fidel-Chávez, que sacudió las entendederas de todos nosotros. Ese reguero de gente que éramos antes se transformó en pueblo, gracias a las misiones. Chávez entendió que el capitalismo no le va a dar nunca al pueblo salud, educación y empleo, que es lo que siempre pide la izquierda extraviada. La política de misiones permitió que la gente tuviera sentido, proyección, horizonte, esperanza, que supiera que el trabajo es hechura, no salario, es decir, cómo nos hacemos a través de lo que trabajamos cada día. Por eso somos una amenaza extraordinaria”, responde.
Valencia lanza un alerta, a 40 años del famoso trauma cambiario: “No hay una apertura al debate y a la investigación. Debemos estudiar la historia de este proyecto imperial para entenderlo. Solo así podemos tener claridad de quiénes son nuestros verdaderos aliados. No importa si se llaman socialistas o no, pero que respeten nuestra soberanía y lo que queremos hacer en nuestro territorio, que respeten el circuito comunal, que entiendan que queremos vivir en paz, haciéndonos nosotros en nuestro propio trabajo, no en la explotación. No se puede mentir ni esconder las conflictividades. Necesitamos toda la información, todos los hilos del tejido para poder comprender”.
Asegura que no es comparable la bonanza del tiempo del primer gobierno de Pérez y la del período de Chávez, pues aquella se distribuyó entre la burguesía emergente, mientras la más reciente se invirtió en las misiones. “El pueblo se creció, se hizo pueblo”, enfatiza.