El sistema político estadounidense está enfermo. Se trata de una dictadura de las corporaciones, de una plutocracia que impone, en ocasiones con maquillajes y en otros casos implacablemente, los intereses del gran capital.
Este ha sido un año de elecciones cruciales en todo el planeta. Se han celebrado elecciones en la India, Rusia, el Parlamento Europeo, Sudáfrica, México, Venezuela y, las más recientes, en los EEUU. En cuanto a estas últimas, había enormes expectativas por las significativas implicaciones que tendrán en el mundo.
En tal sentido, la coyuntura histórica del imperialismo estadounidense se encuentra signada por una crisis sistémica -incluyendo una profunda crisis de valores, el declive progresivo y todo hace indicar que definitivo- de su hegemonía mundial, las actuales contradicciones internas del gran capital y el proceso de transición del planeta a un sistema multipolar. Este escenario abre un abanico de opciones dentro de la lógica del imperialismo para poner acentos y establecer matices en las estrategias de los gobiernos de turno. Desde nuestra perceptiva, esto se reflejaría en los siguientes términos en el nuevo gobierno de D. Trump.
La “democracia” estadounidense
La teoría política que trata el tema de la democracia indica desde cualquier perspectiva, que el sistema político estadounidense está enfermo. Desde nuestras posiciones revolucionarias, se trata de una dictadura de las corporaciones, de una plutocracia que impone, en ocasiones con maquillajes y en otros casos implacablemente, los intereses del gran capital. Los liberales apuntan a la necesidad de cerrar la brecha de desigualdad social para fortalecer la democracia, afectada por la incidencia desproporcionada de los sectores económicos más poderosos. Asimismo, hay quienes se enfocan en el peligro de políticos autoritarios, que llegan al poder con un discurso populista y, desde ahí, restringen las libertades existentes.
En cualquiera de los casos, quisiéramos mencionar al menos dos elementos que son muy categóricos a la hora de evaluar la “democracia” de los EEUU. Por una parte, la democracia en el país del Norte ha constituido desde su génesis una gran ficción, arrastrando el pesado e infame lastre de la esclavitud. Se trata de una “democracia” que por siglos convivió con el esclavismo y con la supresión de libertades civiles elementales, donde siempre se han impuesto los intereses de las elites.
Por otra parte, tenemos que el capitalismo estadounidense, especialmente, en su fase imperialista, es responsable de innumerables tragedias para la humanidad y condiciones insostenibles para la existencia de la especie humana, como la grave crisis ambiental, que lo divorcian de cualquier principio democrático.
Política económica neoliberal a lo interno
La política económica y, en general, el enfoque económico dominante de la oligarquía internacional en la actualidad es el neoliberalismo, es decir, el máximo despliegue de las fuerzas del capital en búsqueda de las ganancias monopólicas. Los presidentes de turno, al ser parte del llamado establishment, gobiernan sobre la base de un esquema económico ya prestablecido.
En el caso de Trump, se espera profundice el rumbo neoliberal, especialmente en lo que se refiere al tema fiscal. Ha prometido gigantescas rebajas tributarias para el gran capital y sabemos que va a cumplir con el Senado y el Congreso a su favor. Y como para los conservadores el equilibrio fiscal es un postulado casi bíblico, vendrán todavía mayores recortes en el gasto público que impactarán dramáticamente el ya muy disminuido gasto social del gobierno estadounidense.
Este enfoque económico impone la continuidad del desmantelamiento del Estado y de las políticas sociales, que existieron como resultado de la lucha del movimiento obrero y, por otra parte, de la existencia del campo socialista y la competencia entre ambos sistemas en el pasado.
Problemas como el avanzado deterioro de la salud y educación, las crecientes y alarmantes desigualdades, la precaria protección social y la pobreza continuarán agudizándose bajo la actuación de las fuerzas del mercado sometidas a las virtudes sacrosantas de la maximización de las ganancias corporativas.
¿Globalización o proteccionismo?
La hegemonía imperial, obviamente, no se hizo sentir solo en el campo político o militar, sino también en lo económico. Por décadas se ha desatado un proceso de globalización casi sin límites de la estrategia neoliberal. El expansionismo de corporaciones trasnacionales a lo largo del planeta con sus doctrinas de libre mercado creó un sistema mundial gobernado por las oligarquías financieras y organismos multilaterales adoptando sus dictados.
Sin embargo, dentro de ese dinamismo y a partir de condiciones muy concretas (históricas, geográficas, demográficas, políticas,…) han surgido nuevas potencias, que en su ascenso van suprimiendo la supremacía económica de los EEUU y del Occidente colectivo, en general.
China, India y Rusia ya se encuentran entre las cinco naciones más grandes del planeta con un creciente potencial de desarrollo y ahora estableciendo plataformas para la cooperación y el desarrollo en el marco de los BRICS y en correspondencia con un nuevo orden mundial basado en la multipolaridad. Este nuevo bloque de poder aumenta su participación en la producción mundial y en la producción industrial, en los avances científicos, en los mercados financieros, en las exportaciones, en el dinamismo del crecimiento, en las perspectivas del desarrollo económico.
Ante ello, el imperialismo responde con agresividad en lo político y militar, así como con proteccionismo en lo económico, con guerras comerciales y con sanciones. El dogma neoliberal es aplastado por el afán de mantener la hegemonía yanqui.
El presidente Trump ha anunciado un conjunto de políticas proteccionistas frente a China y a su creciente potencial económico; pero también ante sus aliados europeos. El proteccionismo, como lo plantean los EEUU, conforma una estrategia que violenta las normas que ellos mismos han implantado en los organismos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio (OMC). Esto tendrá efectos muy negativos para su economía, pues además de no abordar el origen de los problemas económicos, en el mediano y largo plazo afectará gravemente la competitividad de la economía estadounidense.
En síntesis, el gobierno estadunidense mantendrá un rumbo globalista y profundamente neoliberal en los sectores y actividades que le convengan a sus corporaciones: militar, servicios, banca y finanzas, telecomunicaciones, etc.; en tanto que, donde se registra más claramente su declive, apelarán a las barreras arancelarias y pararancelarias que restringen e, incluso, prohíben las importaciones desde otras naciones. Tenemos que recordar que el proteccionismo ha constituido en el pasado una fuente de crecientes turbulencias económicas y confrontaciones políticas entre las naciones.
Un comentario especial merece el tema de las migraciones. De acuerdo a la teoría económica neoliberal, la globalización implica el libre tránsito de todos los factores productivos, incluyendo la fuerza de trabajo. Sin embargo, las migraciones, son criminalizadas por las fuerzas más conservadoras.
Las causas de las olas migratorias del Sur hacia el Norte están en las políticas de este último, que condena al atraso a las naciones del Sur. Su población migra en busca de mejores condiciones de vida y el Norte desarrollado se aprovecha de esto para someterla a una superexplotación. Asimismo, las políticas imperiales de “máxima presión” y de bloqueos económicos para destruir las economías de gobiernos “enemigos” se traduce en caos humanitarios y fuertes movimientos migratorios. El cinismo está a la vista.
¿Guerra o convivencia pacífica con el resto del mundo?
Las confrontaciones bélicas son un signo determinante del imperialismo. Es parte integral de su curso expansionista. Cuando tropieza con algún obstáculo, la guerra se convierte en una estrategia viable para concretar objetivos políticos llenos de cinismo (“contener el comunismo”, “combatir el terrorismo”, “defender la libertad”) y siempre con el trasfondo económico de saqueo de los recursos naturales, especialmente, del petróleo.
Eso ha sido así a lo largo de la historia, como lo demuestran las dos Guerras Mundiales del s. XX iniciadas en la pugna imperialista por la repartición del mundo; así como también en las invasiones imperiales a gran escala en Corea y Vietnam o las guerras más recientes en Irak, Libia, Siria, Yugoslavia, Afganistán, entre otras.
En ese contexto, el presidente Trump ha prometido sacar a los EEUU de todos los conflictos militares. En el caso de Ucrania, prometió acabar con esa guerra en 24 horas. Esto lo podrá hacer cerrando el financiamiento y el suministro de armas al régimen neonazi ucraniano, que es lo que mantiene viva esa guerra. Ello podría ocurrir en virtud de dos circunstancias: a) el costo de esa guerra es insostenible para los EEUU y b) el Occidente colectivo ya no tiene la menor posibilidad de derrotar a Rusia en ese frente de batalla.
En cuanto a Palestina, la situación es diferente. El apoyo de Trump al régimen sionista parece inconmovible. Su pasado gobierno fue nefasto en ese frente. Fue igualmente muy agresivo en las relaciones con Irán, conduciendo su política de “máxima presión” al rompimiento del Acuerdo Nuclear suscrito entre las potencias occidentales y la nación persa. En la agenda yanqui prevalecerá muy probablemente el apoyo irrestricto al genocidio que comete el sionismo, la influencia imperial sobre el Medio Oriente en función de controlar las fuentes energéticas y la confrontación con el mundo musulmán.
Otro escenario de gran relevancia para la geopolítica imperial de los EEUU es China. Su creciente fortaleza económica genera pánico en sus debilitadas aspiraciones hegemónicas, lo cual ha generado otro punto caliente en las relaciones bilaterales de esas potencias en torno a Taiwán, donde los EEUU vienen fomentando a las fuerzas secesionistas y promoviendo su armamentismo. Nada extrañaría que el anuncio de Trump de acabar con las guerras se vea refutado por un conflicto cada vez más caliente con China, que vaya de la guerra económica a las tensiones militares.
Estrategia hacia su “patio trasero”
La llegada de Trump al poder es un espaldarazo para la ultraderecha en la región en posiciones de gobierno, encabeza por un neonazi como Milei, así como también para fuerzas neofascistas en la oposición como el bolsonarismo, el uribismo y el pinochetismo
Los analistas coinciden en que que la política hemisférica no aparece entre las prioridades de la política internacional del nuevo gobierno de Trump. Los principales intereses geopolíticos del imperialismo estadounidense gravitan en torno a China, Rusia, Europa, el Medio Oriente y el Pacífico.
Sin embargo, eso no significa que habrá una parálisis o un “vacío de poder” hacia América Latina y el Caribe. La política hemisférica del imperialismo ha estado definida a lo largo de dos siglos por la criminal doctrina Monroe y eso no va a variar con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Cada uno de los presidentes estadounidenses ha reivindicado su visión imperial hacia la región, a la cual consideran y han tratado como su “patio trasero”. De ahí la larga lista de intervenciones, injerencias, golpes de Estado, guerras, bloqueos económicos, etc.
En tal sentido, la llegada de Trump al poder es un espaldarazo para la ultraderecha en la región en posiciones de gobierno, encabeza por un neonazi como Milei, así como también para fuerzas neofascistas en la oposición como el bolsonarismo, el uribismo y el pinochetismo. No significa esto que los demócratas no los hayan respaldado, sino más bien que con Trump hay una absoluta sintonía ideológica.
Por su parte, las fuerzas progresistas en la región se encuentran en un mal momento, afectadas por debilidades y vacilaciones de importantes sectores, lo cual ha conducido a divisiones y al retroceso de la visión integracionista. En estas condiciones, el desarrollo de la región frente a la política hegemónica de los EEUU se convierte en un desafío tremendamente complejo. La necesidad de restablecer y fortalecer la unidad es de crucial importancia.
En relación a las revoluciones cubana, nicaragüense y venezolana, las administraciones de los EEUU han tenido una política de abierta confrontación, indistintamente del gobierno de turno.
Es obvio que el nuevo gobierno estadounidense no va a abandonar su propósito de derrocar a los gobiernos revolucionarios. No obstante, dadas las condiciones geopolíticas actuales y el fracaso de la política injerencista de los EEUU en la región en los años recientes, se presentan diversos posibles escenarios, que pudiéramos ilustrar con el caso venezolano.
El pasado gobierno de Trump desató una agresividad descomunal contra el pueblo venezolano. Se activaron todos los expedientes de intervención contra el país (magnicidio, golpe de Estado, violencia política, instalación de un gobierno títere, infiltración de mercenarios, bloqueo económico, etc.), los cuales sufrieron una derrota estrepitosa.
Esta derrota, aunada a una nueva situación geopolítica de fortalecimiento de polos de poder antihegemónicos y conflictos bélicos en importantes escenarios petroleros, le resta margen de maniobra; aunque no descarta una nueva estrategia de “máxima presión”. Esto se podría traducir en la continuidad de la fase más reciente de la política de los EEUU hacia Venezuela de flexibilización de las sanciones imperiales.
En todo caso, está muy claro que los EEUU no renunciarán a su propósito de recuperar el control político y económico de nuestra nación, por lo que mantendrán su estrategia de injerencias. Esto se definirá, finalmente, a partir del peso de los factores de poder que gravitan en torno al gobierno yanqui. Por un lado, tenemos a los halcones y su enfoque de creciente intervencionismo a cualquier costo para derrocar a los gobiernos revolucionarios; en tanto que, por el otro, están los factores más pragmáticos, que aspiran aprovechar la flexibilización del bloqueo para realizar negocios en Venezuela, especialmente, en el área petrolera. Ya veremos en qué dirección se inclina la balanza. Nosotros estaremos preparados para cualquier escenario.