“Seremos la administración más pro-Israel de la historia”, declaró el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, en la víspera de la toma de posesión de Donald Trump, el 20 de enero
En Gaza, los sobrevivientes del genocidio sionista han celebrado comprensiblemente la firma del anunciado acuerdo entre el gobierno de Netanyahu y Hamás, que prevé un alto al fuego e intercambio de prisioneros. La explosión de petardos, sin embargo, se ha mezclado con la de drones y bombas, que quisieron matar al mayor número posible de personas antes de que el acuerdo entrase en vigor el 19 de enero; y también inmediatamente después.
Ya ha empezado en Jenin, ciudad que es símbolo de la resistencia palestina a la ocupación, una ofensiva que promete ser de enormes proporciones. El genocida Benyamin Netanyahu la llama el «Muro de Hierro». La referencia es al manifiesto ideológico del líder sionista, Zeev Jabotinsky, quien estableció en 1923 el modelo a seguir: rodear la población nativa de un inviolable “muro de hierro”, y negarse a todos acuerdos entre “nosotros y los árabes palestinos».
Desde el miércoles (22.01.2025), cuando se anunció el alto al fuego, van más de 300 heridos y 113 muertos, incluidos 28 niños y 31 mujeres. Una masacre que se repite desde el 7 de octubre de 2023, cuando la resistencia burló los muros del ocupante, pagando hasta ahora un balance oficial de 45.800 muertos, que podrían, sin embargo, ser 70.000. Un gesto heroico, que obligó al mundo a enfrentar la violencia de la ocupación sionista que, desde 1948, busca borrar la existencia del pueblo palestino de los mapas, con la complicidad de Occidente que permitió la creación de “Israel”.
Considerando el equilibrio de poder en el mundo, el papel del sistema de la OTAN en apoyo al régimen sionista, la subordinación de los regímenes árabes y la implicación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con el ocupante, no es difícil imaginar la fragilidad de la tregua. “Seremos la administración más pro-Israel de la historia”, declaró el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, en la víspera de la toma de posesión de Donald Trump, el 20 de enero.
Y hay que recordar que fue el propio Trump, en su primer mandato, quien inició los Acuerdos de Abraham, con la declaración conjunta entre el régimen sionista, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Estados Unidos, el 13 de agosto de 2020. La propuesta del magnate previó la anexión del 30% de Cisjordania. Una intención que el régimen de Netanyahu, empujado además por la extrema derecha de los colonos –la más agresiva– pretende hacer realidad. Y, por este motivo, ya ha anunciado la liberación de los siete colonos que se encuentran en detención administrativa. Así quiso señalar que el alto el fuego no será definitivo, y está cumpliendo sus amenazas con acciones, con el comienzo de una campaña militar que, desde Jenin, se extenderá a otras ciudades donde “Israel” quiere «erradicar el terrorismo» y continuar la «destrucción de Hamás»…
La resistencia del 7 de octubre ha trastocado el juego y puesto en crisis las alianzas, nuevamente sacudidas por los cambios en curso en Siria. Conflictos que se entrecruzan con la guerra en Ucrania, en el juego energético que se ha reabierto con la triangulación entre Arabia Saudí, Rusia e Israel. Y que repercute en el seno de los BRICS, la alianza que está rediseñando un mundo multicéntrico y multipolar, alternativo a la hegemonía de los EEUU, y que ha entrado en la arena geopolítica que involucra a la región del Medio Oriente y se cruza con ella.
Gracias a la mediación de China, se ha iniciado un proceso de distensión entre Irán y Arabia Saudita, países incluidos en el BRICS+6. Arabia Saudita casi ha triplicado sus importaciones de fueloil procedente de Rusia. Sin embargo, los Acuerdos de Abraham podrían complicar las relaciones al colocar a Riad en ventaja sobre Moscú en el mercado israelí.
Debido a la crisis energética internacional, las empresas sionistas ya han obtenido enormes ganancias con la venta de gas natural, incrementadas aún más por el descubrimiento de los yacimientos de Tamar y Leviatán, que permitieron al régimen convertirse en exportador de gas. La acción del 7 de octubre también tuvo como objetivo el gasoducto del Mediterráneo Oriental, a través del cual “Israel” transporta gas a Egipto desde Ashkelon hasta Arish.
La magnitud del desafío ha determinado las negociaciones de alto el fuego, y la certeza en parte de la resistencia palestina (unida a Gaza, a pesar de las comprensibles diferencias internas) de que habrá repercusiones, tanto en Palestina como en la región; al menos durante los próximos diez años.
En primer plano, está la gestión de la reconstrucción, la imposición de un plan que los palestinos pretenden dirigir completamente, con un papel importante de las Naciones Unidas y en particular de la UNRWA, la agencia de Naciones Unidas de ayuda a los refugiados palestinos, atacada por el régimen sionista. Para retirar los escombros de Gaza se llegará al menos hasta 2040 y se necesitarán alrededor de 40 mil millones de dólares.
Destruir para reconstruir según los intereses del complejo militar-industrial y del nuevo tecnofeudalismo que lo sustenta con el poder de las redes sociales. Ésos son los objetivos de las potencias hegemónicas, tanto en Gaza como en Ucrania: con el añadido de que, en Palestina, la ocupación ha constituido y constituye un laboratorio de experimentación de alto nivel de toda la industria bélica que tiene como correlato la sociedad de control.
Durante años se han probado las armas más sofisticadas en la piel de los palestinos y se ha dado uso a las investigaciones universitarias más avanzadas, que luego se utilizan en los controles y deportaciones de migrantes en las fronteras y en la represión de levantamientos populares, como ha sucedido en Colombia en los últimos años.
Por ello, la resistencia tendrá que intentar ser el principal punto de referencia, para impedir, con la máxima unidad, tanto los proyectos de colaboración con el enemigo en la Franja de Gaza, en Cisjordania o en los campos de refugiados, como la entrada de ONG y empresas de los países occidentales interesados en la explotación descontrolada de territorios ya devastados.
Ciertamente no es una tarea fácil y requiere el apoyo activo de aquellos que han despertado a la lucha gracias al compromiso de los jóvenes árabes de tercera generación, interesados en una paz que sólo es posible con la justicia social y el fin de la ocupación colonial.