El 9 de marzo de 1944 pasaron tres acontecimientos importantes. En Europa, las Fuerzas Aéreas Soviéticas antifascistas comenzaron a bombardear Tallin, la capital de Estonia, ocupada por la Alemania nazi, causando numerosas víctimas y desplazamientos a favor de la humanidad. En Buenos Aires, el general Pedro Pablo Ramírez renunció a la presidencia de Argentina, y Edelmiro Farrel asumió el cargo. En Caracas, nace el historiador Gerónimo Pérez Rescaniere, Premio Nacional de Historia, quien asumiría los cargos de presidente del Fondo Editorial del IPASME (2002-2004), jefe de Producción de Monte Ávila editores (2004-2006), y productor del programa Lo que no se dice, en la Radio Nacional de Venezuela.
Gerónimo Pérez Rescaniere sentía una predilección galáctica por el Jabón de Olor que usaba el amor de su vida, Lourdes Manrique. Sus sueños los compartían sobre la misma almohada. Me contaban que incluso las discusiones inútiles resultaban ser cosas espléndidas. Para ellos, el refrán “El amor y el interés se fueron al campo un día, y más pudo el interés que el amor que le tenía” no aplicaba, porque no hay competencia entre el amor y el interés. El interés genuino de Gerónimo era el bienestar de Lourdes, el interés genuino de Lourdes era el bienestar de Gerónimo, el interés por las actividades o temas que compartían, el interés en la amistad, en el amor; para ellos implicaba entrepreocuparse y entreocuparse, compartir pasiones, libros, programas de radio, un guayoyo, un tango, una crónica. Se conocieron en algún lugar de Caracas de cuyo nombre no quiero acordarme. El momento está en el lapso de Cristóbal Colón a Hugo Chávez Frías. Iban al teatro a ver obras como Cipriano Castro y Operación Fuenteovejuna y leían El Esequibo. Solían almorzar con las jugosas ganancias de Banquerolandia porque sabían mucho de “chorros, maquiavelos y estafaos”.
El 14 de mayo de 2025, Gerónimo, mientras dormía, tomó una decisión: partir al infinito. No lo consultó con Lourdes a sabiendas que para ella sería una ruptura que le quebraría el alma. Ella sintió en su pecho “las flores tronchadas por el viento impío”. La eternidad, ya tras la línea lúcida del horizonte, lo amparó en su seno. Extrañaremos el canto de pájaro enamorado, el acoso incesante de los molinos, las criaturas ávidas que quedaron atrapadas en el útero de la creación de su prodigiosa lucidez. Me contó Lourdes que sobre la mesita de noche un viejo poemario de Neruda resaltaba con el dedo punzante de un marcalibros. Su amada, con sus ojos bañados por el rocío entrañable lo leyó: “…después mi decisión se encontró con tu sueño, y desde la ruptura que nos quebraba el alma, surgimos limpios otra vez, desnudos, amándonos sin sueño, sin arena, completos y radiantes, sellados por el fuego”.