Independientemente de quien ocupe la Casa Blanca, la política exterior norteamericana no suele sufrir muchas variaciones, más allá de las pugnas internas entre los diversos grupos de poder que siempre terminaban alineándose
En el año 2010 la corporatocracia mediática mundial debió reportar, y muchos con gran sorpresa, que Benjamín Netanyahu había desairado a Barack Obama.
Para contextualizar, debemos decir que el entonces mandatario norteamericano había hecho observaciones a su par israelí por algunas acciones violentas en Palestina, y, básicamente, por su programa nuclear.
Obama, para abril de ese año, convocó a una reunión sobre seguridad nuclear y Netanyahu se negó a asistir. La sorprendente decisión del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de cancelar su participación en la cumbre sobre seguridad nuclear, prevista en Washington, puso en evidencia las reticencias del Estado judío a dar explicaciones sobre su programa nuclear.
Buscando en la web encontramos que las agencias de noticias y los portales occidentales explicaban que, cuando el presidente estadounidense, Barack Obama, envió las invitaciones para esa conferencia sobre seguridad nuclear y no proliferación de armas, el Gobierno israelí quedó preocupado.
Relataban que Netanyahu quería participar para denunciar la amenaza nuclear iraní y alertar contra el riesgo de que extremistas islámicos pudieran dotarse de una bomba atómica, pero miembros de su Ejecutivo advirtieron del riesgo que algunos países musulmanes aprovecharan la ocasión para exigir que Israel abra sus instalaciones nucleares a inspectores extranjeros.
Claro, intentando minimizar daños destacaban que Israel tenía un compromiso muy firme contra la proliferación nuclear en la región y no dudaba en tomar medidas extremas. Las crónicas recordaban que en 1981 bombardeó un reactor nuclear iraquí y en 2007 atacó unas instalaciones, al parecer nucleares, en Siria.
Vean como Tel Aviv agredía a sus vecinos con la anuencia de Occidente.
Pero, volvamos a lo que decían en esa época, recordemos que nos estamos refiriendo a un incidente del 2010. “Israel no descarta, por otra parte, atacar las instalaciones nucleares de Irán, que apuntan, dice, a fabricar bombas atómicas”, señalaba, entre otros, el Diario de Sevilla.
Como ha sido una constante en su discurso, el mismo del Occidente Colectivo, el Estado judío hablaba sobre posibles consecuencias de que las armas nucleares cayeran en manos de grupos radicales islámicos que habían jurado destruirlo.
Grupos alternativos a los hegemonistas, estudiosos del tema militar, esgrimían que Israel tenía un arsenal de varios centenares de cabezas nucleares, aunque se había negado a reconocerlo públicamente y mantenía una política deliberadamente ambigua desde que inauguró su reactor nuclear de Dimona, en 1965.
Recordemos que Israel no había firmado el Tratado de No Proliferación para evitar las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) de la ONU.
Ante el anuncio de Netanyahu, ante ese impasse, a los pocos días, voceros de la Casa Blanca anunciaron que Obama no tenía previsto reunirse en privado con el primer ministro israelí.
En marzo de 2015 hubo otra situación bastante incómoda, podría inclusive calificarse como un desplante de Netanyahu contra Obama, en el mismo Washington, con la anuencia de políticos norteamericanos prosionistas.
En efecto, recurrimos nuevamente a lo publicado por la corporatocracia mediática global de Occidente, la BBC entre ellas, para ver como describían el momento.
Benjamín Netanyahu, decían, se igualó con el británico Winston Churchill al convertirse en el segundo jefe de gobierno extranjero en dirigirse tres veces a una sesión plenaria de ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos, la marca histórica debía evidenciar la relación especial entre ambas naciones, pero en este caso quedaba enterrada bajo la intensa polémica que generaban la presencia y las palabras de Netanyahu en la capital estadounidense.
“La invitación fue hecha fuera del rigor del protocolo, inconvenientemente en medio de la ronda de negociaciones con Irán sobre su programa nuclear, y a pocas semanas de las elecciones generales en Israel. Netanyahu no viajó invitado por la Casa Blanca, donde se conduce la política exterior, sino por la oposición republicana en el Congreso; que aprovechó para usar al invitado como megáfono para criticar lo que consideran un peligroso distanciamiento con su principal aliado en Medio Oriente”, dijo la BBC.
Netanyahu dio su discurso ante el pleno, que fue interrumpido más de 40 veces con los aplausos de los asistentes, y detonó una bomba diplomática que pudo comprometer la buena marcha de las relaciones bilaterales, según la mediática de aquellos años.
Los términos de las negociaciones del programa nuclear de Irán, que por esos días se discutía en Suiza, eran considerados por los israelíes como una amenaza para su seguridad y una manifestación de debilidad de la comunidad internacional, encabezada por Washington, recalcó la BBC.
Días después, en una entrevista con la agencia de noticias Reuters, Obama reconoció que había «desacuerdos fundamentales» con Israel.
¿Cuál era esa discrepancia? Que Obama trabajó, junto con Irán, un acuerdo nuclear en el cual el país islámico se comprometió a no fabricar armas nucleares, siempre y cuando se le dieran garantías de respeto a su soberanía y seguridad.
Israel, y los “lobbies” pro sionistas en Estados Unidos, se oponían.
Podría sorprender a quienes no estén familiarizados con el tema, que influyentes sectores de Estados Unidos se pusieran del lado de Netanyahu en sus majaderías contra Obama y su política exterior.
Y lo es porque, independientemente de quien ocupe la Casa Blanca, la política exterior norteamericana no suele sufrir muchas variaciones, más allá de las pugnas internas entre los diversos grupos de poder que siempre terminaban alineándose.
Suelen ser muy sensibles cuando “irrespetan” la figura del presidente, sobre todo si el irrespeto viene del exterior.
Meses antes, el entonces candidato presidencial y siempre vocinglero, Donald Trump prometió al grupo más poderoso del lobby israelí en su país que desmantelaría el acuerdo nuclear con Irán y llevaría la embajada de Washington a Jerusalén, «la capital eterna del pueblo judío», como la definió.
«Cuando sea presidente, los días en que se trata a Israel como un ciudadano de segunda clase habrán terminado», dijo posteriormente, en marzo de 2016.
Sus palabras, atronadoras y totalmente alineadas con la prédica de los sionistas, fueron aplaudidas fuertemente por los asistentes a la conferencia del Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC, por sus siglas en inglés).
Todos sabemos que tiempo después, cuando fue electo presidente, Trump enturbió las relaciones con Irán y reconoció a Jerusalén como la capital de Israel.
«Es una señal de la continua influencia que estos grupos tienen sobre las políticas de Estados Unidos hacia Medio Oriente», señaló Stephen Walt, profesor de asuntos internacionales en la Universidad de Harvard y coautor del polémico libro «Lobby Israelí y la política exterior de Estados Unidos».
Los grupos que defienden intereses judíos o sionistas en EE. UU. están lejos de ser algo nuevo; para los estudiosos del tema, están en Washington desde fines del siglo XIX.
Claro, se hace muy evidente tras la creación del Estado en 1948, al punto que se volvió uno de sus principales destinos de asistencia exterior hasta la fecha.
Y es curioso que antes de abandonar la presidencia, y pese a sus desavenencias públicas con Netanyahu, el gobierno de Obama firmó un paquete de ayuda militar a Israel por US$38.000 millones.
Mucho tiene que ver AIPAC, considerado uno de los lobbys de política exterior con mayores recursos financieros en EE.UU.
Esta asociación se define como bipartidista e impulsora del apoyo a Israel en el Congreso, esfuerzos contra el terrorismo y una solución de «dos estados» que incluya un Estado palestino desmilitarizado.
Otro influyente grupo pro israelí en EEUU, con 3,8 millones de miembros, es el grupo evangélico Cristianos Unidos por Israel.
Fundado por el pastor John Hagee, reconoció que había mantenido audiencias en la Casa Blanca con Trump y el vicepresidente Mike Pence para urgirlos a que mudaran la embajada norteamericana a Jerusalén.
Según su creencia, el regreso de judíos allí es crucial para una segunda venida de Cristo a la Tierra.
«El lobby pro Israel en Estados Unidos, como cualquier otro lobby, es parte de la democracia. A veces convence, otras no. Los lobbies tienen muy poca influencia en los presidentes; tienen mucha más influencia en los miembros del Congreso», dice Alan Dershowitz, que por cierto es considerado parte de esos grupos.
Por cierto, durante su anterior campaña presidencial, Trump fue apoyado financieramente por Sheldon Adelson, multimillonario vinculado al negocio de los casinos y uno de los principales donantes de grupos pro Israel, muy vinculado a Netanyahu, de acuerdo a The New York Times.
Actualmente existe indignación en el mundo por el genocidio que Israel perpetra en Palestina. Claro, el exterminio viene desde hace décadas, pero recién hace algunos años es que han surgido medios y plataformas comunicacionales alternativas que hacen evidente la canallada sionista. Han surgido potencias antihegemónicas con narrativas contrarias, aclaratorias, desmontadoras de matrices.
Por eso es que el mundo reacciona, los pueblos rechazan y critican la masacre. En Estados Unidos las manifestaciones son cada vez mayores, incluyendo a rabinos no sionistas.
Pese a ello, la Casa Blanca, el poder tras ella, sigue apoyando al Estado sionista. ¿Por qué? Si ampliamos algo más el tema de los lobbys lo entenderemos mejor.
Los grupos que defienden intereses judíos o sionistas en EE. UU. están lejos de ser algo nuevo; para los estudiosos del tema, están en Washington desde fines del siglo XIX. Claro, se hace muy evidente tras la creación del Estado en 1948, al punto que se volvió uno de sus principales destinos de asistencia exterior hasta la fecha
De acuerdo a la revista Fortune, de las organizaciones conformadas por los judíos en EE.UU. para influir en la política exterior estadounidense, el AIPAC es el más poderoso y está en segundo lugar en “la lista de poder político”.
Fortune sostiene que se basa en dos estrategias básicas: ejercer influencia significativa tanto en el Congreso, como en el Ejecutivo para el apoyo a Israel y asegurarse de que el discurso público sobre Israel sea positivo reiterando sus mitos y dando relevancia pública a la opinión de Israel en los debates políticos diarios, con el objetivo de evitar comentarios críticos que pudieran permear el apoyo de los Estados Unidos hacia ese país.
AIPAC dispone de una gran fortuna para poder financiar sus objetivos.
De acuerdo con lo anterior, la coyuntura actual es compleja para poder manejar sus objetivos, pues la situación se enturbia con los niveles que va alcanzando el conflicto armado entre Israel y Palestina y la trascendencia de los medios alternativos, a lo que se suma el no poder controlar totalmente las llamadas redes sociales
La desmedida respuesta israelí sobre Gaza, aun maquillada y manipulada por los medios de siempre, tendrían esta vez un enemigo muy poderoso: la gente común con sus teléfonos. Las barbáricas imágenes del genocidio en Israel se harían virales en cuestión de horas y un movimiento dormido en EE.UU. se haría presente más que a favor de Palestina, en contra de la carnecería sionista dice un informe del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI).
Ahora, con la escalada en Irán, se les complica la situación. Deben reconstruir la narrativa. La imagen de invencibilidad se les acaba. Deben justificar sus propósitos, aunque eso es cada vez más complicado por lo anteriormente expuesto.
Ojo, ellos controlan un número importante de congresistas, incluso se han revelado las cantidades de dinero que se depositan en las cuentas de esos legisladores; controlan altos mandos del Pentágono, ni hablar de la corporatocracia mediática y asesores de alto nivel en todos los estamentos de la Casa Blanca.
Todo ese poder, ese manejo, esas redes de influencias y gente envuelta en esas redes, explican porque el Estado sionista pone en situación incómoda a Washington.
Al final de cuentas, reiteramos, en la Casa Blanca están para administrar intereses particulares, aunque en este caso no son meramente comerciales o de negocios, aquí están involucrados también intereses teocráticos de los fanáticos sionistas. Que eso perjudique la imagen de Estados Unidos parece importarles poco. Total, siempre hay margen para los negocios en el complejo industrial militar.