Apuntes para reflexionar en medio del caos
Otro conflicto proxy
En más de un sentido, la guerra que ha estallado tras la unilateral agresión de Israel contra Irán, el pasado jueves, es otro conflicto proxy, nombre con el que se denomina a las confrontaciones entre potencias que no chocan directamente, sino a través de terceros países.
El ejemplo más actual que teníamos de ese tipo de guerras era la de Ucrania, en la que ese país actúa por delegación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en un intento por desintegrar a Rusia.
El conflicto armado, de alta tecnología, entre Israel e Irán cumple también con características de guerra proxy; pues se sabe que el Estado sionista ha sido siempre un enclave militar de Estados Unidos en el Medio Oriente y como tal está actuando.
También es evidente que sin el apoyo de la industria militar estadounidense, Israel no podría realizar esta clase de despliegues ni tampoco perpetrar un genocidio como el de Palestina o ataques arteros contra la población civil de Líbano y otras naciones.
Irán, por su lado, es una nación que califica por sí misma, como potencia media, pero en el contexto actual del mundo multipolar, encarna también al ámbito emergente de los BRICS y, por ello, en caso de una agudización del conflicto, debe contar con el apoyo de superpotencias como China y Rusia. Del mismo modo, el país persa representa al bloque islámico, tan satanizado por la hegemonía menguante de EEUU y Europa.
La cuestión del poder nuclear
Un punto central de la confrontación que sacude a Medio Oriente y, por extensión, al planeta entero es la disputa en torno al poder nuclear.
Como enclave militar estadounidense en la región, Israel ha tenido, desde hace alrededor de 60 años, la ventaja estratégica de disponer de armas atómicas, aunque la información al respecto se mantiene oculta y opaca. Las estimaciones sobre el número de ojivas nucleares utilizables de Israel varían entre medio centenar y unas 400. En cualquier caso, constituyen un peligro latente. La camarilla sionista que ha dirigido este Estado desde su implantación artificial en territorio palestino no ha suscrito ninguno de los tratados internacionales para limitar el uso de armas atómicas y, según datos divulgados o filtrados, se reserva el derecho a emplearlas en caso de que estén bajo una “amenaza existencial”.
De manera paralela EEUU, tanto en los tiempos de bipolaridad con la Unión Soviética, como en la etapa de superpotencia unipolar, ha intentado por todos los medios a su alcance evitar que cualquier otra nación del Medio Oriente disponga de armamento nuclear.
Utilizando como ariete al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), ha frenado el desarrollo de planes de uso de energía nuclear con fines pacíficos en países como Egipto, Jordania y Turquía, pero, sobre todo, ha cuestionado esos proyectos en el caso de Irán. En la década pasada estaba casi listo un acuerdo para regular el plan iraní, con supervisión de la OIEA, pero fue el primer gobierno de Donald Trump el que lo saboteó.
Trumpismo y sionismo: mezcla letal
La ruptura del acuerdo sobre el plan nuclear de Irán dejó la situación en un terreno que ya había sido superado. No contentos con ello, los temibles aparatos de inteligencia de Israel y EEUU han llevado a cabo asesinatos selectivos de funcionarios y científicos iraníes que tenían responsabilidades en esa línea de desarrollo tecnológico, siempre bajo el amparo de la doctrina de los “ataques preventivos”.
Trump justifica la más reciente agresión israelí con el argumento de que Irán no atendió el ultimátum sobre el programa nuclear, cuando fue él, en su anterior administración, quien desechó la posibilidad de un acuerdo en esa materia.
Es letal la mezcla de sionismo con la parcialidad de extrema derecha que encarna Trump en EEUU. Ambas sectas, dotadas de un enorme poder económico, político, militar y comunicacional a escala global, parecen dispuestas a lo que sea por evitar el declive de su imperio.
El ataque de Israel a Irán, que da inicio a esta guerra, es una prueba más de ello. Se une al impune genocidio contra Gaza, que Trump aplaude y banaliza, anunciando que sobre las ruinas y los cadáveres de decenas de miles de personas se construirá una zona turística muy exclusiva.
La batalla cognitiva es de todas y todos
omo siempre ha sucedido, la guerra tiene dos frentes: el de la confrontación armada en sí; y el de los medios de difusión masiva. En este caso, a los órganos convencionales (prensa, radio, televisión) se unen los digitales y, sobre todo, las redes sociales. Es el frente de la batalla cognitiva.
Este es otro campo en el que el imperialismo estadounidense y el sionismo tienen una enorme ventaja, pues buena parte de los medios tradicionales y de las grandes plataformas de información digital les pertenecen. Además, los hechos del momento no se transmiten a receptores neutrales y asépticos, sino a cerebros humanos largamente trabajados con campañas difamatorias, narrativas muy torcidas y hasta prejuicios religiosos.
Más allá de lo que ocurre en las ciudades de ambos países que han sido blancos de las armas del enemigo, la pelea es por el dominio de la mente de cada individuo y, por ende, de la opinión pública mundial.
Corresponde a cada persona y a quienes tienen a su cargo el ser curadores del gran caudal informativo disponible, elegir adecuadamente; separar las noticias verdaderas de las falsas; detectar los hilos de la incesante propaganda. Es una parte de la guerra que nos toca librar a todas y todos.