Entre Milei y el Borbón
La relación entre China y Argentina es amplia y variada. Tiene que ver con grandes inversiones en el sector hidroeléctrico, en la exploración del litio y otros minerales. No es un dato menor que Pekín sea el segundo mayor socio comercial de Buenos Aires
Ya se ha dicho hasta el hartazgo, lo han manifestado estudiosos de la sociedad, personajes trascendentales de la historia reciente, como el mismísimo Henry Kissinger: existe una aguda crisis de liderazgo en el llamado Occidente Colectivo.
La crítica, del recientemente fallecido exsecretario de Estado estadounidense, no tiene nada que ver con la incapacidad de los líderes para crear mejores condiciones de vida para la humanidad; para mitigar las desigualdades sociales o la preservación del medio ambiente, no.
La crítica de Kissinger, que tenía la suficiente astucia para saber que los verdaderos poderes están fuera de los palacios presidenciales, se refiere a la poca capacidad para administrar el establishment que heredaron después de la Segunda Guerra Mundial.
Esto, evidentemente, comprende el mantener un control social mínimo, y cómo no, a través del estado de bienestar social; distribuir algo de las rentas nacionales, de los diversos países, de una manera más amplia.
Eso hacía que el sistema funcionara aceptablemente. Sobre todo porque existía la rivalidad con el bloque del Este, con el bloque soviético.
En tiempos de Kissinger como secretario de Estado activo, el Occidente Colectivo tuvo la pericia de evitar la unión entre la URSS y la República Popular de China.
También había líderes en Europa con buena formación profesional, intelectual, algunos hasta escribieron libros, ensayos, posturas que podían debatirse.
Luego, con la unipolaridad, con la mayor preponderancia de Washington sobre sus “socios”, estos dejaron de pensar. Ya no pensaban en su seguridad, en su política exterior, en sus intereses nacionales, no.
Todo lo dejaron manos de la Casa Blanca y sus seudointelectuales, de esos que hablaban del fin de la historia, con los fiascos que hoy todos conocemos.
La metrópoli irrigó esas concepciones, esas prácticas, en sus zonas de influencia, entre sus políticos y académicos.
De ahí que, cuando revivieron movimientos contestatarios, cuando aparecieron líderes de izquierda, progresistas, les preocupó.
Les preocupó, por ejemplo, Hugo Chávez. Les preocupó tanto que se involucraron en un golpe de Estado el año 2002.
Junto a él, surgieron otros líderes en países latinoamericanos que perfilaron modelos diferentes al imperante, a ese neoliberalismo, que con los años se quitó la máscara y trasmutó en neofascismo.
Ante eso, con el surgimiento y fortalecimiento de China y Rusia, que ya se constituyeron en contraparte del Occidente Colectivo, por diversos medios, y que lograron aliarse, a diferencia de en siglo 20, el hegemón se quitó la careta.
Mostró su rostro más feo, el del neofascismo que ya no guarda las formas, que vulnera embajadas, como hizo Noboa con la embajada de México.
Que permite y apoya el incremento del genocidio en Palestina. Que vulnera los derechos del liberalismo burgués en sus propios países. Allí está el ejemplo de los jóvenes universitarios que han sido masacrados por protestar contra la masacre en Gaza.
Este neofascismo apuesta por la militarización en la lucha contra el crimen, contra la delincuencia, sin abordar sus causas.
Ellos son quienes montaron una ofensiva para tomar los centros académicos e imponer el pensamiento único. Para intentar pulverizar toda ideología o pensamiento contrahegemónico.
Inclusive, imponiendo la propaganda vulgar, barata, por encima del rigor académico. Total, la corporatocracia mediática se encarga de imponer agendas, narrativas, de hacer simples los “conceptos” y verdades que el sistema requiere.
Los argumentos son reemplazados por frases, los discursos por consignas simplonas.
Allí es donde aparecen personajes como Javier Milei.
Un tipo con severas falencias de formación, con una muy escasa capacidad de lectura geopolítica, pero con la osadía propia del ignorante, que tan útil es al hegemón.
El problema para él, para los argentinos, es cuando debe enfrentar situaciones reales que afectan la vida diaria de sus ciudadanos.
Es allí cuando la presión de la realpolitik hace recular fanfarronadas y se debe aceptar la realidad; es allí cuando se debe desmantelar lo endeble de algunas narrativas.
Así pues, tras afirmar en cuanto espacio se le presentaba que jamás haría negocios con China, hace un par de semanas debió recular.
Grandilocuente como es, aupado por una canalla mediática que lo usa, Milei gritaba que jamás haría negocios con Pekín porque: «yo no vendo mi moral ni hago pactos con comunistas», ahora dice que el gigante asiático «es un socio comercial muy interesante… ellos no exigen nada, lo único que piden es que no los molesten».
El actual mandatario rioplatense ha debido resaltar el rol de la potencia oriental, señalando que visitará el país en enero de 2025, en el marco de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Según el analista internacional, Néstor Restivo, este viraje se debe a la necesidad imperiosa que tiene Milei de atraer divisas e inversiones.
Por eso la cancillería argentina, en las últimas semanas, ha debido ir adoptando un tono más conciliador con China, dejando de lado ese apego excesivo a los dictámenes de la Casa Blanca.
Pero, y entendamos esto, la diplomacia china, su política en general, se maneja a tiempos distintos que en occidente. Por su cultura milenaria han desarrollado la cualidad de la paciencia, sobre todo, cuando tienen la superioridad estratégica y saben que el adversario terminará acudiendo a ellos.
Por ejemplo, en junio, el Gobierno de Xi Jinping avaló la renovación del swap —intercambio de monedas— entre ambos países, postergando por 12 meses los vencimientos inmediatos que debía afrontar Argentina.
Eso significa que el Banco Central de Buenos Aires podría postergar un pago de 5.000 millones de dólares a Pekín, aliviando provisoriamente sus deterioradas arcas, que aún tienen reservas netas negativas.
De acuerdo al citado Restivo, «está claro que el vector que explica esto es la necesidad imperiosa que tiene el Gobierno argentino de divisas e inversiones, y que esa necesidad le hizo ver a Milei la relación con China con otros ojos. Llama la atención tan abrupto cambio de posicionamiento, pero muestra que el presidente está abierto al pragmatismo«.
«Es bastante llamativo el cambio porque el mandatario argentino ha despotricado muy fuertemente contra Pekín y contra otros países con los cuales mantiene vínculos estratégicos, tales como Brasil. Estamos hablando de los dos mayores socios comerciales de Argentina«, indica.
Y es que la relación entre China y Argentina es amplia y variada. Tiene que ver con grandes inversiones en el sector hidroeléctrico, en la exploración del litio y otros minerales. No es un dato menor que Pekín sea el segundo mayor socio comercial de Buenos Aires.
«China es un gran inversor en cuatro o cinco áreas fuertes a lo largo de toda Latinoamérica, sobre todo en materia de energía. Además, específicamente en Argentina, hay una clara apuesta en el crecimiento de redes eléctricas de alta tensión, fundamentales para la conectividad de, por ejemplo, la provincia de Buenos Aires, que es el territorio más importante del país«, agrega Restivo.
No es un secreto que China viene constituyéndose en un líder en lo que ha pasado a llamarse mercado del transporte sustentable, con el desarrollo de autos eléctricos.
Allí es donde el factor litio cobra gran relevancia.
Ahora, esto no significa que la repentina cordialidad de Milei con el gigante asiático sea una separación a su comprobada genuflexión con Washington.
Esta postura tiene que ver con una dosis de sensatez y pragmatismo impuesto por la realidad. Además, el empresariado rioplatense gana mucho dinero con el mercado chino. Ese es el principal destino de la carne y la soya de sus exportadores.
Pero, mientras Milei por un lado claudica en su discurso contra China; por otro, removió de su cargo a la canciller, Diana Mondino, por votar en la ONU contra el bloqueo a Cuba. Reemplazará a Mondino, según voceros de Milei, el actual embajador argentino en EE.UU., Gerardo Werthein.
Como era de esperarse, esta impostura dejó un sabor agrio entre los diplomáticos de carrera argentinos, que se lo hicieron saber al actual mandatario.
No se puede ser tan genuflexo con Washington en un tema en el que existe casi unanimidad mundial. Los únicos que se opusieron a proseguir con el bloqueo son Estados Unidos e Israel, como era de esperarse.
A Milei no le interesa guardar las más mínimas formas diplomáticas, de política internacional. No le interesa la imagen que proyecta de su país.
Entre los casos de China y Cuba existe una estridente falta de coherencia y decoro.
Pero eso es lo que requieren los poderes fácticos, un personaje de esas características; fofo intelectual y moralmente, y con un ego desmedido. Así es mejor, así es más fácil de manejar.
A eso se refería Kissinger cuando hablaba de la crisis de liderazgo, porque Milei es una copia sudamericana, aunque muy posicionada por parte de la corporatocracia mediática y la de redes sociales, de lo que ocurre en la vieja Europa, en lo que Borrell llamó el “jardín” en medio de la jungla.
Una crisis de liderazgo evidenciada en la reciente tragedia de España, en Valencia, donde la población se siente desprotegida ante los embates de la naturaleza.
Hay preocupación en los poderes fácticos porque con esos liderazgos políticos mediocres, sus privilegios corren riesgos. Sobre todo cuando al frente tienen a contrincantes como Vladimir Putin y Xi Jinping
En donde el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, y su rey, el Borbón, fueron echados en medio de abucheos, de pedradas, por una ciudadanía enfurecida.
Hay crisis de liderazgo en el mismo Estados Unidos, donde la población cuestiona cada vez más la institucionalidad y a sus representantes.
Crisis de liderazgo en la Unión Europea, donde una supraestructura, liderada por Ursula von der Leyen, está totalmente a contrapié de la ciudadanía por hacerle el mandado a Washington. Eso sin mencionar sus problemas de corrupción.
Hay preocupación en los poderes fácticos porque con esos liderazgos políticos mediocres, sus privilegios corren riesgos. Sobre todo cuando al frente tienen a contrincantes como Vladimir Putin y Xi Jinping.