La Administración para el Control de Drogas (DEA) de Estados Unidos es el “mayor cartel del mundo”, dijo el capitán Diosdado Cabello, vicepresidente sectorial de Política, Seguridad Ciudadana y Paz, ratificando el compromiso del gobierno venezolano en la lucha contra el narcotráfico y las bandas criminales. No se trató solo de una legítima indignación ante las presuntuosas acusaciones del imperialismo estadounidense, alimentadas por una oposición golpista que busca contrarrestar con el terrorismo su carencia de consenso en el país. El verdadero papel de la DEA, al servicio de las ambiciones geopolíticas de los gobiernos de EEUU, es bien sabido por cualquiera que conozca la historia de América Latina. Y más allá.
El precedente más claro de esta táctica se encuentra en el caso Irán-Contras, un escándalo que expuso la connivencia de la CIA y otros organismos de seguridad de los EEUU con el narcotráfico. A mediados de la década de 1980, la administración de Ronald Reagan, en su afán por derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua, financió y armó ilegalmente a los mercenarios conocidos como «Contras». Para eludir la prohibición del Congreso, la CIA facilitó el tráfico de drogas de América Central hacia Estados Unidos, utilizando las ganancias del narcotráfico para financiar a los Contras.
Si bien la DEA se presentaba como la agencia principal en la «Guerra contra las Drogas», las investigaciones revelaron que sabía de estas operaciones y no solo las toleraba, sino que cooperaba con los traficantes para apoyar la agenda anticomunista. Este caso demostró que, para el imperialismo, el narcotráfico no era el enemigo principal, sino una herramienta útil para financiar a sus aliados y desestabilizar a sus oponentes políticos.
Al igual que en Nicaragua, la narrativa contra Venezuela se basa en la acusación de que el Estado bolivariano es un «narcoestado», con el objetivo de justificar el asedio económico y el apoyo a grupos criminales de derecha. La DEA y la CIA han apoyado a organizaciones criminales y grupos de «guarimberos» para crear caos, desestabilización social y violencia. Estas organizaciones, a menudo presentadas como «luchadores por la libertad», sirven como una fuerza paramilitar no oficial para generar un clima de ingobernabilidad que justifique una intervención extranjera.
El narcotráfico, lejos de ser un fenómeno criminal autónomo, se ha convertido en una pieza central de la guerra híbrida que el imperialismo estadounidense libra contra Venezuela. La DEA no actúa como una fuerza policial neutral, sino como un instrumento político al servicio de los intereses de la burguesía imperialista. Su verdadero papel no es combatir el tráfico de drogas, sino desestabilizar a los gobiernos que desafían el orden capitalista, utilizando el narcotráfico como pretexto y como arma.
La «Guerra contra las Drogas» en América Latina ha sido, en realidad, una guerra contra la soberanía. La DEA, con sus operaciones encubiertas y su apoyo selectivo a grupos criminales, ha demostrado ser un brazo del poder imperialista. El caso de Venezuela no es entonces que la última manifestación de una táctica largamente probada: utilizar el narcotráfico no como un problema a resolver, sino como un arma para socavar a los gobiernos que no se doblegan a los dictados de Washington.
En un plano más general, se ve además cómo en los países capitalistas la «lucha contra el narcotráfico y las mafias» sirve para aumentar los gastos militares y de «seguridad» con miras a agigantar la «sociedad disciplinaria» y el control social, y no la solución de los problemas (empleo, vivienda, educación) que exponen a las clases populares al chantaje de los poderes criminales: que, a decir verdad, son la otra cara del capitalismo y de su sistema de explotación, que te quita derechos y dignidad, pisoteando sus mismas leyes, pero manteniendo las «manos limpias.»
El verdadero combate contra el narcotráfico no reside en las operaciones de la DEA, sino en la lucha de clases que busca unir a “los condenados de la tierra” para derrotar al capitalismo, cuyas contradicciones, en última instancia, son las que alimentan el crimen y la injusticia social.