El golpe de Estado perpetrado contra el comandante Chávez en abril del 2002 fue ejecutado según el típico guión intervencionista del imperialismo yanqui contra un gobierno progresista.
Para ese momento, el gobierno bolivariano tenía un programa de acción democrático, antineoliberal y nacionalista. No era aún el gobierno de claro carácter antiimperialista y socialista que se desarrolló posteriormente. Sin embargo, eso fue suficiente para que el hegemón de la región en los últimos 150 años instrumentara su política para derrocar gobiernos soberanos.
En 1998 el poder había sido conquistado por el comandante Chávez al frente de una gran fuerza popular, que de manera incipiente tocaba los intereses del imperialismo en nuestra nación, especialmente los petroleros, de las oligarquías locales, principalmente las terratenientes, así como de los sectores monopólicos, que capturaban la parte leonina de la renta petrolera que se quedaba en el país.
Se activan conflictos políticos-económicos fundamentales que gravitan en torno a la distribución del ingreso. Estos se desprenden de una nueva correlación de fuerzas y del ejercicio del poder por parte de una nueva fuerza popular opuesta a las élites tradicionales.
La solución de ese antagonismo, agudizado esencialmente por legislaciones petroleras y agrarias, pasaba necesariamente por una gran confrontación. De tal manera, que es ilusorio pensar que este conflicto pudiera haberse resuelto a través de los canales democráticos del Estado. Las contradicciones habían escalado a niveles irreversibles, estimuladas tremendamente desde el exterior por parte del gobierno en Washington.
Las contradicciones eran irreconciliables y se luchó en función de un asunto crucial para cualquier revolución: el poder. Por cierto, para la contrarrevolución la restauración de las viejas estructuras de poder también era una cuestión de vida o muerte.
Ese choque histórico expresado en el golpe de Estado, contó con la participación de la totalidad de factores que sustentaban nuestro estamento social: las masas populares, la Fuerza Armada, los partidos políticos, los medios de comunicación, los gremios empresariales, la cúpula eclesiástica, la tecnocracia burguesa, el aparato gubernamental, el imperialismo en lo internacional, etc.
En ese contexto, es preciso mencionar al menos tres lecciones de aquellas exitosas jornadas de lucha.
- La revolución debe contar con una Fuerza Armada unida a lo interno y unida al pueblo. Esa unión cívico-militar ha resultado el soporte más importante de nuestra revolución.
- Una revolución requiere de un gran partido de vanguardia capaz de movilizar a las masas populares en función de la defensa de las conquistas y la consolidación de las trasformaciones. La creación del PSUV ha sido clave para superar gigantescos desafíos.
- Una verdadera revolución tiene que profundizar los cambios, siempre atendiendo a las posibilidades reales de cambio. En aquel momento, el avance de las Misiones sociales y el empleo de la renta petrolera para el pueblo constituyeron grandes avances. Ahora, la principal tarea es producir para derrotar el bloqueo.
El aprendizaje de las valiosas lecciones del abril victorioso del 2002 son una base importantísima para derrotar al imperialismo en la confrontación actual.