Por Jonny Hidalgo
El fuego proporcionó la energía necesaria para la cocción de los alimentos; la calefacción con la que se pudo migrar a zonas más frías; la iluminación que permitió el trabajo nocturno; y la protección contra depredadores naturales. También propició la Revolución de la Agricultura, hace 10 mil años, que condujo al excedente económico que transformó el uso del tiempo y dio origen a las jerarquías sociales.
Con carbón vegetal se fundió y forjó metal para fabricar las herramientas que incrementaron la producción de alimentos, así como armas útiles para la guerra y la esclavización. Pronto se tuvo que sustituir este tipo de carbón por el carbón mineral, más difícil de manejar pero que favoreció importantes desarrollos tecnológicos, como la máquina de vapor y otros.
Hacia 1859, comenzó la industria del petróleo en sistemas de iluminación. Al mismo tiempo, se desarrolló el motor de combustión interna, que utilizaba gasolina como combustible. En la década de 1880, se iniciaron los servicios eléctricos. Luego aparecen las telecomunicaciones y otras tecnologías en las que la electricidad no tiene sustitutos. Los derivados del petróleo se hicieron predominantes como combustibles del sector transporte. Se acortaron distancias y se facilitó el fenómeno de la “globalización”. Por otra parte, se utiliza a la energía nuclear con fines bélicos o medicinales.
La historia demuestra que la energía es un factor determinante del desarrollo humano, de suma importancia para cualquier Nación. Eso explica por qué universidades especializadas en hidrocarburos, como la Universidad de Tulsa y otras, tienen escuelas de antropología y otras ciencias que en apariencia no guardan relación con su especialización. No obstante, a los países del Sur se les presenta a la energía como mera mercancía o como un “buen negocio”, lo que desorienta sus planes de desarrollo. Así, cambian petróleo por billetes canjeables en el exterior, sus universidades no tienen programas de formación en asuntos energéticos; y hasta carecen de un ministerio de energía.
En Venezuela, la valoración de la energía hace la diferencia entre quienes piensan que es mejor participar en el mercado petrolero de EE.UU para adquirir divisas intercambiables en el mercado internacional, y quienes están convencidos de que la energía debe utilizarse para el desarrollo nacional y para fines geopolíticos.
La energía no es mercancía, es un asunto de Estado que debe ser bien dirigido, especialmente si se aspira a la salvación de la especie humana.