Donald Trump, sintiéndose emperador del planeta, ha desatado una guerra comercial, como pocas veces se había visto antes en la historia. Ese día lo ha llamado, estrambóticamente, Día de la Liberación y, demagógicamente, ha adelantado que lo hace por el bienestar de los trabajadores de los EE.UU.
A todos los países: aliados, rivales y a los que asume como enemigos, les ha establecido elevados aranceles a las importaciones, en algunos casos, como el de China, han llegado a niveles exorbitantes.
Aranceles, globalización y desindustrialización
Trump se quejó agriamente de que las naciones se habían aprovechado de la bondad e ingenuidad yanqui, al establecer altos aranceles para desplazar la producción estadounidense. En pocas palabras, de acuerdo a Trump, el país que ha saqueado sin escrúpulos a todo el planeta ha sido explotado por las naciones del mundo.
Hay que aclarar, que los aranceles no son negativos o positivos por naturaleza para el desarrollo nacional. Países atrasados, los establecen como protección para permitir el despliegue de sus fuerzas productivas. De hecho, así alcanzaron su modernidad y desarrollo las naciones productivamente más avanzadas de occidente. En otros casos, grandes potencias los imponen desde posiciones de fuerza para establecer sus intereses sobre sus competidores. En esta línea se inscribe la política extremista de Trump.
La contracción estructural de la producción industrial de los EE.UU., que se pretende revertir por medio de esta guerra comercial, no obedece a los aranceles de sus socios comerciales. La desindustrialización estadounidense se produjo como resultado de la exportación de capitales, como rasgo fundamental del imperialismo. Empresas trasnacionales van en búsqueda de mano de obra barata, abundancia de materia prima, fuentes de energía, mercados, etc. El sistema en su conjunto busca la explotación económica y la dominación política del resto del mundo. Esto tuvo como consecuencia colateral la reubicación de capacidades productivas en países más atrasados, donde la rentabilidad es sustancialmente superior.
Dicho proceso se profundizó en el marco de la globalización neoliberal, acelerada a final de los 80 y comienzo de los 90 con el desplome de la URSS y la irrupción de la hegemonía yanqui.
Asimismo, la depresión industrial de los EE.UU. responde a la financiarización de esa economía, rasgo muy importante derivado de la desregulación financiera del planeta en la globalización y también es el reflejo del creciente parasitismo del capitalismo desarrollado. El imperialismo ya no tiene estímulos para traducir sus portentosos avances científicos y tecnológicos en crecientes capacidades productivas industriales. Sus infalibles cálculos de rentabilidad privilegian la inversión transnacional y la de naturaleza especulativa.
Guerra comercial y parasitismo del capitalismo
De tal manera, que son cambios estructurales en el mundo los que provocan la disruptiva reacción arancelaria por parte de los EE.UU., donde el parasitismo juega un papel primordial. Los gigantescos déficits: comercial, fiscal y deuda pública; le han permitido a los estadunidenses vivir muy por encima de sus capacidades reales y solo pueden sostenerlo por la vía de la hegemonía política, financiera y monetaria. Este llamado a proteger la producción nacional por medio de aranceles descabellados para nada se fundamenta en la realidad.
Por cierto, hay que subrayar que los aranceles establecidos por Trump al resto del mundo no obedecen a cálculos reales ni se fundamentan en la reciprocidad. La base de cálculo de la agresión arancelaria fue un coeficiente del déficit comercial. Por ejemplo, inicialmente a China se le estableció el 34%, porque ese es el porcentaje del déficit comercial en relación al monto total del comercio binacional. A cada una de las naciones se le aplicó la misma base de cálculo.
Además, se trata de una violación flagrante a todas las normas establecidas en el marco de la institucionalidad, que rige la globalización de las relaciones comerciales y se expresa en la OMC, instancia creada y dirigida por los mismos EE.UU. y sus aliados occidentales para perpetuar su hegemonía comercial. Esta paradoja de violar sus propias normas es un claro rasgo de la decadencia imperial. Ni siquiera sus propias estructuras, que por décadas le permitieron beneficios leoninos, son suficientes para garantizar su dominación.
Consecuencias inmediatas de la guerra comercial
Los efectos de la guerra arancelaria no se han hecho esperar. El primer resultado se manifestó en las bolsas de valores de todo el planeta, que se desplomaron ante la declaración de guerra arancelaria. Los mercados perciben esto como una severa perturbación de las relaciones económicas internacionales y, por lo tanto, del clima inversionista. Cobarde, como es, el capital huye en estampida ante el impacto que sufrirán las principales empresas del planeta, promotoras de la globalización y de la producción diseminada transnacionalmente.
Al quebrantar las cadenas de suministro globales, se producirá no solo una caída de la producción. Los dramáticos efectos económicos de la pandemia del COVID 19 sobre las cadenas de suministro se mantienen aún frescos en la mente. Adicionalmente a ello, se genera un incremento de los precios, ya potenciados por los altos aranceles: mayores costos y precios para la importación de bienes de consumo, productos intermedios, maquinaria, insumos, etc.
Es decir, que lo que demagógicamente se anunció como beneficioso para los trabajadores estadounidenses y sus empresas, los va a golpear duramente a ellos y va a tener gravísimos efectos en el planeta. Los principales fondos de inversión y bancos globales ya predicen una alta probabilidad de recesión para el mundo; de mantenerse los anuncios de Trump.
Una de las peores consecuencias la ha sufrido el sector energético. Los precios del petróleo han caído en picada, ubicándose por debajo de los 60 dólares el barril. En teoría, para los consumidores esto representa menores precios de los combustibles. Sin embargo, esto no se ha registrado. Lo que sí ocurrirá será un rebote en los precios en un futuro cercano para garantizar las inversiones que permitan satisfacer las necesidades energéticas del planeta.
Por otra parte, la industria petrolera norteamericana, basada en el petróleo de esquisto con altos costos de producción, se contraerá con la caída de los precios petroleros en el mercado internacional, en razón de que sus costos ya superan los precios del crudo. Los planes de inversión de esa industria también se verán afectados, lo cual conducirá a un incremento de la importación de petróleo en los EE.UU., aumentando su dependencia energética del exterior. Este no era, precisamente, el efecto perseguido.
Verdaderos propósitos de la guerra arancelaria de Trump
En tal sentido, muchos interpretan la política comercial agresiva de los yanquis como un mecanismo para negociar rebajas arancelarias. Pero no pretende cualquier rebaja. Trump negociará solo cuando alcance condiciones muy favorables, como ya lo ha adelantado. Este es el mismo método extorsivo y gansteril de los clanes mafiosos: poniendo una pistola en la cabeza.
Trump trata también de chantajear a los gobiernos del planeta recordando que el mercado estadounidense es el principal mercado del mundo, lo cual no deja de ser cierto, aunque solo concentra un poco más del 10% del comercio mundial. De hecho, en las últimas dos décadas el mercado mundial se ha diversificado y han surgido nuevas potencias y bloques económicos.
Por ejemplo, ya China supera a los EE.UU. en numerosos indicadores claves de producción, comercio e inversión. Frenar a China en su ascenso indetenible hacia la posición de gran potencia económica del mundo es, precisamente, uno de los motivos fundamentales del aquelarre comercial trumpista.
Asimismo, un elemento central de la estrategia comercial yanqui persigue crear condiciones internas para una reducción de la tasa de interés, que reduzca el peso del servicio de la deuda pública en el presupuesto, y de esa manera, generar el margen de maniobra que le permita bajar los impuestos a las grandes fortunas. Esto constituye una de las principales promesas electorales de Trump y, además, servir a los multimillonarios representa el propósito esencial de su presidencia.
Agresión arancelaria de los EE.UU. contra China
Con China, los EE.UU. han ido hasta el extremo. En los momentos de la redacción de estas líneas, habían elevado los aranceles al gigante asiático hasta el 245%, algo tan extravagante como peligroso.
El principal motivo de esa obsesión yanqui con la República Popular China, como lo hemos mencionado, consiste en el temor de los EEUU de perder definitivamente su superioridad económica global. Eso representaría un durísimo golpe a la ya decadente hegemonía estadounidense.
De hecho, ya China supera ampliamente a los EEUU en producción industrial. Actualmente, los asiáticos aportan más del 30% de la producción industrial mundial. A finales del siglo pasado, no superaban el 5%, En contraste, los EEUU pasaron de tener una tercera parte de la producción industrial mundial, a un poco más del 10% en estos momentos. Ya China superó a la potencia imperialista en el tamaño de la economía y, ampliamente, en el ritmo de su desarrollo. En cuanto al avance tecnológico, el mayor dinamismo en la última década apunta a la economía china.
Este afán de competir con medios ilegales, desleales y agresivos, ha tenido históricamente desenlaces desastrosos. Un ejemplo de ello fue la antesala de la II Guerra Mundial. En el contexto de la Gran Depresión, se desató una pugnaz guerra económica entre las potencias europeas con aranceles, protecciones de todo tipo y devaluaciones de las monedas, para tratar de trasladar el peso de la crisis mundial sobre otras economías. Las confrontaciones económicas alentaron trágicos conflictos políticos y bélicos entre las naciones. En el contexto actual, la avidez bélica del imperialismo yanqui está fuera de cualquier duda.
En todo caso, los EE.UU. han quedado desubicados en esta estrategia agresiva. Por una parte, las consecuencias económicas han conducido a pausar la guerra arancelaria. Especialmente, la caída del valor de su deuda pública ha sido una campanada. Por otra parte, la postura firme de China los ha sorprendido y, aunque se mantiene la tensión con China, es evidente que no podrán doblegar a la nación asiática.
La República Popular China tiene una posición que se fundamenta en tres puntos. Primero, es inaceptable esta forma de gestionar las relaciones internacionales sobre la base de la fuerza, violentando normas y acuerdos. Segundo, esta política que aplica Trump genera terribles trastornos para la economía mundial. Tercero, a China no la van a doblegar. Está dispuesta a negociar, pero nunca bajo la presión y el chantaje. China no ha buscado esta confrontación ni otras que plantean los EE.UU., pero ha dicho que está dispuesta a hacer lo necesario para defender sus intereses, seguridad y soberanía.
En cuanto a lo comercial, el arsenal chino para enfrentar las pretensiones gringas es profundo y temible. i) La capacidad china para entrar en otros mercados es inigualable. Es el principal socio comercial de la mayoría de las naciones del mundo y desarrolla intensos contactos con la Unión Europea. ii) Es el baluarte económico fundamental del principal bloque económico del planeta: los BRICS. iii) Sus bienes son altamente competitivos por la vía de los precios y, de manera creciente, por su calidad. iv) Se encuentra en un proceso de ampliación de su inmenso mercado doméstico, lo cual lo hará menos dependiente de las exportaciones. v) La capacidad para maniobrar con su moneda le permite ganar terreno en la dura competencia del mercado internacional. vi) Es el segundo mayor acreedor de los EE.UU. Colocando parte de esta deuda en el mercado, pondría a temblar a los EE.UU. Por cierto, algo de esto ocurrió en días recientes, obligando a Trump a poner freno a su desquiciamiento.
Desde la perspectiva geopolítica, los EE.UU. tratan de aislar a China, manteniendo los aranceles solo a ese país. No obstante, lo que se observa es que ya los EE.UU. no tienen la capacidad de extorsionar al resto del mundo. Importantes naciones no se le subordinan. Ante la guerra arancelaria y el consiguiente debilitamiento de la globalización comercial, se fortalecen los bloques regionales y las irreversibles tendencias hacia la multipolaridad. Lejos de demostrar las fuerzas de los yanquis, ese desplante trumpista demuestra su decadencia y acelera tendencias globales que sepultan definitivamente la hegemonía unilateral.