Como ocurre con casi todo en el mundo, las crisis migratorias pueden tener buena o mala prensa, según los intereses de los dueños de los medios de comunicación más influyentes, que son los mismos dueños del resto del mundo (el complejo industrial-militar-financiero-digital), los auténticos amos del planeta.
El papel de la maquinaria mediática no es complementario: es esencial, medular, crucial, fundamental, primordial… como se le quiera decir. Si los medios no quieren, no hay crisis migratoria; y si los medios quieren, se monta una crisis y se le endilgan calificativos como “la más grave de América Latina en 50 años” o “la peor del mundo desde tiempos bíblicos”.
En este tipo de casos –lo mismo que en tantos otros– si el acontecimiento ocurre o no; la magnitud real que tenga y el número de personas afectadas pasa a ser algo secundario. Lo determinante es lo que los grandes medios digan que pasó y la manera cómo lo cuenten. Son tiempos de posverdad, de la manipulación mediática llevada al paroxismo y respaldada en algo sorprendente: las personas creen lo que quieren creer, al margen de los hechos verificables, incluso de los que ocurren en su presencia.
Si alguien tiene dudas de que esto sea así de retorcido, basta con comparar el tratamiento mediático a diversos fenómenos migratorios del mundo actual. Si usted es de quienes aún tienen la rara virtud de la inocencia, seguramente se quedará con la boca abierta.
Las crisis migratorias mediáticas
Una crisis migratoria tendrá apoyo mediático si sirve para atacar a un gobierno enemigo del capitalismo hegemónico; propiciar la injerencia en países con muchos recursos apetecibles por la voracidad corporativa; y forzar “cambios de régimen”, es decir, para imponer gobiernos títere.
Esa es una descripción muy completa del caso de Venezuela, cuya crisis migratoria ha sido el tema favorito de medios globales y nacionales, incluyendo a la “prensa libre” (órganos supuestamente independientes, financiados por la USAID y otras agencias y grupos de presión de Estados Unidos y Europa). Cientos de miles de centímetros/columna de los medios impresos convencionales; millones de bytes en los digitales; decenas de miles de horas de transmisiones radiales y televisivas y de entrevistas y tertulias con “expertos”; incontables tuits y videos virales en redes sociales han hecho del caso venezolano una referencia en la historia de los éxodos.
Una revisión a vuelo de pájaro de esta “cobertura” mostrará de todo un poco: desde periodistas que han tratado de cumplir su pauta con honestidad (una minoría, en realidad), presentando los hechos tal como son, hasta las más ramplonas e irresponsables tergiversaciones y mentiras.
En términos concretos, el pervertido aparato comunicacional fue, en primer término, disparador de la crisis misma.
Como parte inseparable del tinglado global empeñado en borrar del mapa a la Revolución Bolivariana, los medios fueron pieza clave en la creación de un clima de absoluta obstinación, un ambiente insoportable, la sensación de que estar en Venezuela era equivalente a carbonizarse en el infierno y que, en los otros países, por el contrario, quienes se fueran iban a vivir felices y a desarrollarse laboral y humanamente.
Al conseguir la salida masiva de personas de diversos estratos sociales, a los medios les correspondió proyectar y magnificar el fenómeno inédito de la migración venezolana. Una enorme cantidad de recursos fueron “invertidos” (es un negocio, no se olvide nadie de esto) por los dueños de medios para movilizar equipos hacia los pasos fronterizos y en el territorio de los países vecinos a fin de presentar el doloroso drama de quienes “huyen de Venezuela”, “escapan del comunismo”, “buscan refugio lejos de la dictadura”.
Llegó entonces el momento de las hipérboles, de las exageraciones más irresponsables, de decir sin ningún rubor que América Latina jamás había vivido una situación humanitaria tan grave, borrando así, de paso, las espantosas crisis que al imperio y sus lacayos no les interesa mostrar, esas para las que construyen muros y cárceles infantiles.
Después del boom de “la diáspora venezolana”, siguió otra etapa: la de mantener a toda costa la campaña mediática, incluso cuando el flujo de migrantes se detuvo y empezaron a producirse los primeros retornos de venezolanos desengañados y frustrados, gente que había sido víctima de la xenofobia o que simplemente había comprobado, en maltrecha carne propia, que eran falsas las expectativas que les crearon acerca de las naciones vecinas.
En esta instancia surgió la necesidad de mentir todavía con más intensidad, inventar historias ya sin ningún tipo de empacho, sin temor al ridículo, fabricar seudoacontecimientos como la edulcorada telenovela de las familias venezolanas cruzando a nado el río Bravo y siendo recibidos con cordialidad, casi con amor, por la policía fronteriza de Estados Unidos.
Las crisis migratorias ocultas
Mientas el aparato mediático armaba esta gran operación psicológica alrededor de los migrantes venezolanos, en el continente seguían desarrollándose otras crisis de desplazamiento de seres humanos, que tanto cualitativa como cuantitativamente eran (y siguen siendo) mucho mayores, pero que la misma maquinaria mantiene en silencio, salvo esporádicas menciones obligadas.
Uno de los principales focos en este renglón es Colombia, país que ha sido protagonista de una diáspora perenne, tan antigua como su guerra interna, agudizada por el paramilitarismo y el auge de la industria nacional de la droga. Solo en Venezuela se han radicado 6 millones de colombianos, pero los neogranadinos conforman grandes colonias también en los demás países suramericanos, en EE. UU., Canadá y Europa
La nación vecina es líder también en desplazados internos a escala mundial y en los últimos años se ha convertido, además, en una zona altamente riesgosa de tránsito de grandes caravanas de migrantes (colombianos y de otras nacionalidades) hacia Centroamérica, para luego seguir rumbo al norte. Miles de seres humanos desesperados atraviesan la peligrosísima selva del Darién, entre Colombia y Panamá, para avanzar en este periplo. Muchos mueren en el tránsito.
Pero este asunto es apenas mencionado de vez en cuando por los medios globales y casi nunca por la prensa colombiana, que en cambio opera como uno de los puntales en las campañas sobre la “crisis migratoria” venezolana. [No es de extrañar, pues la oligarquía que es su dueña, recibe fondos de los supuestamente destinados a los “refugiados” venezolanos, pero ese es otro tema].
La auténtica catástrofe humanitaria que los medios mantienen con sordina se hace cada vez más dura mientras más se avanza hacia el supuesto destino final, el sueño americano. En los países del Triángulo Norte (El Salvador, Honduras y Guatemala), las olas de migrantes se convierten en tsunami, alimentadas por miles de ciudadanos que intentan huir de la pobreza y la violencia criminal incontenible de esas naciones. La recarga en número de personas y en la crueldad de las situaciones que viven se produce en México, donde los migrantes, tanto nacionales como de otras latitudes, caen en manos de los carteles del narcotráfico, la trata de personas y el tráfico de órganos.
El arribo a la frontera con EE. UU. no es garantía del fin de las calamidades. Por el contrario, muchos de los migrantes son allí dados de baja (cazados, es un término más preciso) por las autoridades fronterizas estadounidenses, detenidos, separados de sus familiares o deportados. La tragedia más resaltante, desde el punto de vista humanitario, es el funcionamiento de cárceles para niños, lugares donde son mantenidos no en habitaciones, ni siquiera en celdas, sino en jaulas.
Los medios de la gran orquesta solo mencionan estos temas cuando se producen eventos particularmente oprobiosos, como han sido algunos casos de ahogamiento de padres y niños en el río o el penoso episodio de los haitianos azotados con látigos o enlazados como toros en el rodeo por los cowboys de la policía montada de Texas. Apenas pasa el efecto de los videos virales, la prensa vuelve a su mutismo o mejor, torna a hacer reportaje sobre los venezolanos que huyen del socialismo del siglo XXI.
Artículos aparte merecería el hipócrita enfoque de la prensa europea sobre este tema. Los mismos medios que han dedicado tanta atención a los migrantes venezolanos y montan shows sobre la recaudación de fondos para brindarles ayuda, encubren las acciones criminales de sus gobiernos (de ultraderecha, derecha o pseudoizquierda) en contra de las multitudes de hombres, mujeres y niños que intentan encontrar su futuro en la rica Europa.
El Atlántico, el Mediterráneo y otros mares del Viejo Continente son fosas comunes de miles de africanos que huyen de sus países, por cierto destruidos por EE. UU. y la OTAN, esquilmados por el capitalismo y sus grandes industrias, incluyendo la bélica. Mientras eso pasa todos los días, a toda hora, la mediática europea toca violines sobre la crisis migratoria venezolana.
¿Cuál sería el tratamiento de las crisis migratorias del mundo si la maquinaria mediática que las cubre y reseña no fuera parte inseparable del complejo de poder global que las causa?
Si tuviéramos a escala global una prensa relativamente libre, con ética comunicacional, se le daría a cada una el peso que tiene, se analizarían sus causas de fondo, más allá de las consignas y no se utilizarían como armas propagandísticas para destruir países o imponer gobiernos. No tendríamos unas crisis migratorias mediáticas y otras ocultas.
Reflexión dominical
«Campañeros» que denuncian campañas. Indignados y preocupados están algunos de los más ofuscados participantes de la campaña para que Alex Saab sea extraditado a EE. UU. Su indignación y preocupación se debe a que el rrrégimen y un grupo de particulares (ellos dicen que son alquilados) han salido a defender al representante diplomático de Venezuela, preso en Cabo Verde.
O sea, que a los «campañeros» anti-Saab no les gusta que haya campañas pro-Saab. Su visión de la libertad de expresión y de prensa es que solo ellos tengan derecho a encampañarse. Si el atacado se defiende o si alguien intercede a su favor, lo denuncian como un atentado contra la libertad democrática. Saque usted la cuenta.