El título obtenido por La Guaira ha sido aplaudido por todo el país, sin mezquindades derivadas del fanatismo beisbolero. Los odiadores políticos han quedado aislados
Un aficionado del Cardenales de Lara escribió en su cuenta en la red social X que difícilmente haya habido antes del actual un título venezolano de Serie del Caribe con más respaldo nacional que el obtenido por los Tiburones de La Guaira.
Dio en el clavo este aficionado y su opinión adquiere más relieve por haber sido Cardenales el equipo derrotado en la final del torneo local.
Si se revisan las ocasiones anteriores, las dos victorias de Navegantes del Magallanes y Leones del Caracas estuvieron afectadas por la rivalidad entre estos dos equipos. Secretamente, muchos magallaneros ligan contra el Caracas cuando este va a la Serie del Caribe; y lo mismo hace una gran porción de los caraquistas cuando el campeón nacional es el equipo de Valencia. Cosas del fanatismo interno, ese que propugna que “al enemigo ni agua”, el de los hinchas que saben que los del otro equipo van a usar su título para ufanarse de ser los mejores. Tampoco los dos gallardetes de las Águilas del Zulia y el único de Tigres de Aragua causaron tal consenso en su momento.
En el caso de la edición 2023-2024 de La Guaira, el factor rivalidad quedó casi borrado por el hecho de que este conjunto venía de pasar 38 años sin obtener el campeonato venezolano. Y ese detalle, nada menor, hizo que muchos aficionados de los otros equipos le concedieran una venia especial, al menos por este año.
Sin embargo, la causa principal de que los Tiburones hayan logrado el apoyo de aficionados no guairistas y también de gente no interesada en el beisbol debe ser la sed de triunfos que tiene el país en todos los deportes y el sentimiento de que es posible alcanzarlos, potenciado por los éxitos individuales de grandes atletas como Yulimar Rojas, Daniel Dehers, Julio Mayora, Keydomar Vallenilla, Rubén Limardo, Stefany Hernández, Yoel Finol, Joselyn Brea, Yorgelis Salazar, José Maita, Andrés Madera y Willis García, en diversas disciplinas. También ha fortalecido la confianza venezolana el desempeño de las selecciones de fútbol, fútbol sala y baloncesto, así como la gran performance de peloteros, destacando entre ellos el fenómeno Ronald Acuña Jr (ficha de La Guaira, aunque no jugó en postemporada venezolana ni en la Serie del Caribe).
Contribuyó al respaldo generalizado el hecho de que el equipo que se presentó en Miami a disputar la Serie del Caribe tuvo refuerzos de varias divisas de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, conformando así una especie de seleccionado nacional, aunque con la indiscutible personalidad central de los Tiburones, su alegría y su samba.
Como lo dijeron varios de los peloteros en las entrevistas después del juego final contra los Tigres del Licey de República Dominicana, lo ocurrido con La Guaira en esta temporada pareció en muchos momentos el guión de una película en la que los integrantes del club estaban predestinados al más clamoroso de los triunfos.
Hay que recordar que hasta mediados de diciembre, el equipo parecía comprometido, incluso para clasificar a la postemporada. Había confrontado problemas internos que llevaron a la remoción de todo el cuerpo técnico (el mánager, Edgardo Alfonzo y varios de sus coach). La transición gerencial también estremeció al conjunto en el campo de juego. Pero, tras el arribo del nuevo dirigente, el siempre controversial Oswaldo Guillén, los Tiburones parecieron agarrar una sobremarcha que les permitió terminar la temporada a todo vapor; tener un round robin de ensueño con 12 ganados (los diez primeros en fila) y dos perdidos; una serie final en la que solo perdieron un juego; y una Serie del Caribe con siete victorias y una sola derrota.
Otro motivo de apoyo generalizado fue que La Guaira logró romper una sequía de 15 años sin que un equipo venezolano se trajera el banderín del Caribe. El anterior había sido Tigres de Aragua en la edición 2009, celebrada en Mexicali, Baja California, México.
El libreto de los predestinados guairistas incluyó un momento de máxima inspiración: en el último juego de la ronda general, contra el equipo de Nicaragua, el lanzador zurdo Ángel Padrón, lanzó un juego sin hits ni carreras, apenas el segundo desde que comenzaron estos torneos, hace 72 años y el primero a cargo de un latinoamericano. El único hasta entonces lo había logrado el estadounidense Tommy Fine, en 1952, para los Rojos de La Habana, contra el equipo venezolano Cervecería Caracas, predecesor de los Leones.
Fue demasiado cinematográfico ese episodio pues Padrón abrió el juego por emergencia y el cuerpo técnico espera de él que lanzara tres o cuatros innings. En cambio, estuvo hilvanando un juego perfecto hasta el octavo, cuando otorgó un boleto. Ese enorme logro fue una señal inequívoca: La Guaira iba a ganar el campeonato, y lo consiguió derrotando a Curazao en semifinales y a Dominicana en la gran final.
Ni siquiera las maledicencias de unos pocos sembradores de cizaña, amargados infinitos lograron disminuir el apoyo generalizado a los Tiburones, que se expresó tanto en todo el territorio nacional como en la presencia contundente de connacionales en el estadio LoanDepot Park de los Marlins de Miami, donde retumbó la samba, como si del Universitario se tratase.
Aislados quedaron los odiadores de Guillén, del nuevo dueño del equipo campeón, Wilmer Ruperti y hasta de Diosdado Cabello, prominente fanático de los Tiburones a quien algunos desquiciados acusan de “comprar el título tanto en Venezuela como en el Caribe”, una afirmación con la que tratan de insultarlo, tal vez sin darse cuenta de que ofenden a los jugadores, a los aficionados y al beisbol como deporte noble. Por fortuna Guillén, Ruperti y Cabello parecen ser de esos a los que les resbalan los improperios. O, como dijo alguna vez Reggie Jackson: “los fanáticos no abuchean a los don nadie”.