Por José Gregorio Linares
Corría el año 1945. En Venezuela el gobierno del general Isaías Medina Angarita llegaba a su fin. Se hacía necesario buscar un candidato a la presidencia para las elecciones de 1946, que gozara de consenso para garantizar que el venidero proceso electoral se realizaría sin mayores problemas. El Presidente propuso a Diógenes Escalante para que lo sucediera en el poder. Éste era un hombre de reconocida trayectoria política nacional e internacional. Ya casi nadie se acordaba de que había sido director del Nuevo Diario, uno de los voceros más recalcitrantes del gomecismo; para la mayoría era una persona respetable: doctor en ciencias sociales graduado en París, con dilatada experiencia diplomática en Europa y Estados Unidos, Ministro de Relaciones Interiores y luego secretario particular de Eleazar López Contreras, amigo personal de hombres de Estado como Harry Truman. De modo que dentro y fuera del gobierno, dentro y fuera del país, la propuesta fue aceptada con beneplácito. El partido oficial, el PDV (Partido Democrático Venezolano) le apoyó multitudinariamente, así como su principal aliado, el Partido Comunista de Venezuela; lo propio hizo también el principal partido de oposición, Acción Democrática, dirigido por Rómulo Betancourt. Así las cosas, no faltaba más que informarle al afortunado Escalante de que pronto sería designado Presidente de la República de Venezuela, con el apoyo de la mayoría nacional.
Cuando esto se decidió, él se encontraba en EEUU, donde fungía de embajador en Washington D.C. Entonces de Venezuela le mandaron a llamar urgentemente para informarle nada más y nada menos que sería… Presidente de la República. La noticia le cayó como una bomba. En ese momento recordó que antes que él muchos habían ambicionado llegar a la Presidencia de la República, pero a pesar de todos los esfuerzos, no lo habían logrado; en cambio él, que no había hecho nada para llegar a ser Presidente, era llamado a ocupar la máxima magistratura. De inmediato se vino a Venezuela, donde comenzaron las atenciones, los agasajos y los homenajes. Esto era mucho más de lo que nunca había soñado. Entonces ocurrió lo inesperado: sus neuronas perdieron contacto entre sí, las piernas comenzaron a flaquearle, el corazón bombeó más sangre de la debida, experimentó una intensa ansiedad y el pánico lo desbordó. Pronto sintió un nerviosismo incontrolable ante los micrófonos, una terrible fobia a las multitudes y una paranoia que lo hacía ver enemigos en todas partes. La angustia, el malestar emocional, el trastorno de sueño hicieron presa de él.
Cuando el día 3 de septiembre de 1945 fue citado para reunirse urgentemente en el Palacio de Miraflores con el presidente Medina Angarita, el gabinete ministerial y la dirigencia del PDV, quienes le oficializarían la oferta, no soportó más la presión y estalló. Perdió todo contacto con la realidad y perdió el juicio. Mandó a decir al Presidente que no podía asistir a la cita porque “le acaban de robar su ropa, carece de camisa, y no tiene pañuelo para colocar en su paltó”. Días antes ya había dado indicios de su insania mental. Le había hecho saber a Arturo Uslar Pietri, Secretario del presidente Medina, que en el hotel donde le alojaban le habían robado “tres mil pañuelos que tenía en la gaveta”.
Ante los indicios, se conformó una junta médica integrada por los doctores Enrique Tejera París, Miguel Ruíz Rodríguez, Rafael González Rincones y Vicente Peña, para dictaminar el estado de salud del virtual presidente de Venezuela. El diagnóstico no dejó lugar a dudas: Diógenes Escalante estaba loco de remate. Esto creó una momentánea crisis nacional. No obstante el hecho, todos los factores políticos asumieron contrariados pero con mesura esta verdad. De inmediato lo informaron al país político y buscaron soluciones. Fueron sensatos, no intentaron engañar a nadie, ni pretendieron hacer pasar por cuerdo a quien había perdido la razón. Mucho menos lo siguieron en su desvarío. Se limitaron a llevar a Escalante a un centro psiquiátrico en Caracas, hasta que fue trasladado a un hospital de Miami, a petición de su amigo el presidente Truman. Allí murió en 1964, sin recuperar nunca su salud mental.
Lamentablemente ahora la demencia se ha apoderado de un sector de la sociedad. Un grupo de diputados que ha a todas luces ha perdido la razón, pretende designar como Presidente a un hombre que ha perdido el juicio. Se reunieron en esa especie de manicomio en que se ha transformado la Asamblea Nacional y decidieron, contraviniendo todo sentido de la cordura y el raciocinio, desconocer las elecciones nacionales donde por amplia mayoría el pueblo venezolano eligió libremente un Presidente de la República, y sin más ni más, designaron un nuevo Presidente de Venezuela y así lo difundieron ante los medios de comunicación enemigos del país.
Lo más grave del hecho es que el manicomio legislativo cuenta con el apoyo de una red de locos internacionales que también se niegan a asumir su insania mental y a recibir la atención médica requerida en estos casos. Si la historia sirve para algo, deberíamos llamar a una junta médica conformada por eminentes psiquiatras, como se hizo en el pasado, y someter a cuidadosos exámenes mentales a los diputados de la Asamblea Nacional, al que de entre ellos se cree Presidente del país sin haber participado siquiera en unas elecciones de condominio, a los enajenados gobiernos que les apoyan, y especialmente al loco del norte que instiga a otros a cometer locuras, como si estos fueran sus compañeros de habitación en un hospital psiquiátrico.