En este punto del camino prácticamente nadie cree la conseja establecida por la actual administración de Estados Unidos, de posicionar a la República Bolivariana de Venezuela como un narco-Estado.
Es decir, toda la maniobra actual desarrollada en aguas internacionales del Mar Caribe, y con provocaciones en el mar territorial de Venezuela, contienen otros propósitos.
Toda esta situación responde a tres cuestiones de carácter estratégico, que pueden afirmar la lógica actual de agresión en contra de la República Bolivariana de Venezuela, de la siguiente forma:
La actual administración de Estados Unidos, encabezada por Donald Trump, hasta el momento no ha obtenido ninguna victoria estratégica significativa en el escenario internacional, que pueda ser presentada al pueblo estadounidense en un contexto de creciente convulsión interna.
Existe una determinación estratégica de cambio de régimen político para la República Bolivariana de Venezuela, que se convierte en disposición táctica de una de las claves del Project 2025 que la Heritage Foundation ha elaborado para el conglomerado Make America Great Again (MAGA, -Hacer Grande a América Otra vez-), como es el control territorial, económico, social, político y militar de América Latina, como espacio vital de Estados Unidos.
Afirmar, desde la Doctrina Monroe, una posición de dominio sobre nuestra región, con el fin de poder presentar batalla al mundo multipolar que ha irrumpido con mucha fuerza en el actual contexto internacional y que, desde la perspectiva de Washington, es visto como una amenaza real a la hegemonía exclusiva que exhibieron a partir de la caída del bloque soviético.
Por ende, la aseveración realizada por el presidente de la República, Nicolás Maduro Moros, en torno al tipo de acción que se está realizando por parte de la élite de poder de Estados Unidos, no es otra cosa que el intento, dentro de la macroestrategia de controlar a América Latina, de cambiar el régimen político de nuestro país; instaurando en sustitución uno de carácter neocolonial para lo cual han precisado grupos políticos extremistas y connacionales que ven con buenos ojos (al punto de auparla) una intervención militar contra Venezuela.
En tal sentido, bien podemos afirmar que el actual momento que transitamos es de consolidación de la presencia del despliegue militar estadounidense en el mar Caribe, con la construcción de todo tipo de falsos positivos que le permitan entronizarse en el terreno y avanzar en uno de sus principales objetivos en contra de Venezuela, utilizando para ello el pivote de algunos Estados de nuestra región que tienen bajo su control con élites políticas básicamente entregadas a sus designios.
No por casualidad tenemos las posiciones del nuevo gobierno de Trinidad y Tobago, las de Guyana, en contubernio con una República de Panamá que cada vez exhibe menos el nombre de Estado libre, una Ecuador creciente en producción y tráfico de droga bajo la conserjería de Daniel Noboa, hoy retomada militarmente por Washington, así como una isla de Puerto Rico afianzada como colonia bajo la mirada complaciente de su nefasta conserje que se hace llamar gobernadora.
Parece la hora, en la actual circunstancia que transitamos, en que los países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que recientemente se han mostrado rechazando todas estas maniobras y amenazas a la paz de nuestra región, tomen una postura más reactiva y constructiva en acciones diplomáticas tendentes a evitar la conversión de nuestra región en una nueva zona de conflicto mundial, que finalmente es lo único que seguramente puede concluirse si es que los planes de Washington llegaran a concretarse.
El estado de fragmentación de la región, que hemos advertido en varias oportunidades, junto a una especie de postración donde algunos presidentes o presidentas hacen esfuerzos individuales para caer en gracia a la administración de Donald Trump, lo único que hacen en la actualidad es favorecer las maniobras imperiales que en tono desesperado procura una administración, cuyo accionar parece un remake de la administración del año 2017.
Lo último, con la pequeña gran diferencia, de que el declive estructural de Estados Unidos como hegemon mundial mantiene una caída sostenida.