“Fascistas, carroñas, vuelvan a las alcantarillas”, se gritaba hace años en las calles italianas. “Crs, SS”, coreaban los jóvenes manifestantes franceses, para denunciar los métodos brutales de la policía, las Compagnies Républicaines de Sécurité (CRS), comparándolas con las SS nazis. Y había muchas otras consignas que, también en Italia, les recordaban a los fascistas que su destino era terminar patas arriba: como Mussolini, ajusticiado y colgado de esta manera en Piazzale Loreto, en Milán.
Por no hablar, pues, de las consignas de apoyo a la resistencia palestina, que hoy han sido ampliamente proscritas, por ser «antisemitas». Y además eran habituales y diarias las amenazas hechas en las calles contra los patrones y la burguesía, con referencias explícitas a la violencia revolucionaria y la «venganza del proletariado».
Contenidos similares se expresaban en las canciones de lucha contra los guardias penitenciarios y los del sistema, y contra la propiedad privada, «porque no es delito robar cuando se tiene hambre«, cantaba Fabrizio De André. Eran años en los que el comunismo había ganado en la mitad del mundo y lo había ganado mediante revoluciones populares: en Rusia, en Vietnam, en China, en Cuba, inspirando y apoyando las independencias anticoloniales. «Crear diez, cien, mil Vietnam» fue la instrucción que dejó el Che, quien murió combatiendo en Bolivia el 9 de octubre de 1967.
Un ejemplo que parecía posible seguir también en Italia, Francia, España, Alemania, Bélgica: reanudar el avance del Ejército Rojo, que debió detenerse a las puertas de Europa, con una «guerra de larga duración». Una forma, también, de enaltecer a quienes habían caído luchando para frenar el avance del nazi-fascismo, a quienes la burguesía había dado carta blanca para contrarrestar la fuerza del movimiento obrero internacional.
“Bienaventurados los pueblos que no necesitan héroes”, escribió Bertolt Brecht, queriendo decir que, mientras tengamos que luchar necesitamos figuras que, con su ejemplo, encarnen ideales colectivos. Y no hacía falta explicar cuáles fueron los ejemplos a seguir por los explotados. No se utilizaban eufemismos para señalar a los traidores, ya que la batalla de símbolos estaba definida por elecciones concretas.
Luego, mucho más tarde, una vez derrotada y desaparecida la fuerza impulsora de la transformación radical, las «distinciones», las ambigüedades, los desvíos, los claroscuros de la memoria y, en última instancia, de sus sepultureros se extendieron por toda Europa.
Para cierta izquierda italiana, ya encaminada hacia la desinversión, la frase de Brecht se convirtió entonces en la afirmación perentoria de que, en la era del «post-todo», los comunistas no necesitaban héroes. Se atribuyó así al heroísmo una connotación arcaica de violencia, acercando el concepto al fascismo, al campo contrario.
“¡Ah! Nosotros, que quisimos preparar el terreno para la bondad, no pudimos ser bondadosos”. Escribió Brecht en el poema titulado “A los que vendrán después”.
Y, al describir las condiciones en las que, en la lucha por el comunismo no era posible ser bondadosos, además de la necesidad de reconocer la dureza del conflicto, manifestó plenamente su conciencia de los costes, de los riesgos inherentes al manejo de la violencia revolucionaria, que puede hacer que te parezcas al enemigo. “Bien sabemos que, el odio contra la ruindad deforma el rostro, y la rabia contra la injusticia enronquece la voz”, escribió. Conciencia de la necesidad, por tanto, no escudo moral.
“Pero vosotros, -concluyó el poeta alemán- cuando llegue el momento de que el hombre sea bueno para el hombre, acordaos de nosotros con comprensión”.
Sin duda, el revolucionario alemán habrá tenido que revolcarse en su tumba muchas veces; no sólo porque el tiempo «de que el hombre sea bueno para el hombre» se ha alejado del horizonte; sino porque la «comprensión» hacia las revoluciones anteriores y sus errores, solicitada a las generaciones futuras, entendida como resultado de una evaluación histórica en la que el alcance y los términos del conflicto de clases eran claros, fue reemplazada por una especie de «narcisismo compasivo» con el que el Occidente capitalista se absuelve, e impone a las izquierdas «blandas» connivencia con el enemigo de clase.
Una visión en la que la oposición inconciliable entre dos concepciones diferentes del mundo -comunismo y fascismo- se convirtió en el choque de dos «totalitarismos», en el que no hay perdedores, sino «víctimas», y víctimas más merecedores que otras en función de su subordinación al único modelo considerado posible, el capitalista, acompañado del «imperialismo humanitario» y de guerras igualmente «humanitarias».
Y así, una vez que el campo de los dominados está indefenso, privado de la legitimidad de la fuerza necesaria para contrarrestar la del enemigo (y por tanto para «preparar el terreno para la bondad»), la arrogancia del enemigo se impone y se extiende. Contra la legitimidad de los derechos, se impone la legalidad de quienes los violan a voluntad cuando sus mismas leyes, nacionales o internacionales, les resultan incómodas.
Una vez que la historia del comunismo quedó reducida a la de un proyecto criminal; una vez que el siglo de las revoluciones ha quedado reducido a un siglo de violencia, autoritarismo y «gulags»; una vez que los revolucionarios italianos y europeos, encarcelados y derrotados, han sido tildados de «terroristas»; la «judicialización» de la memoria avanza. Y el análisis histórico se convierte en una cuestión de tribunales, interpretable según las categorías del derecho penal.
En la «simetría antitotalitaria», la igualdad de las víctimas se convierte primero en igualdad de las causas, y luego se produce una noche en la que, como decía Hegel, «todas las vacas son negras», y el negro de las esvásticas acaba imponiéndose de nuevo.
Y así, si todo se define en la categoría metafísica del «terrorismo», sean las acciones armadas de la guerrilla comunista, o las masacres fascistas a sueldo de la CIA; la puerta se abre de par en par a los sepultureros de la memoria, para darles a la derecha neo-nazi una nueva impunidad.
Al ocultar el hecho de que el fascismo es una «patología» del Estado burgués y del capitalismo, o sea que es su «verdad»; se abre de par en par la puerta a una regresión autoritaria que vemos extenderse desde Europa a América Latina.
En el clima de guerra permanente determinado por el colapso del orden bipolar, la «guerra contra el terrorismo internacional» corresponde a la contra el «terrorismo interno», identificado gradualmente con las categorías potencialmente inconvenientes para los intereses patronales, o con aquellos temas aptos para «capitalizar» los miedos: inmigrantes, «irregulares», islamistas, etc. Se trata de despertar las emociones más sórdidas y darles un buen uso “estabilizador”.
Cuanto más se habla de humanitarismo o de «bien común», más se desata y difunde el racismo, el machismo, la opresión y el supremacismo, legitimados por una industria cultural que se nutre de ese individualismo narcisista, determinada a impedir la llegada de una sociedad en la que «el hombre sea bueno para el hombre».
Cuanto más se habla de “paz”, más avanza a nivel global una gigantesca guerra contra los pobres, la economía bélica desertifica territorios y se apodera de ellos, alimenta la sociedad del control, la criminalización de los migrantes y la militarización de las fronteras. Un gran negocio para el complejo militar-industrial. Una realidad que pone de relieve la inevitable contradicción entre la legalidad burguesa y la legitimidad del derecho del pueblo a rebelarse para que “el hombre sea bueno para el hombre” (y para la mujer).
Es en este espacio de desregulación de los poderes fuertes y, al mismo tiempo, de hiperregulación de los sujetos débiles y de la oposición social, dejado vacío por la creciente adhesión de la “izquierda” a las políticas neoliberales e imperialistas, donde las diversas máscaras del fascismo y el nazismo han surgido en el escenario mundial.
La demonización y el chantaje impuesto durante décadas al uso legítimo de la fuerza en la organización de los sectores populares, han sido acompañados por la autorización e impunidad dada a las consignas, mítines, y ataques nazis, imponiendo un diccionario distorsionado de la memoria, que entrampa las posibilidades de la revuelta.
Hasta tal punto que, un palestino que se rebela con armas es ciertamente un «terrorista», pero incluso si es asesinado por las fuerzas de ocupación mientras se manifestaba pacíficamente, se le considera «un suicida», o «un idiota», según la definición de el régimen sionista.
Tanto es así que, mientras el «modelo alemán» se hunde en lo que, hasta ahora, se ha considerado la «locomotora de Europa», Alemania se ha convertido en la punta de lanza de la OTAN, con la complicidad de la «izquierda» burguesa. Y el nazismo gana en las urnas, sin encontrar barreras ni oponentes equipados. El apoyo incondicional al régimen sionista por parte de la extrema derecha alemana (AfD) ejemplifica el cortocircuito que ha surgido en Occidente.
Pero la izquierda “democrática” (e imperialista) parece mucho más comprometida con la lucha contra el “comunismo” en todas sus formas. Por eso, así como no tuvo reparos en «reconocer» a un payaso que nadie eligió como presidente «interino» de Venezuela (Guaidó), ahora acredita a otra golpista (Machado), atacando sin tregua la democracia y la soberanía del país bolivariano.
Y, mientras tanto, mientras Europa financia a los nazis del Batallón Azov, en Ucrania, la estonia Kaja Kallas es elegida para liderar la política exterior de la UE. La señora, la primera mujer en convertirse en primera ministra de su país, se atribuyó la responsabilidad de la destrucción de los monumentos en memoria de los soldados soviéticos que cayeron para salvar a Europa del nazifascismo.
La profanación, que otros gobiernos bálticos prometieron seguir, llevó al gobierno ruso a incluir a Kallas en la lista de personas buscadas. “Y esto es sólo el comienzo –declaró la portavoz del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, María Zajárova– los crímenes contra la memoria de quienes liberaron al mundo del nazismo y el fascismo deben ser perseguidos”.
Incluso en Cuba, los fascistas pagados desde Miami dañaron los bustos de José Martí, así como en Venezuela derribaron los de Chávez en el intento de golpe postelectoral y, en Roma, vandalizaron el busto de Bolívar. “Al fascismo lo exasperan los símbolos de la emancipación, sobre todo si mantienen su presencia”, afirmó Abel Prieto.
“La historia”, escribió Gramsci, “es siempre contemporánea, es decir, política”.