Por: Gabriel García Dúran
La globalización no es un fenómeno nuevo, sus orígenes están intrínsicamente vinculados al colonialismo, más específicamente en el tiempo del antiguo Imperio Español. La globalización para entonces se sintetizaba con la frase “El imperio donde nunca se pone el sol” popularizada en el reinado de Felipe II.
Pero la globalización, más allá de imponer su lógica hegemónica sobre el territorio, y por ende en los medios de producción, tiene en sí el objetivo de imponer una visión hegemónica del mundo; atentando contra las identidades propias de los pueblos.
Con la llegada de la postmodernidad, una lógica globalizadora del mundo occidental ya no europea con el imperio español a la cabeza; sino con gran capital personificado, por así decirlo, por el imperialismo norteamericano; se ha querido posicionar como la salvación y estabilidad de la civilización partiendo de una aparente neutralidad; pero que en sí recoge las banderas de desigualdad del colonialismo, ya no desde la contradicción feudalista del amo/esclavo, sino desde la lógica capitalista de burguesía/proletariado.
Si algo logró el colonialismo, y posteriormente fue la reconfiguración económica del mundo al servicio de las grandes potencias en un tiempo; y que hoy por hoy se ve reflejada en las grandes empresas y conglomerados que se posicionaron por encima de los Estados nación; materializando desde finales del siglo XIX y todo el siglo XX la superestructura al servicio de los ideales e intereses del capital, que parte de la producción de bienes materiales para reproducir las relaciones de producción del capitalismo.
El porvenir de la transformación de la humanidad está condicionado por la contradicción propia de las relaciones sociales de los sujetos políticos que conviven en sociedad; dichas contradicciones siempre han estado latentes a la largo de la historia humana, ya lo mencionaba Karl Marx: «el motor de la historia es la lucha de clases«, para lograr una transformación de la sociedad toda.
Actualmente, la crisis natural del capital producto de sus contradicciones entorno a sus medios de producción que no son capaces de asimilar, producto de su comprensión del mundo, lo finito; que son los recursos naturales del planeta, esto ha desatado un quiebre en su poderío mundial causando pequeñas crisis internas para desviar la atención de su deterioro inevitable. En consecuencia, de esas contradicciones, el mundo unipolar reflejado en la globalización se encuentra debilitado, y el surgimiento de una visión multipolar y multicéntrica crece con rapidez por el retroceso casi natural del mundo occidental.
Todo esto tiene su repercusión en la geopolítica internacional, iniciando por el desgaste de la clasificación internacional del trabajo impuesto por el Gran Capital, y determinando en su mapa de riquezas los limites que deben y pueden alcanzar las naciones. Esta forma de dominación esta perdiendo vigencia, ya que su base económica esta debilitada, pero no por ello está acabada, si algo tienen las grandes naciones capitalistas es un poderío militar amasado en las últimas 70 décadas que, por su propia dinámica interna, va moviendo la económica de sus naciones, en base a la muerte de inocentes como consecuencia de la venta y compra de armas; lo se conoce como economía de guerra.
Sí para algo sirve la historia es para aprender de ella, y por ello ver lo que esta pasando en la actualidad con el sistema capitalista y todas sus expresiones similares es la versión contemporánea de la caída del gran imperio español, que no pudo mantener la estabilidad de su sistema hegemónico en los cinco continentes donde tenia presencia, lo que desencadenó una lucha por la emancipación de los pueblos oprimidos de todas sus colonias. Es hora de que se vea más allá del sol impuesto por el imperio del capital.