El Padre Libertador Simón Bolívar no sólo fue un genio político y militar de una capacidad muy avanzada en el tiempo histórico que le vio vivir; sino que supo identificar en su accionar amenazas, muy latentes y crecientes, para las posibilidades reales de fraguar la independencia nacional hacia nuevas etapas de unión, desarrollo, encuentro; y sobre todo bienestar para los pueblos recién emancipados.
No tardó en exponer sus preocupaciones ante los constituyentes de Angostura en 1819, tratando de sentar las bases de una nueva nación, unida y sobre todo con propósitos claros e instituciones fuertes, luego de un proceso de guerra contra el Imperio de España que consagró una etapa costosa en vidas y materia; sin contar el cúmulo de nuevos enemigos que tendría el naciente Estado.
La conjunción en un solo cuerpo político de Venezuela y la Nueva Granada, sería el primer gran paso para promover una nación fuerte; capaz de dar respuestas a una nación hostil y dispuesta a todo que crecía al auspicio de la Declaración de Independencia de 1776 y cuyo carácter expansivo era evidente: los Estados Unidos de América.
La Doctrina Monroe fue presentada el 2 de diciembre de 1823 por el quinto Presidente de EEUU, James Monroe, y apelaba a una supuesta protección de todo el continente de naciones en proceso de independencia ante la irrupción de los intereses europeos, especialmente apalancados en la idea de revitalización monárquica de la Santa Alianza que frenó la expansión napoleónica.
Así lo expresa Monroe: “Un principio referente a los derechos e intereses de los Estados Unidos es que los Continentes Americanos, por la libre e independiente condición que han adquirido y que mantienen, no deben ser en lo sucesivo considerados como sujetos de colonización por ninguna potencia europea (…) El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente distinto del de América. Esta diferencia proviene de la que existe entre sus respectivos gobiernos. En consideración a las amistosas relaciones que existen entre los Estados Unidos y esas potencias, debemos declarar que consideraríamos toda tentativa de su parte que tuviera por objeto extender su sistema a este hemisferio, como un verdadero peligro para nuestra paz y tranquilidad. Con las colonias existentes o posesiones de cualquier nación europea no hemos intervenido nunca ni lo haremos tampoco; pero tratándose de los Gobiernos que han declarado y mantenido su independencia, la cual respetaremos siempre porque está conforme con nuestros principios, no podríamos menos de considerar como una tendencia hostil hacia los Estados Unidos toda intervención extranjera que tuviese por objeto la opresión de aquél.»
En un ejercicio de supuesto «manto protector» contra las pretensiones de reavivar las colonias en nuestro continente, la elite estadounidense se atribuyó en esta Doctrina el derecho de hacer cuanto quisiera para preservar el continente y preservar sus propios intereses, vendidos al mundo como el resultado del consenso continental.
Doscientos años después, maniobras de alteración de la estabilidad en las patrias latinoamericanas, golpes de Estado, magnicidios, invasiones, guerras económicas, sabotajes, imposición de dictaduras y terapias de shock económico y social, han sido tan sólo una pequeña enunciación de las barbaridades que hemos tenido de sufrir y enfrentar las naciones de este continente, por el ejercicio doctrinario supremacista que ha implicado Monroe.
El propio Padre Libertador Simón Bolívar vio caer su deseo de construcción de una Nación unida por el propio ejercicio de la Doctrina Monroe, que echó por tierra al Congreso Anfictiónico de Panamá (1826) con un trabajo soterrado y bien documentado de la política exterior estadounidense con la connivencia de unos aliados siempre latentes en el Foreign Office británico.
Esta, junto a maniobras tendientes a fortalecer intrigas para dividir la naciente República de Colombia, a partir de la Constitución de Cúcuta de 1821, llevará a aquella frase célebre del Padre Bolívar en carta dirigida al Coronel Patricio Campbell, el 5 de agosto de 1829, donde expresa: «Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia a plagar la América de miserias en contra de la Libertad».
De hecho, toda la controversia actual en torno al territorio Esequibo tiene una parte de monroismo, cuando en Venezuela apelaron a la élite de EEUU para frenar las pretensiones británicas, amparados en una Doctrina cuyo ejercicio en nada nos beneficiaba. Una inocentada que pagamos en el tratado de Washington de 1897 y en el contubernio perverso entre EEUU y Gran Bretaña para pretender despojarnos de 159.542 kilómetros cuadrados a través del írrito Laudo de París de 1899 que hoy procura ser reavivado por la conjura de Guyana, ExxonMobil y el Comando Sur.
La vicepresidenta ejecutiva, Delcy Rodríguez expresó, recientemente, que esta Doctrina no sólo es una amenaza vigente para la estabilidad en América Latina, sino que resulta clave en la pretensión de despojarnos del territorio de la Guayana Esequiba por el cual estamos luchando los venezolanos y venezolanas, asistiendo a una cita histórica en el Referéndum Consultivo del 3 de diciembre, en ocasión de valorar las palabras reflexivas del intelectual argentino Atilio Borón:
«Las venas de Latinoamérica continúan abiertas como diría Eduardo Galeano. Nuestro querido intelectual, escritor argentino Atilio Borón; nos recuerda las heridas y las huellas de la Doctrina Monroe en América Latina cuando se acercan los 200 años de su nacimiento. Venezuela sigue siendo víctima de esa doctrina con el caso de la Guayana Esequiba, un fantasma de más de un siglo que Guyana revivió continuando con la historia de despojo de su colonizador», afirmó.
En su bicentenario, la Doctrina Monroe aún se mantiene como una lógica de relacionamiento de la élite de poder de EEUU con América Latina, sólo que los tiempos han cambiado y ya los pueblos de este continente no están muy dispuestos a aceptar imposiciones coloniales disfrazadas de falso progreso, cuando en realidad solapan la preeminencia de los intereses estadounidenses sobre los nuestros, cosa inaceptable en pleno siglo XXI.