Todo parece indicar que el gobierno de los EEUU busca ahondar la trama narrativa contra la República Bolivariana de Venezuela; ante el hecho cierto de no tener cómo generar mayores mecanismos de presión contra nuestro país que no sean puntos de inflexión sin vuelta atrás.
Esto es ya una intervención militar directa o un bloqueo naval total; precedido de una agresión que necesita mucho más que las simples y burdas justificaciones hasta ahora presentadas; en un escenario geopolítico mundial sumamente complejo, y caracterizado por la anomia total en materia de respeto a las reglas establecidas al final de la Segunda Guerra Mundial.
Una trama elaborada y ejecutada vilmente contra toda una nación cuyos resultados han sido bien limitados; tanto que hoy sus obedientes políticos y políticas de la oposición al servicio de un gobierno extranjero; sin palidecer en su accionar, bastante poco margen de maniobra tienen; si de hablar de liderazgo se trata, internamente socavado e internacionalmente cuestionado en muchos espacios.
Entonces ahí, y con el doble propósito de seguir saqueando bienes de la nación venezolana; mientras inventan nuevas tácticas para justificar el aumento de las agresiones, o colocar medios de presión contra la Revolución Bolivariana; podemos inscribir entre las recientes maniobras la del secuestro por más de dos meses de un avión de carga de la empresa EMTRASUR, filial de la línea aérea CONVIASA.
Detenido en el aeropuerto de Ezeiza, Argentina, y con connivencia de toda la institucionalidad que por acción u omisión lo mantiene secuestrado, el avión, y su tripulación no pueden regresar a Venezuela; con el agravante de que —hasta la fecha— nadie ha podido presentar ni demostrar nada irregular que justifique semejante acción, lo cual deja al descubierto las posibles maniobras que se pretenden entronizar con la aeronave secuestrada.
Para nadie es un secreto las ganas que tienen en Washington de recrear en América Latina la doctrina política que procuran establecer en Europa del Este, oriente medio y el estrecho de Taiwán, elevando los niveles de amenazas terroristas contra los países y movimientos políticos no acoplados a sus intereses.
Esta maniobra con el avión precitado, tiene todo el componente de intentar poner a Venezuela como país patrocinador del terrorismo o con el propósito de llevar nuevas aguas al molino de la Corte Penal Internacional, presentando un caso que, a todas luces, es una maniobra política sin ninguna prueba sustentable.
Tales acciones, se sumarían al sustento de la situación del oro perteneciente a Venezuela, que básicamente Reino Unido se está robando por instrucciones de Washington; los nulos gestos de rectificación de la política exterior estadounidense hacia nuestro país, condición esencial para avanzar en un franco y fructífero diálogo político; y ahora el secuestro y posible robo de este avión de carga venezolano, como partes de un todo, de una trama continuada de acciones urgentes que den algún sentido de preeminencia del poderío estadounidense en la región; fuertemente socavado y cada vez más rechazado por los pueblos del continente.
Desafortunadamente, en esta carrera por hacer revivir el expediente de la invasión, o de colocarnos como país promotor del terrorismo; en Washington han conseguido un pie de amigo en el desdibujado gobierno de Argentina; cuyo Presidente por quedar bien con dios y con el diablo, anda pagando la penitencia política de pasar sin pena ni gloria por una gestión de gobierno que transita entre ilusiones y desengaños.
No es la primera vez que el desaire y las posiciones fuera de foco se presentan en la Casa Rosada. Ya fue bastante notoria su posición sinuosa y de silencio ante las denuncias sobre la operación Puma; básicamente un plan militar de acción coaligada entre varias fuerzas armadas del continente, capitaneadas por el Comando Sur; ni más ni menos que para intervenir militarmente sobre la República Bolivariana de Venezuela, cuestión que por su sola gravedad debería haber sido aclarada con mayor empeño por la dirigencia gobernante en Argentina; pero hemos visto muy poco o nada al respecto.
Lo mismo sucede ahora con este avión; sesenta días de evasivas y ningún pronunciamiento tajante por parte del Gobierno de Alberto Fernández, le convierten en cómplice de esta maniobra; más cuando la arbitrariedad gobierna una acción donde ningún espacio de legalidad ha sido respetado; al punto que no hay nada en concreto que justifique la actual situación de secuestro, haciendo parecer, a todas luces, un lawfare lo que se está tramando esta vez para agredir a una nación entera, enfilando contra su línea aérea bandera.
Colaborar, por acción u omisión, con una agresión directa contra el patrimonio de la República Bolivariana de Venezuela; para además servir a la novela que pretenden urdir desde Washington en pro de escalar contra nosotros, por no querer hacer lo que indican, como si ya la fuerza de los hechos no hubiera demostrado con claridad que tal cosa no va a suceder en ninguna circunstancia; ubica muy mal al gobierno argentino, sobre todo con un país como Venezuela que le asistió para pagar su deuda y evitar el default, cuando nadie daba ni medio por ellos y se buscaba aislarlos financieramente, al tiempo de mantener una posición firme en el caso de las Islas Malvinas y frente al atropello continuado por el Reino Unido.
Robarse un avión patrimonio de Venezuela, y pretender con ello elaborar tramas de presión, o escalar hacia una nueva fase de agresión; constituye una nueva torpeza política que amalgama a toda una nación en torno al repudio y el rechazo; como bien queda evidenciado por la repulsa general a las medidas coercitivas unilaterales; cuyo genocidio bien planificado causa dolor al cuerpo nacional de manera injustificable.
Por el camino del chantaje, las amenazas y las agresiones no conseguirán nada quienes siguen empeñados en arrodillar a la libre, determinada e independiente República Bolivariana de Venezuela.