Históricamente a la oligarquía no le interesa la participación popular, ni en la vida política ni en los procesos electorales. A lo largo del tiempo ha puesto todo tipo de trabas para que el pueblo no pueda elegir y más aun para que no pueda ser elegido. Solo le interesa que una minoría privilegiada de la población ejerza el sufragio y que una elite a su servicio pueda ser electa. Así mantiene sus prerrogativas, consolida sus privilegios e impide que el Pueblo asuma su rol como sujeto político organizado, es decir, con conciencia de clase e identidad nacional, cultura de resistencia y sentido de Patria.
Cuando fueron creadas las Primeras Repúblicas a partir de 1811 se impuso el sufragio censitario. Los requisitos fundamentales para ser elector y para ser elegible eran: 1) la posesión de bienes inmuebles y de un elevado nivel de rentas, o 2) el ejercicio de una profesión universitaria lucrativa. Así la posibilidad de influir en la conformación de los poderes públicos le era negada al pueblo, que no es propietario de bienes inmuebles, no posee rentas, ni puede obtener títulos universitarios. Se negaba así el derecho al voto a numerosas personas que no tenían acceso al patrimonio y al saber académico, entre ellas las mujeres y las poblaciones no blancas. La gente humilde sin bienes y sin profesiones ni podía sufragar ni tenía derecho a ser electa.
Los doctrinarios de la República Plutocrática que se estaba conformando establecían que había que facilitar el derecho a votar solo a las personas más “capacitadas y esclarecidas”. El derecho al sufragio era únicamente para los verdaderos ciudadanos, aquellos que por tener un ingreso apreciable o disponer de grandes riquezas tenían algo que perder con el resultado electoral pues “el Estado no puede ser conducido o gobernado por quien no tiene experiencia ni conocimiento ni responsabilidad, puesto que el que no tiene nada para perder, nada tiene para cuidar”
En la elección realizada en nuestro país, dirigida a escoger los miembros del Congreso Constituyente de 1811, solo se permitió el voto a los hombres, mayores de 25 años, dueños de haciendas. Quedaron excluidas las mujeres, los pequeños propietarios, los jornaleros y en general los sectores bajos de la sociedad.
Esto se repitió en las sucesivas constituciones. Ello trajo como consecuencia que la élite de propietarios de la tierra – y por tanto de los negros esclavizados y los indígenas sometidos a servidumbre- se hiciera del poder político y desde allí consolidara su poder económico. En consecuencia, esta élite se opuso a las reivindicaciones que Simón Bolívar como líder popular promulgó a favor de los no propietarios: la abolición de la esclavitud (1816 en adelante), el reparto de tierras entre el los soldados como recompensa por sus servicios militares (1817), y la distribución de tierras entre los indígenas (1820 en adelante).
Más tarde, la Constitución de 1830, que sienta las bases de la República Oligárquica, establece el mismo requisito. Para ser elector se exige “ser dueño de una propiedad raíz cuya renta anual sea de cincuenta pesos, o tener una profesión, oficio o industria útil que produzca cien pesos anuales, sin dependencia de otro en clase de sirviente doméstico o gozar de un sueldo anual de ciento cincuenta pesos”. Para optar al cargo de Presidente de la República es requisito: “ser dueño de una propiedad raíz, cuya renta anual sea de ochocientos pesos; o tener una profesión, oficio, o industria útil que produzca mil pesos anuales; o gozar de un sueldo de mil doscientos pesos anuales”. El Poder es para quienes poseen riquezas.
De este modo, las exclusiones que ejecutó la oligarquía conservadora liderizada por Páez – que no permitió la participación del pueblo en los procesos electorales y le impidió el usufructo de los beneficios sociales que el Libertador en su momento quiso aportarles- dieron lugar a las revoluciones campesinas que a la larga reclamaron “Tierras y hombres Libres” y sufragio universal; lucha liderizada por Ezequiel Zamora.
Avanzado el siglo XX, la oligarquía recurrió a otros métodos electorales. Se disfrazó de democrática, pero en el fondo mantuvo su apego al voto censitario. Los ricos propietarios impusieron sus partidos y sus gobiernos. A los líderes y movimientos sociales que encarnaban ideales populares se les hostigó, reprimió y excluyó. En la práctica, en la mayoría de los casos, solo los voceros de las clases propietarias tuvieron posibilidades reales de ser elegidos y gobernar. Aunque en teoría todos podían votar, el sistema electoral estaba concebido para que solo los representantes de los ricos accedieran al Poder.
Afortunadamente, como decía Alí primera, “el pueblo es sabio y valiente» y encontró un líder, Hugo Chávez, que inició el camino que conduce a la ruptura definitiva del sistema electoral censitario, para que así el pueblo pueda elegir y ser elegido; y mucho más, para que sea el pueblo el dueño de la riqueza y del poder. En ese camino hemos dado pasos decisivos de marcha y contramarcha. En palabras de Argimiro Gabaldón “es un camino largo y difícil… pero es el camino”. Es el sendero que conduce hacia la Patria Comunal.
José Gregorio Linares