El desempeño de la economía venezolana ha sufrido una enorme dependencia del petróleo a lo largo del último siglo, de lo cual se desprende el carácter rentista de nuestra nación. A pesar de proporcionar importantísimos recursos al país, esta condición le ha impreso una forma muy perniciosa de crecimiento a nuestra economía. Como uno de los mayores traumas, ha sepultado la cultura del trabajo a causa de la generación de abundantes y “fáciles” recursos financieros.
Ante ello, nuestra revolución se ha planteado de manera firme la tarea histórica, y tremendamente compleja, de superar el carácter rentista y dependiente de la nación. Los esfuerzos realizados por el Comandante Chávez en este sentido fueron titánicos. Hubo avances significativos, pero obviamente insuficientes. Las raíces estructurales del rentismo resultaron ser más poderosas de lo que pensábamos.
En los años más recientes, la misma crisis ocasionada por la brutal agresión imperialista, especialmente en forma de bloqueo económico; ha activado mecanismos que apuntan de manera embrionaria a una economía pospetrolera. La economía comienza a crecer propulsada por diversos motores. Entre ellos, obviamente, se encuentra el petrolero, pese a los terribles efectos del bloqueo; pero lo novedoso es el protagonismo creciente de los motores no petroleros. Ese es un signo positivo de este nuevo proceso de crecimiento.
Sin embargo, deslastrarse de la dependencia del petróleo no es tarea sencilla. Todavía, la velocidad y potencia de la recuperación dependen en alto grado de los ingresos petroleros. Esta es una de las causas fundamentales que explica que el bloqueo imperialista haya golpeado desde el inicio, esencialmente, a nuestra industria petrolera y continúe afectándola gravemente, a pesar de la derrota propinada a la política de “cambio de régimen” de Washington contra nuestro país.
Así las cosas, los ingresos de la economía venezolana están aún determinadas en un elevado grado por la capacidad de producción petrolera nacional y por el nivel de los precios en los mercados internacionales.
En cuanto al primer punto, observamos que la producción ha venido aumentando de manera muy importante si consideramos las serias restricciones que nos afectan por la agresión yanqui. De acuerdo a las cifras disponibles (no oficiales), producimos entre 800 y 900 mil barriles diarios. Se trata de un esfuerzo enorme y una gran victoria alcanzada por los trabajadores petroleros. Por cierto, pertenece a la irracionalidad del imperialismo su decisión de mantener intactas las sanciones imperiales, a pesar de los efectos que tiene la crisis energética mundial en los EEUU.
Seguir avanzando en la recuperación de la industria petrolera nacional es de vital importancia para la expansión productiva de la nación y, con ello, para el mayor alcance de las políticas sociales, así como para consolidar la estabilidad política interna.
Esta tarea no pospone los planes de diversificación productiva del país para reducir nuestra dependencia petrolera. Esto último constituye un proceso histórico, para el mediano plazo, y para lo cual ya estamos dando los primeros pasos, pero la política económica de recuperación productiva tiene que responder a las condiciones actuales de nuestra economía, que aún depende de una manera muy significativa de las exportaciones petroleras.
Este esfuerzo nacional en la producción de hidrocarburos está acompañado también de los avances de las fuerzas productivas no petroleras. No obstante, ese proceso no puede activarse en toda su potencialidad sin aprovechar nuestra principal ventaja comparativa, el petróleo.
En relación al mercado petrolero internacional, se ha venido observando una creciente volatilidad después de una fase alcista de los precios iniciada en febrero de este año a partir del conflicto en Ucrania ocasionado por el expansionismo de la OTAN.
Por una parte, la incipiente recesión de la economía mundial ha impactado a la baja la cotización del crudo en el mundo. La recesión no solo es un hecho en un conjunto de las economías más desarrolladas del planeta (EEUU, UE,…), lo cual impacta negativamente la demanda mundial del crudo. Es preciso reseñar, que estas economías también se ven afectadas por altos niveles inflacionarios, los más altos de las últimas cuatro décadas, por lo que han venido adoptando políticas antiinflacionarias, especialmente, elevando las tasas de interés, con lo cual generan mayores efectos recesivos.
En una dirección distinta apuntan los efectos de las sanciones imperiales adoptadas por los EEUU y sus socios de la OTAN contra Rusia y, fundamentalmente, en contra de su sector energético. Estas medidas estaban destinadas a doblegar a Rusia en el conflicto en Ucrania por la vía del estrangulamiento financiero de su economía. No obstante, los resultados distan mucho de la caotización del país. A pesar de los ataques económicos, que pretenden boicotear la compra del petróleo y del gas rusos, así como de limitar el precio de estas compras, los indicadores claves de la economía rusa se han recuperado y, en algunos casos, incluso han mejorado después de los primeros impactos adversos.
Donde sí se han notado dramáticamente los efectos negativos de estas sanciones, es en la economía mundial. Tratar de bloquear a uno de los mayores productores y exportadores de gas y petróleo del mundo es un acto aventurero y delirante.
A consecuencia de eso, no solo comenzaron a aumentar los precios de la energía y el combustible en esa región, sino en la economía mundial. De hecho, esta agresión económica dirigida a destruir la economía rusa se tradujo en altos precios de gas y petróleo y, por lo tanto, en mayores ingresos para Rusia, que coloca sin dificultad en Asia el petróleo “no deseado” en Europa. La enorme dependencia energética de buena parte de las naciones de la UE, convirtió a esas sanciones en un bumerang que estalló en la cara de su economía.
De tal manera que, a la tendencia que apunta al descenso de los precios del petróleo, activada por la recesión mundial, se contraponen las turbulencias causadas por las medidas de agresión económica de los EEUU y sus socios de la OTAN contra Rusia.
Al respecto, muchos podrán preguntar, por qué los EEUU no aumentan la producción como lo hicieron en el pasado, básicamente, apoyados en la tecnología del fracking, lo cual los llevó a convertirse en los mayores productores de petróleo del mundo en tan solo una década. La respuesta es sencilla, al parecer la era del fracking ha llegado a su final. Los yacimientos comienzan a agotarse; las inversiones son muy elevadas; ha aumentado el precio de muchos insumos; desaparecieron incentivos financieros del pasado; el aumento de las tasas de interés dificulta aún más la inversión; crece la incertidumbre en el sector debido a la “agenda ambiental” del gobierno de Biden, lo que se traduce en el empleo de los dividendos de estas empresas en propósitos y actividades distintas a la reinversión en el sector…
Para asegurar mayor estabilidad en los precios del petróleo, la OPEP+ realizará una reunión en los próximos días con la propuesta de recorte de la producción mundial de un millón de barriles diarios, lo cual acercaría y consolidaría por ahora los precios en un nivel que ronda los 90 dólares el barril.
Acá se evidencian dramáticos cambios geopolíticos, pues los EEUU en condiciones de guerra contra Rusia y el gobierno yanqui con la necesidad de reducir los pecios del combustible en el preámbulo de elecciones cruciales, ya no están en capacidad de imponer sus intereses a sus antiguos satélites petroleros del medio oriente.