Los recientes ataques terroristas del régimen de Kiev a Kurks y a Brianks, sumando atentados en aeródromos rusos, echan por tierra cualquier posibilidad concreta de un alto al fuego ante un grupo nazi que lleva a cabo una especie de escalada que solo llena los bolsillos de los perros de la guerra
Habría que tener un altísimo grado de ingenuidad para pensar que con un simple verbo echado a andar, un decreto firmado, o una reunión; finalizaría una de las grandes empresas del occidente colectivo para frenar el mundo multipolar.
La guerra de Ucrania tiene altos componentes de carácter geopolítico e intereses asociados desde el punto de vista económico, que observan la guerra como el gran dispositivo de resolución de una de las nuevas etapas de profunda crisis del capitalismo mundial que, desde 2009, viene dando bandazos y ahora trata de no caer en recesión luego de la pandemia de Covid 19; mientras otra se nos viene anunciando como una condición de posibilidad para hacernos regresar a lo que vivimos en 2020.
Apartando un poco el carácter económico, y vaya que los perros de la guerra han sacado buen partido de la provocación militar a la Federación de Rusia, el tema geopolítico estriba ni más ni menos que en frenar la expansión del país eslavo hacia occidente con su poder económico y energético; siendo uno de los pivotes del mundo multipolar que tiene como máximo exponente a la República Popular China y su propuesta mundial de la Ruta de la Seda y la Franja.
De paso, este tema de la acción de provocación a Rusia se mezcla con la indudable presencia de un nuevo orden mundial, tan convulso como inevitable, hasta un punto de tal calibre que aún la cancha (para saber cuál va a ser su deriva) no ha podido ser marcada. De algún modo esperábamos que las celebraciones del 80.° Aniversario de la derrota del nazismo y de Alemania en la Gran Guerra Patria por parte del pueblo y el Ejército Rojo de la Unión Soviética, sería el escenario proclive para definir las líneas gruesas, de ser el caso, de un proceso de negociación. Tal cosa no sucedió.
Mucho hemos hablado de que la definición de la situación en Europa del Este, será el sello insignia de cómo van a derivar las cosas en el nuevo y convulso orden mundial cuyas placas tectónicas están en movimiento y amenazan no sólo la paz mundial, sino además la supervivencia de los Estados Nación, cuya fragilidad o fortaleza pueden llevarles a sostenerse en el tiempo, a pesar de los sismos y terremotos, fundamentalmente políticos, que estamos presenciando.
Los elementos de la resolución de esta guerra no pasan por un alto al fuego, cuyo fracaso se ha mantenido en estos últimos procesos de negociación en Estambul, República de Turkiye, donde apenas algunos gestos han sido acordados, y demuestran que los asuntos de fondo que construyeron la provocación a la Federación de Rusia se mantienen vigentes a pesar de la derrota en el campo de batalla del régimen nazi de Ucrania, y más aún de la desesperada acción de Donald Trump por tratar de imponer a Volodimir Zelenski una lógica de capitulación, cuando quien debe capitular ante el país eslavo es el gobierno de Estados Unidos, quien fue el gran factor que provocó, género, y ejecutó las maniobras para escalar todo el escenario al punto de este conflicto bélico.
Aún retumba en la memoria aquella declaración de la ex canciller de Alemania, Ángela Merkel, para un famoso medio de comunicación de su país, donde sin tapujos afirma que, por ejemplo, los acuerdos de Minsk (suscritos entre 2014 y 2015) no fueron más que una maniobra del occidente colectivo para preparar al régimen político nazi de Ucrania (montado a partir del triunfo de la revolución de colores de 2014) para la futura guerra en contra de la Federación de Rusia, asunto que evidentemente pasaba por violar de manera sistemática uno a uno cada acuerdo suscrito en la capital de Bielorrusia.
Con semejante pieza comunicacional, no es nada extraño que los desesperados esfuerzos de Donald Trump por poder presentarle a su país una victoria política real y concreta, corriendo al sexto mes de su administración y con la mira puesta en las elecciones de medio término en el año 2026, sin mayores triunfos que no sean una política exterior contradictoria, peligrosa y convulsionante, tratando de desmontar la globalización que ellos mismos impusieron al planeta, vinieron degradando en el caso de la guerra de Ucrania al punto de no tener resultados significativos.
Los recientes ataques terroristas del régimen de Kiev a Kurks y a Brianks, sumando atentados en aeródromos rusos, echan por tierra cualquier posibilidad concreta de un alto al fuego ante un grupo nazi que, ahora bajo el amparo de sus «mejores amigos» de Reino Unido, Alemania, y Francia (y posiblemente un apoyo bajo cuerda de las instituciones de defensa de Estados Unidos), lleva a cabo una especie de escalada en el verano europeo que solo llenaría los bolsillos de los perros de la guerra ante una prolongación inútil de este conflicto bélico.
Evidentemente, dicha escalada está desarrollada bajo el argumento de «sentar» en una mejor posición al régimen ucraniano en la mesa de negociación. La realidad es que llevar a cabo este escalamiento lo único que está comprobando es que la vigencia de ese sistema político ucraniano, absolutamente divorciado con el futuro de la humanidad ya que retrotrae a la misma a los peores tiempos de la Segunda Guerra Mundial, es un obstáculo real y concreto dispuesto por el occidente colectivo (encabezado por Estados Unidos) para dar continuidad a los propósitos de frenar cualquier tipo de relacionamiento de Rusia, y prontamente de China, con Europa Occidental, siendo pivotes económicos y energéticos que al sol de hoy resultan muy superiores a lo que puede ofrecer el gigante estadounidense.
Sin resolver la amenaza del régimen ucraniano para la integridad territorial de Rusia; sin resolver el necesario fin de la expansión salvaje de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el este, incluyendo sacar de su estatus neutral a países como Suiza, Suecia y Finlandia; sin reconocer que la autonomía y deseo de los pueblos que hoy se han mostrado dispuestos a ser parte de Rusia es una realidad de la política que quedó sellada ante la inclemente ofensiva genocida del régimen ucraniano, desde 2014, contra pueblos como Lugansk y Doneskt, son asuntos propios de los temas de fondo que deben resolverse antes de pensar siquiera en un alto al fuego, más cuando el régimen ucraniano deriva en acciones de terror para tratar de torcer el brazo de Moscú en un escenario de negociación realmente risible.
Mientras no se configure definitivamente la cancha de la negociación del nuevo orden mundial, la guerra en Europa del Este continuará.
No son buenas noticias para la aceleradamente desgastada gestión de Donald Trump, cuyas torpezas van acelerando a lo interno de su país el regreso del Partido Demócrata, y sus concepciones abiertamente bélicas, a la Casa Blanca en los años futuros.