El chavismo ante una nueva maquinación imperial
Como gobierno: mano firme
Frente a alteraciones flagrantes del orden público, el chavismo tenía, primero que nada, una responsabilidad como gobierno. No podía permitir que, una vez más, sectores manipulados por una inconsistente denuncia de fraude, incendiaran el país impunemente.
Esta vez la respuesta fue rápida y eficiente, al meter en cintura a quienes participaban en esta ola de violencia, incluyendo sus ejecutores materiales y también algunos de los autores intelectuales. Especial reconocimiento merecen los cuerpos de seguridad del Estado porque lograron aplacar los ánimos incendiarios casi sin daños físicos del lado de los violentos, a sabiendas de que, como de costumbre, “andaban buscando un muerto” para presentarse como víctimas ante la comunidad internacional.
Tristemente, sí hubo fallecidos y heridos en las filas del chavismo, aunque los líderes de la contrarrevolución siguen asegurando que sus manifestaciones siempre son pacíficas.
Es crucial que se produzcan estas respuestas, firmes aunque dentro del marco constitucional y legal, pues es evidente que el plan de los derrotados es arrebatar, por las malas, mediante la caotización del país. La ciudadanía pacífica (de uno u otro bando) merece que se haga cualquier esfuerzo en favor de la tranquilidad pública.
En la calle, con presencia popular
Otro componente fundamental de la respuesta del chavismo a la escalada de violencia opositora ha sido la presencia popular en el escenario público.
Por una parte, la dirigencia y las bases revolucionarias retomaron las calles, luego del esfuerzo de campaña y del despliegue de la jornada electoral propiamente dicha; para encarar el empeño de la ultraderecha de crear un clima de anormalidad y anarquía.
Este es un gesto de coherencia política e ideológica, pero sobre todo de gran valentía, porque la acción de las rabiosas huestes opositoras ha estado dirigida precisamente contra los líderes institucionales y sociales del chavismo, con serias amenazas contra su vida e integridad, que en varios casos se perpetraron cobardemente.
En un ambiente diseñado en laboratorios de guerra cognitiva para abominar al chavismo (la jefa de esa campaña reiteró que su idea era “enterrarlo para siempre”), se requiere de mucho coraje para salir a las calles a ocupar el espacio que le corresponde a un movimiento político irreversible e histórico.
Movida contundente en el plano jurídico
Si la guerra es multimodal, la respuesta también debe serlo. Y el recurso de amparo interpuesto por el presidente Nicolás Maduro ante el Tribunal Supremo de Justicia es una muestra de que la dirigencia revolucionaria está consciente de ello.
Mientras la extrema derecha, y sus secuaces un tanto más moderados, se lanzaron con sus dos típicas estrategias, calentar la calle y activar un clima internacional adverso a Venezuela, el mandatario reelecto se enfocó en la legalidad, recurriendo a la máxima autoridad judicial del país para que investigue y ponga en claro todo lo que puede haberse enturbiado respecto al resultado electoral.
Se anota desde ya esta movida ajedrecística en la lista de otras que Maduro ha ejecutado en momentos de enconada confrontación política. Baste recordar otra de ellas: la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente en 2017, cuando las fuerzas imperiales habían llevado al país al borde de la guerra civil.
Ante esa jugada política de alta factura, los desbocados denunciantes de fraude quedaron sin argumentos, sin capacidad de reacción. Todos los otros excandidatos presidenciales (ocho opositores y el presidente reelecto), acudieron a la convocatoria del TSJ, mientras el que supuestamente reivindica el triunfo, estuvo ausente.
Firmeza internacional en defensa de la soberanía
El plano internacional fue un cuarto elemento notable en la respuesta revolucionaria al nuevo intento de desestabilizar el país y tomar el poder por la vía de la fuerza.
Como era de esperase (ya ha ocurrido demasiadas veces), un conjunto de gobernantes de ultraderecha, derecha, centro y hasta de la izquierda woke, asumieron como propia la versión irresponsable del fraude y dijeron que no reconocerán al siguiente gobierno del presidente Maduro.
La réplica de la diplomacia bolivariana de paz fue contundente: se trata de una inaceptable intromisión en asuntos internos del país, llevada a cabo en concierto con el poder imperial y con el evidente objetivo de propiciar un golpe de Estado contra la decisión mayoritaria del pueblo venezolano.
En esta oportunidad no ha habido temblor de manos. Se ha procedido a cortar por lo sano con países que pretenden chantajearnos con su decisión de reconocer o no la victoria de Maduro, una facultad que se han atribuido a sí mismos.
Por cierto, algunos de los gobernantes que pretenden asumir ese rol son completamente ilegítimos, como es el caso de Dina Boluarte, la presidenta de facto de Perú, país que mantiene tras las rejas al genuino presidente, Pedro Castillo. Además, varios de los países que se erigen en jueces con poder de decisión sobre la legalidad del gobierno venezolano tienen sistemas electorales arcaicos y tramposos a más no poder.
Especialmente dolorosa para la derecha hemisférica fue la derrota sufrida en el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, que intentó emitir juicio sobre las elecciones del 28-J, a pesar de que Venezuela se separó de ese cuestionado organismo desde 2017.
Ese fracaso hizo destilar bilis a parlamentarios de la ultraderecha estadounidense, quienes han tenido el descaro de amenazar a los países que no votaron a favor de la esperpéntica declaración de condena a Venezuela. Pura democracia.