José Gregorio Linares
Recientemente Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, publicó un libro clave para todo revolucionario de nuestro tiempo. Se titula “¿Qué es una Revolución? De la Revolución Rusa de 1917 a la revolución en nuestros tiempos”. El autor es un intelectual orgánico al servicio del socialismo nuestroamericano, un cimarrón sentipensante que asume con pasión su compromiso con el presente de lucha y con el futuro que nos pertenece. En esta obra expone originales reflexiones cuyos propósitos son: profundizar los procesos revolucionarios en Latinoamérica, superar los escollos inherentes a toda revolución verdadera, y evitar la restauración derechista e imperial en el continente.
El texto da cuenta de las tensiones que se desarrollan principalmente entre dos sectores contrapuestos: los impulsores de proyectos revolucionarios que se plantean la drástica transformación de la sociedad, y sus adversarios históricos; quienes luchan encarnizadamente en defensa de regímenes caducos. Asimismo explica los conflictos que se ventilan al interior del movimiento revolucionario; escenario donde pugnan veladamente los intereses de un régimen que se niega a morir contra un proyecto de sociedad que no acaba de nacer. De modo que puede ocurrir, y de hecho ha ocurrido con frecuencia, que a costa de grandes sacrificios y “por iniciativa directa de las masas desde abajo” se forjan revoluciones genuinas. Una vez en el poder una élite camaleónica secuestra el Estado y transmuta la revolución en la negación del ideal innovador que inspiró la lucha. Esto se hace, sin dejar de emplear los símbolos y la jerga de la revolución. Así, el Estado Revolucionario se convierte en el último reducto de la disputa por el poder. Allí, junto a los auténticos revolucionarios se mimetizan y camuflan los que promueven un programa reivindicativista que deja intactas las viejas estructuras económicas, los que medran con la instauración de regímenes hechos a la medida de sus conveniencias, y los que subrepticiamente preparan el terreno para la contrarrevolución.
Mas para García Linera el objetivo es mantener y radicalizar la Revolución. Para ello deben combinarse dos momentos que se refuerzan y se complementan: 1) El momento hegemónico, basado en la concientización y la persuasión; se propone “construir un poder ideológico, un liderazgo moral y una conducción política para la inmensa mayoría de la sociedad movilizada”. Es un abordaje transformador de la conciencia, la ética, la cultura y el sistema de valores porque “las revoluciones son, por excelencia, luchas y cambios drásticos en el orden y los esquemas mentales con los que las personas interpretan, conocen y actúan en el mundo. Dicha transformación del mundo simbólico de las personas se realiza principalmente por medio del conocimiento, la disuasión, la convicción lógica, la adhesión moral y el ejemplo práctico; es decir, a través de métodos pacíficos de convencimiento”. De allí que sea impostergable desplegar en cada espacio popular una sistemática y creativa cruzada permanente de formación y cultura dirigida a fortalecer la conciencia de clase, la visión antiimperialista, el sentido de la venezolanidad y los poderes creadores del pueblo. Se hace necesario que se cumpla con la consigna: Toda la Patria una escuela.
2) El momento jacobino o de fuerza, que se produce cuando los voceros de la reacción y sus secuaces contraatacan e intentan por medios ilegítimos (violencia, boicot económico y financiero, alianzas con naciones extranjeras hostiles, desacato a las leyes y la autoridad, etc.) ocupar el poder e imponer en la práctica un régimen de facto disfrazado o no de democracia. De modo que son ellos o nosotros. Entonces la Revolución actúa con firmeza y pasa a la ofensiva. De lo contrario perece, bien sea por la acción directa de sus enemigos de clase o por la desilusión de los sectores populares ante la inactividad o debilidad de sus voceros revolucionarios frente al adversario. No es el momento de pactar ni de mostrarse pusilánime. En palabras de García Linera “es un tiempo donde los discursos enmudecen, las habilidades de convencimiento se repliegan. Lo único que queda en el campo de batalla llano es el despliegue desnudo de fuerza para dirimir, de una vez por todas, el monopolio territorial de la coerción y el monopolio nacional de la legitimidad”. Así “emerge un choque desnudo de fuerzas, o, al menos, de medición de fuerzas de coerción, del que solo puede resultar la derrota militar o la abdicación de una de las fuerzas sociales beligerantes”.
Hoy en Venezuela las fuerzas revolucionarias y su gobierno no pueden evadir ni postergar más este momento decisivo. Las cartas están echadas. Las huestes reaccionarias hacen uso de todos los métodos ilícitos para derrocar al gobierno revolucionario y desmoralizar al pueblo: violencia de calle; boicot cibernético y financiero; saboteo a los servicios básicos, solicitudes de invasión extranjera, transgresión de las leyes, desacato a la autoridad legítima, falsos positivos mediáticos, daño a la propiedad pública y privada, rechazo a las negociaciones de paz, etc. Pero sobre todo están ejecutando una modalidad de guerra terriblemente perversa, la guerra económica, que cobra víctimas en toda la población, especialmente entre los sectores más vulnerables, es decir, los más pobres, las mujeres, los niños y los ancianos. Esta guerra se vale de mortíferos proyectiles y poderosas bombas: hiperinflación inducida, desabastecimiento, dolarización de la economía, mercado negro de alimentos y medicinas, acaparamiento, usura desmedida, desaparición del efectivo, monopolio de la comercialización, contrabando de extracción, asociación de paramilitarismo con bachaqueros, corrupción de gerentes públicos y privados , civiles como militares. De este modo propician la desnutrición y atacan la salud de nuestro pueblo, al punto que han provocado un genocidio silencioso y un empobrecimiento generalizado.
Ante esta criminal embestida de la reacción, las fuerzas revolucionarias deben responder con reciedumbre y prontitud, so pena de fortalecer un adversario desalmado que está matando a nuestra gente y pretende desmoralizarla. Hay que contraatacar contundentemente para poder vencer. Replicar sin vacilaciones ni condescendencia. Ejercer el poder de coacción contra los enemigos del pueblo. Imponer decididamente el momento jacobino. ¿Qué estamos esperando?