A 169 años de su paso a la inmortalidad
La paz es el estado de armonía individual y colectiva de índole espiritual, mental, física, social y ambiental que se alcanza cuando una utopía es lograda. No existe paz a medias, de allí su carácter indivisible. La vida en fraternidad con la naturaleza sólo es posible en la paz. La confluencia de la alegría, la justicia, la grandeza y la hermosura es la paz. Pero dado que la enfermedad que caracteriza al modelo civilizatorio occidental: “una sed insaciable de riqueza” infesta la sociedad; se dificulta que estos cuatro estados converjan.
La irenología es la ciencia que estudia la paz. Su nacimiento académico formal surge después de finalizada la primera guerra europea (conocida mediáticamente como Primera Guerra Mundial), pero el envión lo da cuando finaliza la segunda guerra euroasiática (conocida mediáticamente como Segunda Guerra Mundial) gracias a los aportes del sociólogo y matemático noruego Johan Galtung y al impacto emocional, intelectual y económico producidos por los actos de barbarie cometidos por el nazismo y el fascismo entre 1939 y 1945.
Entre los estudiosos de la paz se encuentra el filósofo prusiano Immanuel Kant con su libro La Paz Perpetua, escrito en 1795; y el polímata venezolano Simón Rodríguez en toda su obra.
El neologismo “irenología” se compone de dos locuciones griegas, “irene” «paz” y “logos” que significa estudio o tratado. En la mitología griega, las Horas eran hijas de Zeus y Temis, la diosa de la Justicia divina. Eran las deidades de las estaciones y de las porciones naturales del tiempo. Desarrollaban labores relacionadas con la fecundidad y la fertilidad, pero también se encargaban de enganchar los caballos al carro del Sol, criar a Hera cuando era una niña, acompañar a Afrodita cuando apareció en el mar, disipar o reunir las nubes situadas en el Olimpo y custodiar su entrada. Las Horas eran tres: Irene, la paz; Diké, la justicia; y Eunomía, el orden.
Irene fue para los griegos un término con el cual conceptualizaban los tratados entre las ciudades-Estado helénicas; con finalidades claramente políticas, convirtiendo esta palabra en un concepto técnico en el campo de las relaciones internacionales.
Con el término Irene los griegos describían no sólo la unidad interior y social, sino la armonía mental, interior y espiritual que conlleva sentimientos tranquilos y apacibles. Esta concepción nace de la cualidad griega que tiene que ver con la búsqueda de la perfección y de la unidad, que a su vez puede explicar de manera parcial la paz como utopía ya que ésta es deseada, mas no alcanzable.
Por su parte, para los romanos, el término “pax” está relacionado a la idea de mantener y respetar “lo legal”, que marca y define las relaciones e interacciones humanas. Sin embargo, la “pax” romana como sistema de ley, beneficiaba a unos sobre otros, es decir, protegía o salvaguardaba a las personas que defendían, mantenían y aplicaban este sistema de ley. La “pax” romana fue una definición de paz en el sentido de “ausencia de violencia según la ley”, pero no en el sentido de justicia, prosperidad, reciprocidad e igualdad para todos. Esta concepción acomodaticia del concepto de paz, base del Estado Liberal Burgués, es debatida por Simón Rodríguez: “el deseo de enriquecerse ha hecho todos los medios legítimos, y todos los procedimientos legales: no hay cálculo ni término en la Industria, el egoísmo es el espíritu de los negocios”.
Simón Rodríguez concibe la paz como la condición óptima de la sociedad, razón por la cual persevera en el consenso de soluciones pacíficas a los conflictos: Los hombres no están en el mundo para entredestruirse, sino para entreayudarse, es su máxima irenológica. Su obra está enmarcada en la edificación de una paz que: (1) procure la satisfacción de las necesidades básicas de la población (comida, ropa, vivienda, medicina y arte): “dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, remedios al enfermo y distraer de sus penas al triste”. (2) disminuya las desigualdades tanto económicas como sociales, en este sentido, para Rodríguez, “una revolución política pide una revolución económica”. Esta disminución de la brecha social debe potenciar la participación ciudadana, un desarrollo sustentable, una educación popular para la emancipación, una cultura centrada en la convivencia pacífica (entreayuda), la justicia social y en la seguridad ciudadana (“Es un deber de todo ciudadano instruido el contribuir con sus luces a fundar el Estado, como con su persona y bienes a sostenerlo”). Rodríguez explica que “la misma diferencia que hay entre legitimidad y legalidad, hay entre malicia y maldad: el fondo de las dos primeras es la ley, y el de las dos segundas es el mal: el origen del mal, que hacemos y nos hacemos, es la ignorancia”.
Simón Rodríguez en su rol de irenólogo nos dice en el pródromo de Sociedades Americanas en 1828: «Se ha obtenido ya en América, no la Independencia, sino un armisticio en la Guerra que ha de decidirla. . . (. . . ¡¡¡Vergüenza da el decir, que en el siglo 19, los hombres que se creen más distantes de los errores antiguos, sean los que estén más imbuidos en ellos!!!)».
Rodríguez propone y defiende la cultura de paz, para ello desarrolla y analiza medios de acción no violentos que permitan no sólo solucionar de manera pacífica los conflictos sino que trata de sustituir la violencia instrumental, es decir la utilización de la violencia como último e irracional recurso. “Pensar cada uno en todos, para que todos piensen en él. Los hombres, sin esta idea, viven en pequeños grupos… o en grandes… haciéndose una guerra simulada, bajo el nombre de conveniencia”.
Para el polímata caraqueño, «la guerra de la Independencia fue contra los soldados del Rey, armados por las preocupaciones—la de la Libertad debe ser contra las preocupaciones, para que no vuelvan a armar otros brazos».
Desde un punto de vista europolemológico (la polemología es la ciencia que estudia la guerra), Simón Rodríguez afirma que «‘El árbol de la libertad se ha de regar con sangre’ es un concepto verdadero, si por Libertad se entiende la Independencia para obrar en favor propio, sin daño ajeno”; pero para la doctrina bolivariana (la que él defiende y llama la causa social), “será un falso concepto, si se cree, que para entenderse sobre el modo de obrar, y sentar un principio que regle este modo, sea menester reñir: el resultado sería entonces una guerra perpetua, por consiguiente, la aniquilación».