EE. UU., y sus aliados aspiran la vuelta de América Latina a su condición primigenia de enclave. Esta mirada neocolonial responde, claramente, a la necesidad de minerales estratégicos tan necesarios a la lógica del capital
Por: Alexandra Mulino
La Agencia Central de Inteligencia (CIA, sigla en inglés) junto con la Agencia de EE. UU., para el Desarrollo Internacional (USAID, sigla en inglés), durante la década de los años 80 del siglo XX, denominada década perdida, impulsaron un modelo de desarrollo para América Latina en el marco de la reprimarización bajo nuevas condiciones: la mínima intervención de los Estados nacionales en los ámbitos económicos, financieros y comerciales.
La implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, por infiltraciones internas de la CIA, entre otras causas, durante ese período, consolidó la tesis del desarrollo sobre la base del fin de la historia. En consecuencia, ante un mundo unipolar los estudios del subdesarrollo fueron desacreditados. Por supuesto que, durante los primeros veinte años del siglo XX, Salvador de la Plaza (entre otros grandes como Pío Tamayo y Gustavo Machado), criticó la concepción etapista y unilineal de la historia. Ciertamente, comprendía que la agudización de la lucha de clases bajo la dirección de un partido revolucionario clasista, consistía en el camino correcto hacia la toma del poder en pro del socialismo científico. Lejos de las tesis mecanicista y unilineal de la historia en el pensamiento y accionar revolucionario de este personaje histórico.
Justamente, durante el período de postguerra, el poder del Estado imperial de los Estados Unidos consolidó una división internacional del trabajo bajo la concepción etapista de la historia. El dualismo atraso-moderno impulsó una política económica para la región con miras a superar el subdesarrollo. Luego de la caída de la URSS, el poder estadounidense planteó la tesis del desarrollismo sobre bases ideológicas que consolidaron la racionalidad neoliberal respecto del Estado interventor, de derecho y justicia.
Es importante precisar que la izquierda revolucionaria representada con creces por De la Plaza ─entre otros comunistas y grandes nacionalistas─ durante la década de los años 40, del siglo XX, emprendieron estudios fundamentales en torno al álgido tema del subdesarrollo. La importancia política de estas investigaciones consistió en desvelar los mecanismos reales de la dependencia respecto de los estudios y propuestas reformistas, modernizadoras del Estado nacional llevadas adelante por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL. Ahora bien, durante el proceso de financiarización, emprendido por el “coloso” del Norte, bajo los preceptos del Consenso de Washington ─y sus distintas reediciones─ estas investigaciones fueron sustituidas por las proposiciones del mercado, falsando las pesquisas sobre el subdesarrollo y la dependencia, además de satanizar las luchas de liberación nacional por la legítima autodeterminación de los pueblos.
Después de los años 80, EE. UU. ha luchado, incesantemente, por consolidar el mundo unipolar en función de la acumulación financiera de capital sobre la base de propuestas politicoeconómicas de preservación del ambiente. Esta falsa premisa “ecológica”, requirió de la participación de una izquierda avergonzada de su pasado comunista, especialmente, estalinista. En este reino de la confusión ideológica dejaron de llamarse de izquierda revolucionaria para denominarse “progresistas” y antileninistas.
En este escenario, comenzó la legitimación de las inversiones de capital inorgánico del hegemón en desmedro de la economía real. Además de la imperiosa necesidad de consolidar, de nuevo, un modelo de desarrollo “hacia afuera” para América Latina en función de las necesidades científicas y técnicas en el campo de la nanotecnología y la robótica. ¡Qué mejor excusa que pregonar a favor de los ecosistemas atacando directamente el marxismo!
La defensa del medio ambiente pasó por desmontar el modelo soviético como el causante de la hecatombe ecológica. Para ello, desempolvaron las tendencias dominantes de la II internacional: el mecanicismo y determinismo. Acusaron a Marx, Stalin y Lenin por promover el desarrollismo y el desastre medio ambiental.
Así, una pléyade de intelectuales “progresistas” de Nuestra América se abocaron a crear confusión en torno a los conceptos de subdesarrollo-desarrollo y desarrollismo denigrando los estudios socio-culturales, pedagógicos y económicos contrarios al reformismo; es decir, entramparon estos conceptos en la racionalidad técnica del concepto de fuerzas productivas al ocultar el sentido político del rasgo estructural de la dependencia, aún vigente.
A decir de Luis Vitale, Salvador de la Plaza y Gustavo Machado en su escrito primigenio: La verdadera situación de Venezuela, iniciaron en América Latina los estudios del desarrollo al centrar la problemática del atraso en la caracterización de la tenencia de la tierra. A decir de los autores, la tan ansiada integración nacional pasa por implosionar la estructura económico social conformada por las “mercedes de las tierras” y el régimen de encomiendas; con la pretensión última de quebrar las economías monoproductoras de la región funcionales al mercado internacional.
Ciertamente, el desequilibrio ecológico es el resultado directo de la lógica de la acumulación de capital de corte desarrollista. El capitalismo en sus distintas fases de acumulación abonó en contra del equilibrio medio ambiental. La racionalidad instrumental le es inherente. El ecocomunismo implícito en las propuestas teóricas y políticas de De la Plaza pasa necesariamente por aspirar la toma del poder del Estado burgués a objeto de destruir hasta sus cimientos la raíz de todos los males de la región: el problema de la tierra.
EE. UU., y sus aliados aspiran la vuelta de América Latina a su condición primigenia de enclave. Esta mirada neocolonial responde, claramente, a la necesidad de minerales estratégicos tan necesarios a la lógica del capital constante (C) en detrimento del capital variable (V). La tensión entre el capital y el trabajo se agudiza, máxime en un momento histórico donde las inversiones en (C) requieren de procesos de desregulación laboral importantes. El intento de golpe de Estado en Bolivia evidencia la necesidad del Litio sin negociación alguna con un Estado legítimo y soberano.
Ante este panorama político y teórico nace el Centro Venezolano de Estudios Marxistas “Salvador de la Plaza”, Cevemsap, con el objetivo expreso de recuperar la memoria marxista venezolana y Nuestroamericana. Sus integrantes: Xiomara Rodríguez, Fernando Medina, Ruth Suniaga, Adriana Peña, Arquímides Romero, María Antonieta Ortiz, Armando Castillo, Alí Rojas, Geraldina Colotti, Rut Goyes y quien escribe, aspiramos recobrar el justo sentido teórico y político del marxismo en autores emblemáticos, principalmente, venezolanos a contrapelo de las voces agoreras, por un lado, y posmodernas de otra que, en última instancia, aspiran la muerte del marxismo como arma revolucionaria.