Le proponen a Venezuela actuar como un no-país
Repetición de elecciones o segunda vuelta
Las propuestas que surgen en el escenario internacional para la así llamada “crisis política” de Venezuela tienen un factor común: todas significarían que el país renuncia al ejercicio de su soberanía, a la aplicación de su Constitución y leyes, y admite que se dejen sin efecto las atribuciones de sus poderes públicos.
Una de las más publicitadas es la repetición de las elecciones o la realización de una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. Si Venezuela aceptara alguna de ellas estaría, en primer lugar, desconociendo la autoridad del Consejo Nacional Electoral, que ya dio un resultado y proclamó un ganador. En segundo término, estaría declarando sin efecto la Carta Magna, pues en ella no se contempla la figura de la segunda vuelta. También estaría saltándose todos los procesos contemplados en el ordenamiento jurídico para impugnar y declarar nulas unas elecciones.
En la actual coyuntura, también significaría desautorizar a la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia, instancia máxima del Poder Judicial a la que acudió el presidente reelecto, Nicolás Maduro, para dirimir cualquier controversia respecto a este tipo de temas.
Asumir cualquiera de estas “geniales ideas” significaría renunciar a la condición de país soberano, con instituciones propias y con una estructura jurídica suficientemente desarrollada para atender los reclamos de cualquier sector de la sociedad.
Gobierno de coalición o cohabitación
Otra de las sugerencias que surgen del ámbito extranjero es que el presidente Maduro acepte que debe formar un gobierno de coalición con sus adversarios políticos, o que, de algún modo, se forje una cohabitación de las dos fuerzas políticas opuestas.
De nuevo, es una propuesta que requeriría dejar sin efecto la Constitución Nacional, pues Venezuela no es un régimen parlamentario en la que este tipo de maniobras es posible.
Más allá de que sería algo contrario a la normativa jurídica, el principal obstáculo de esto es que sería un gobierno contra natura, una monstruosidad, una imposibilidad teórica y práctica.
¿Cómo podría formarse un gobierno entre los impulsores del ideal del socialismo y quienes han jurado que van a enterrarlo para siempre?
El excanciller, exministro de varios despachos y exvicepresidente ejecutivo Jorge Arreaza, graficó lo disparatado de la moción con una frase irónica. Dijo que soñó que Petro gobernaba Colombia en coalición con Uribe, y que Lula lo hacía con Bolsonaro. “¡Fue uno de los sueños más absurdos que he tenido!”, dijo.
Sean como nosotros, dicen los cara dura
Uno de los aspectos más surrealistas de la reacción internacional respecto a las elecciones de Venezuela es ver cómo los representantes de terceros países, se atreven a erigirse en jueces y árbitros electorales, y a exigir que se reconozca como ganador al candidato que perdió.
Es triste ver cómo países del vecindario latinoamericano se complacen en actuar como mensajeros del poder imperial, con una actitud vergonzosamente servil.
Particularmente cínica es la conducta de un gobierno como el de Perú, país que mantiene encarcelado a su presidente constitucional, Pedro Castillo, y ha puesto en su lugar a una dictadora que, además, ha incurrido en graves episodios de represión contra el pueblo descontento. Es descarado que los representantes diplomáticos de un gobierno así aparezcan en los foros internacionales pretendiendo dar clases de democracia. Pero es peor aún que el resto de los países de la región se lo permitan.
Negociaciones, ultimátum y salvoconductos
En la gama de soluciones sin soberanía para Venezuela aparece —porque no podía ser de otra manera— la mano larga de Estados Unidos y sus medidas coercitivas unilaterales, chantajes y extorsiones.
En tono de quien tiene el sartén agarrado por el mango, la dirigente inhabilitada María Corina Machado se dedica a lanzar ultimátum a Maduro y los altos mandos políticos y militares. Dice que hay una negociación en marcha dirigida a que el mandatario reelecto se vaya de Miraflores y, eventualmente, mediante un salvoconducto, salga del país en una sola pieza.
Desde el norte se le envía el mensaje al presidente de que puede pedir lo que quiera, si accede a entregar el mando. Es el rostro sin máscara del poder imperial, que amenaza, extorsiona y chantajea. Ponen sobre la supuesta mesa de negociaciones el retiro de las ilegales calificaciones de “most wanted” que se han cursado contra Maduro y otros dirigentes, con sus respectivas recompensas para quien los entregue vivos o muertos.
Quienes plantean este posible desenlace, en el que el jefe del Estado entrega el poder a cambio de que le perdonen la vida y de un exilio dorado quién sabe dónde, están convencidos de que Venezuela no es una nación, sino la hacienda (muy productiva y rica) de los poderosos terratenientes globales.
Tal parece que a casi diez años del decreto del afroblanqueado Barack Obama contra Venezuela, que abrió la puerta a toda clase de medidas coercitivas y bloqueos, todavía no han entendido que la Revolución Bolivariana no se doblega con esas acciones arbitrarias y delictivas. La independencia, la soberanía, la autodeterminación son valores sembrados en las profundidades de nuestra herencia histórica. No son bagatelas que se resuelvan con promesas de salvoconducto y amnistía.