No hay garantías en este contexto mundo en el cual vale todo y las reglas se vuelven plastilina moldeable a la sazón de los intereses geopolíticos
Cualquier definición lógica del momento mundial que vivimos, no va precisamente por el camino de la paz, del entendimiento o del encuentro.
Durante años, abiertamente, se habló de un proceso de inevitable confrontación en escalada entre el poderío imperial de los EEUU, quien gozaba de ventajas importantes con la pos Segunda Guerra Mundial y se fortaleció como potencia hegemónica con la caída del Bloque Soviético; con sus contrapartes de la República Popular China, potencia económica en exponencial crecimiento, y además un modelo que ha logrado sacar de la pobreza a más de 600 millones de seres humanos en años recientes, así como con la Federación de Rusia y su crecimiento como principal exportador de gas y petróleo al mundo; y un liderazgo político que la ha sacado del marasmo que le caracterizó en las dos décadas anteriores.
Todo el contexto mundo nos entrega un levantamiento del fascismo como expresión política que parece irrumpir ante la crisis del liberalismo, es decir, cuando la democracia no da victorias a los sectores de derecha se imponen como una lógica de generación de violencia y ruptura de toda regla de convivencia o coexistencia entre ideas diversas
Estos colosos, básicamente con una base argumental de unilateralismo por un lado y multilateralismo por el otro, vienen pulseando su crecimiento o retroceso en la aldea global a partir de la Guerra en Ucrania; que sin duda marcó por mucho la arena internacional de este 2022.
Conflicto que escaló hasta la operación militar diseñada y ejecutada por Moscú, el 24 de febrero, con la acción premeditada de EEUU utilizando a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como fusilero y violando abiertamente todos los acuerdos difícilmente fraguados en Minsk, por allá en 2014─2015, para tratar de llegar a puntos de entendimiento entre Rusia y el nuevo régimen nazi de Kiev que llegó al poder por vía de la fuerza en una de las llamadas «Revoluciones de Colores».
La decisión geopolítica de presionar hacia la guerra es un punto de inflexión de una arena internacional caracterizada por una creciente anomia, en la que todas las instituciones existentes a nivel mundo y región se encuentran socavadas para que la realpolitik se imponga como lógica absolutamente desenfrenada y cuyas accionas estén desatadas de cuestiones morales o legales.
Guerra multiforme, sanciones o medidas coercitivas unilaterales marcan una época de lucha a la cual se suma la guerra real y donde Ucrania ha sido utilizada como carnada para exacerbar toda fórmula de aislamiento a la Federación de Rusia con el firme propósito de garantizar la hegemonía estadounidense sobre Europa Occidental, como un primer objetivo dentro de otros tantos plasmados en su estrategia política.
Los constantes escenarios directos e indirectos se han movido en torno a este conflicto creciente, que incluso el polémico político estadounidense y hoy laboratorio de ideas como lo es Henry Kissinger ha observado severas preocupaciones en cuanto a la necesidad de una solución diplomática y pactada.
La propia Angela Merkel, quien estuvo al frente de Alemania durante un buen tiempo llegando a acordar el suministro estratégico de gas desde Rusia con la construcción de los gasoductos Nord Stream; ha llegado a plasmar la inviabilidad de un acuerdo en materia de seguridad donde la Unión Europea pretenda excluir a Moscú con todo su poderío, lo cual augura nuevas inestabilidades.
La actual es indetenible la escalada que espera el escenario del invierno europeo y sus consecuencias. En la actualidad las posibilidades de una solución política están muy lejos de suceder y los peligros de subir los decibeles hacia una confrontación directa de potencias, con el posible uso de armas nucleares, no es nada descartable en semejante contexto.
El surgimiento paulatino y evidente de un bloque multipolar ha tenido hitos interesantes en las decisiones OPEP + en materia de recortes a la producción de petróleo con el firme propósito de proteger las economías nacionales con precios competitivos del oro negro.
De manera inesperada está decisión, por ejemplo, ha marcado una crispación política poco observada en las relaciones entre EEUU y Arabia Saudita, habida cuenta de las excelentes relaciones entre ambos, perturbadas por la solicitud expresa de la élite estadounidense en cuanto a un aumento sustancial de producción y provisión de petróleo de Riad, cosa afirmada como imposible por ellos mismos, en una respuesta que ha resultado bastante incómoda para Washington quien ahora pretende cuestionar asuntos de la política interna de ese país del medio oriente.
Otra expresión es la política de hostigamiento de Washington sobre el tema de la península de Taiwan, que ha sido declarada como parte unida e incontrovertible de la República Popular China, hasta el punto de formular amenazas de medidas coercitivas unilaterales en contra del gigante asiático; sin dudas, medios para desestabilizar el papel mundial de fuerza que viene jugando Beijing como dinamizador fundamental de la economía global.
Aparentemente, esta situación pudiera haberse aligerado luego del encuentro directo entre Joe Biden y Xi Jinping; sin embargo, no hay garantías en este contexto mundo en el cual vale todo, y las reglas se vuelven plastilina moldeable a la sazón de los intereses geopolíticos; razón por la que seguramente en 2023 tendremos nuevas noticias de posible escalamiento en la península.
Por otra parte, todo el contexto mundo nos entrega un levantamiento del fascismo como expresión política que parece irrumpir ante la crisis del liberalismo, es decir, como variante, que cuando la democracia no da victorias a los sectores de derecha se imponen como una lógica de generación de violencia y ruptura de toda regla de convivencia o coexistencia entre ideas diversas.
La votación de algunos países de Europa Occidental y EEUU en el seno de Naciones Unidas, negando la resolución que procura rechazar la glorificación del nazismo, es un paso que al parecer busca blanquear una expresión divorciada de plano con la democracia y los derechos humanos, con los peligros que esto contiene.
A ello se suma el apoyo a un régimen ucraniano severamente cuestionado por sus componentes y acciones fascistas, así como los esfuerzos de la extrema derecha europea por organizar movimientos en América Latina; con casos como el de la República Federativa del Brasil, dónde los seguidores de Jair Bolsonaro poco o nada guardan sus afectos asociados a esta línea de pensamiento, evidenciada en las recientes protestas en Brasilia, cuando Lula Da Silva ha sido diplomado como Presidente electo de ese país de cara a su asunción el venidero 1º de enero, que se han producido con un marcado carácter violento que nos hace recordar las expresiones de 2014 y 2017 en Venezuela.
Mientras el mundo se mueve en escalamiento de conflictos, la región latinoamericana en particular se va moviendo en torno a victorias y derrotas de la izquierda, nuevas agresiones antidemocráticas pero sin duda una visión global de un nuevo momento de gobiernos progresistas, en un escenario nada parecido a aquella ola que surcó el inicio del siglo XXI a partir de la llegada de Hugo Chávez al poder político luego de la victoria electoral del 6 de diciembre de 1998.
La noticia más importante en torno a este punto tiene que ver con la victoria de Gustavo Petro en la República de Colombia, manejada por una oligarquía enquistada en el poder desde hace más de 200 años, para instrumentar un conjunto de cambios en su país teniendo como principal elemento la construcción de la paz total que saque a ese pueblo de más de 70 años de guerra entre hermanos y hermanas.
A esto se une el regreso de la izquierda a Brasil con Lula Da Silva lo cual configura un escenario regional que bien puede revitalizar esquemas de unión especialmente direccionados en los enormes desafíos regionales de la burbuja financiera, la crisis de la pandemia y ahora las consecuencias concretas del conflicto en Europa del Este; teniendo en cuenta que América Latina posee asuntos estructurales que, lejos de resolverse, se han agudizado independientemente de la presencia de factores de izquierda o progresistas, o de derecha y extrema derecha en el poder político de las naciones.
Esta nueva ola, como lo puntualizó en algún momento el ex Presidente de la República de Ecuador, Rafael Correa, nos encuentra en el desafío de ser auténticos y promover transformaciones reales, racionales, sustentables, pero pasos al fin; y no evadir las contradicciones o asuntos por saldar por pasar x años en una silla presidencial sin cambios sustanciales; lo cual podría constituirse, en su visión, cómo «contrabando democrático’.
Tal cosa parace haber quedado confirmada en el caso de la República de Chile que ha visto truncada la posibilidad concreta de construir una nueva Constitución que demuela las instancias preservadas a beneficio de la salvaje dictadura pinochetista; dejando en el Congreso de ese país las reales posibilidades de reactivar ese proceso y las condicionantes que tal maniobra pueda contener.
2022 no dejó de presentarnos agresiones de lawfare (persecución judicial) así como estrategias de desestabilización de gobiernos que, al menos en principio, no están adheridos completamente a los intereses hegemónicos de Washington.
El secuestro de la tripulación y del avión de EMTRASUR, empresa filial de CONVIASA, en Argentina, sin ningún tipo de pruebas y con un cuestionado debido proceso, apenas fue el preludio de la reciente decisión de condena a prisión contra la Vicepresidenta de ese país, Cristina Fernández de Kirchner, con el claro propósito de sacarla del juego político y todas las características de un lawfare al estilo del implementado contra Dilma Rousseff y Lula Da Silva.
Por otro lado, la crisis política exponencial en Perú ha entrado en mayor esfervescencia con la salida del presidente de ese país; destituido por el Congreso al no tener piso político para disolverlo. Tal cosa no mueve un milímetro los anhelos de transformación del pueblo peruano expresado en la elección democrática de un candidato lejos de la clase política oligárquica de Lima.
Cerrando este 2022 observamos que la movida para derrocarle, con no pocas razones para asociarla a un golpe de Estado que vulnera la voluntad de ese pueblo expresada en las urnas electorales, tiene todas las similitudes de la maniobra de golpe contra el Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, en 2019; con la inclusión del papel de un sistema interamericano cada vez en mayor descrédito, especialmente en la instancia de la Organización de Estados Americanos (OEA) que abiertamente actúa como pivote de los procesos de desestabilización de nueva factura en el continente.
Todo esto, sin duda, es parte de una maniobra clara para favorecer cambios de orientación ideológica en ambos países, adheridas al interés estadounidense y tendientes a generar nuevos equilibrios ante la ola de gobiernos progresistas vigente en la región, y que para EEUU ha encontrado incómodos resultados especialmente en la República de Colombia. Así que nadie puede descartar nuevos escenarios de escalada.
Finalmente, 2022 ha marcado para la República Bolivariana de Venezuela el inicio progresivo del desmonte internacional de la fracasada institucionalidad paralela que pretendió instaurarse de manera anti democrática en 2019.
La participación del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Nicolás Maduro. en foros como el de la COP27, así como las visitas recurrentes de delegaciones del gobierno de Joe Biden, son claras evidencias del movimiento de una política estancada y fallida hacia un nuevo estadio; donde la cautela debe ser nuestra máxima actitud política.
Queda por esperar si se profundiza este proceso, lo cual parece que puede ocurrir de acuerdo a como vengan los vientos en Europa del Este y las necesidades de petroleo y gas de occidente, o si se ralentiza o estanca del todo.
La República Bolivariana de Venezuela tendrá que seguir con ahínco luchando para procurar el cese definitivo de las medidas coercitivas unilaterales por ser parte de un genocidio planificado contra nuestra Nación con claros propósitos políticos de neocolonización de la patria venezolana.
De todos modos, y al visualizar la arena internacional de este 2022, nada presagia que el venidero año traerá noticias de paz para el mundo que ya cuenta con 8 mil millones de seres humanos y un montón de desafíos que la lógica del capital, imperante durante los últimos dos siglos, en poco o nada ha resuelto más bien contribuyendo a exacerbarlo.
Toca estar muy ojo avizor…