Domingo por la tarde. Una espera interminable para una entrevista, que nunca fue, me permitió monitorear la situación en Argentina.
Venezuela desarrollaba ese día, en paz y movilización, el proceso de simulacro de cara al Referéndum Consultivo del venidero 3 de diciembre; tema sobre el cual pude intercambiar opiniones con un buen trabajador joven, llamado Javier, quien me mostraba con entusiasmo su esfuerzo productivo en la parroquia caraqueña de El Valle; cómo parte del equipo de campaña «Venezuela Toda», en medio de un buen café servido por las muchachas de protocolo quienes nos atendieron amablemente; aplacando mucho el sinsabor de la espera de aquello que, simplemente, nunca sucedió.
Al margen de tan mal momento, una alerta llegó a mi teléfono —a modo de reflexión— enviada por un amigo; mostrando lo que a todas luces parecían no ser noticias positivas de Argentina. Una reflexión del destacado intelectual Atilio Borón, fustigaba la conciencia de quienes poco advertían en la real posibilidad de ingreso a la Casa Rosada de un factor extremista en todo el sentido de la palabra; cosa que se estaba definiendo aquel domingo, 19 de noviembre.
Era absolutamente lógico pensar en una amenaza de ese tipo, al ver los resultados de agosto; y una primera vuelta el 22 de octubre que también mostraba rasgos de capitalización de segmentos gruesos de la población argentina, marcados por una profunda despolitización o antipolítica; en favor de Javier Milei.
Borón, al abogar por una necesaria unidad, expresó en su cuenta en la red social X:
«La indiferencia, el «nos da igual», en una elección en donde se enfrentan el fascismo y un político burgués pero opuesto al fascismo, solo puede caracterizarse como «criminal complicidad» con un eventual triunfo de Milei que se puede concretar por un uno, o un uno y medio por ciento de los votos. Trotsky no dudó un minuto en proponer el voto por la social democracia, más allá de sus reparos, para derrotar a Hitler en la elección alemana de 1933. (Ver su `Carta a un obrero socialdemócrata´ de 23 de febrero de 1933). Sus fallidos epígonos argentinos deberían aprender esa lección, y abstenerse de usar, como tapadera de su esterilidad política, el nombre del gran revolucionario ruso. Y, además, tomar nota de lo que dijo Gramsci en su artículo sobre estos temas, apropiadamente llamado «Odio a los indiferentes». En él decía que `vivir quiere decir tomar partido´. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. `La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.´
Ojalá que la esforzada militancia de izquierda, esa que no aparece en los canales de la televisión pero que va a ser apaleada, sin piedad, por la siniestra dupla Milei-Villarruel, vote en contra del fascismo y les dé la espalda a sus confundidos representantes.»
Las horas del pasado domingo sólo vinieron a confirmar que la denuncia de Borón a los indiferentes, quienes no votaron a Sergio Massa, se mezclaba con una aplastante victoria en la segunda vuelta por parte del candidato de La Libertad Avanza, Javier Milei, con más del 55% de los votos (escrutado el 99% de los sufragios) frente al 44% del candidato de Unión por la Patria, quien ante la cruda realidad reconoció su derrota incluso antes que se presentaran resultados oficiales y definitivos.
Los mismos perfiles de participación del padrón electoral argentino, con una diferencia casi de uno por ciento con respecto a la primera vuelta, llevando el total de participantes en esta elección hasta el 76% de electores, nos deja a las claras que la alianza con Patricia Bullrich, tercera en la elección de primera vuelta con más de 6 millones de votos obtenidos, y la presencia clara del Ex Presidente Mauricio Macri como factor de apoyo, transfirieron casi en su totalidad ese caudal obtenido el 22 de octubre al candidato Javier Milei, complementando el trabajo realizado por su equipo para captar el voto cautivo; hastiado con la clase política denominada por este extremista liberal como «la casta».
Toda esta narrativa a pesar de la ilógica presencia de Macri, quien, poseyendo todos los atributos para posicionarle cómo parte de esa «casta», fue uno de los principales artífices del desplome económico de Argentina, al hipotecar a esa Nación durante su gobierno con una deuda difícil de pagar con el Fondo Monetario Internacional, de más de 47mil millones de dólares; cuestión que ató como un yunque a la espalda al gobierno de Alberto Fernández, sumada a su tibieza y la pretensión de caerle bien a todo el mundo con sus posturas.
Los sin sabores y realidades no se evaden, se les da la cara. Es evidente que, a partir del 10 de diciembre, Argentina será conducida por una incógnita cuyo despeje parece que traerá muy malas noticias para el pueblo de esa Nación. Solo el tiempo lo dirá.
Mientras tanto, toca ver cuánto de la propuesta de shock económico y social de Milei será implementada o podrá ganar terreno en la sociedad Argentina. El nuevo Presidente no se ha guardado nada al afirmar que mientras más tarden las medidas en ser tomadas, mayor será el deterioro y las dificultades que actualmente cruza la economía argentina.
Ello implica observar si se aplicará tabula rasa a la reducción del Estado en todo sentido, la privatización de la salud y la educación, la eliminación del Banco Central Argentino, en el marco de una política que incluye una posible dolarización; emulando los tiempos de la estafadora caja de conversión de la dupla Memem – Cavallo.
Apenas un breve resumen de acciones que han sido parte del programa de Milei, a lo que se suma una política exterior agresiva con quiénes no comparten sus posturas políticas, y la determinación de no formar parte de la alianza del grupo de los BRICS a la cual ha sido invitada Argentina a partir del primero de enero de 2024.
Si no toma la opción, otras naciones bien querrán formar parte de los BRICS.
Del resto, un mal día para el pueblo argentino y para América Latina en general.
Las consecuencias de semejante tropezón no tardarán en observarse.