Por décadas, sobre todo desde la industria del entretenimiento, ariete fundamental en la lógica de dominación occidental del Occidente Colectivo, ergo Washington; se encargaron de idealizar la intervención norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial.
Según el relato, ellos eran los adalides en la lucha contra las hordas nazis y fascistas. A los niños de nuestro hemisferio se les enseñaba a venerar a sus soldados, a sus jefes.
Se les enseñaba a jugar a la guerra imitando a sus militares. Se hacían disfraces, se elaboraban juguetes, con esa temática.
¿Quién podía dudar que gracias a los soldados norteamericanos fuimos librados de los endemoniados alemanes?
De hecho, cuando queríamos etiquetar a alguien de canalla le gritábamos: alemán, nazi.
Cuando por el contrario queríamos enaltecer a alguna persona, se le decía sargento Sonders.
Así fueron creciendo, por ejemplo, varias generaciones de latinoamericanos.
En ese contexto, se reverenciaba a Winston Churchill; a Franklin Roosvelt. Se contaban anécdotas de ellos. Se hablaba sobre su ingenio, sobre su capacidad.
Lo que ellos decían era “santa palabra”.
Pero, vaya paradoja de la vida, hoy, cuando nuevamente la narrativa occidental intenta reposicionar su versión sobre la Segunda Guerra Mundial, negar el rol decisivo de Rusia, de la Unión Soviética, en la derrota del nazismo, sus creaciones se les vuelven en contra.
Hoy, el testimonio de Churchill los pone en evidencia y hace justicia al pueblo ruso y su histórica gesta.
Hoy reaparece sir Winston, reaparece cuando se vuelve a hacer público aquel mensaje de septiembre de 1944, cuando el entonces primer ministro le escribió a Stalin: «Aprovecharé la ocasión, mañana, para repetir en la Cámara de los Comunes lo que ya he dicho anteriormente, que es precisamente el Ejército Rojo el que le ha sacado las entrañas a la máquina de guerra alemana…»
Y es que en los últimos años más gente aprendió y comprobó que la Gran Guerra Patria, de la entonces Unión Soviética, fue la que derrotó a la Alemania Nazi. Una guerra que finalizó un 9 de mayo, de hace 80 años, cuando el mariscal de campo Wilhelm Keitel firmó la rendición incondicional en Berlín, frente al mariscal del Ejército Rojo, Zhúkov.
Pero, ¿de dónde viene esa deformación?
Después de que cayó el Muro de Berlín, después que cayó la Unión Soviética, los órganos propagandísticos del Occidente Colectivo se dieron a la tarea de reescribir la historia. Evidentemente la verdad y la ética era lo que menos les interesaba.
Recobraron con más fuerza la versión de que la Segunda Guerra Mundial fue una lucha final entre estadounidenses y alemanes.
Se manipularon hechos, tergiversando la participación de la URSS en la funesta conflagración. Se manipularon hechos como el pacto Molotov-Ribbentrop, tratado de no agresión firmado entre el Tercer Reich y la Unión Soviética el 23 de agosto de 1939, una semana antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Intentaron hacer creer que Stalin se alió con Hitler traicionando a Gran Bretaña y Francia, como si la URSS hubiera tenido fuertes lazos con Lóndres y París. No sólo eso, a partir del 2009 ese día lo conmemoran como el «Día Europeo de Conmemoración de las Víctimas del Estalinismo y el Nazismo».
Más aún, ese año la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) aprobó una resolución equiparando la participación de la URSS y la Alemania Nazi en el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Pero la verdad es que el 30 de septiembre de 1938, el Primer Ministro británico, Chamberlain, y el francés Daladier, se reunieron en Munich con Hitler y Mussolini para desmembrar a Checoslovaquia y aislar a los soviéticos.
Es decir, fueron franceses e ingleses quienes actuaron arteramente. Para ellos era mejor entenderse con Hitler, incluso, por afinidades políticas e ideológicas.
Allí están los registros en la Cámara de los Comunes británica, cuando Chamberlain no se inmutó en decir que Hitler era «un hombre de honor». Ante eso, Stalin suscribió un pacto de no agresión con los nazis, aunque se sabía que no lo respetarían por mucho tiempo.
Se asume que la Segunda Guerra Mundial empezó cuando las fuerzas germanas atacaron Polonia en septiembre de 1939. Pocos meses después las fuerzas hitlerianas parecían invencibles. Un lustro después, el 30 de abril de 1945 Hitler se suicidaba en Berlín estando el Ejército Rojo en las afueras de la ciudad.
No es cierto que el desembarco de Normandía, en 1944, empezará la debacle nazi; ni siquiera la batalla de Stalingrado, entre 1942 y 1943. Los historiadores serios sitúan ese punto de inflexión en la Batalla de Moscú, en 1941, por la cantidad de bajas que tuvo el ejército alemán.
Otro detalle, la Unión Soviética era un objetivo prioritario de Hitler desde mucho antes de que invadiera Polonia, así lo esbozó en su libro Mein Kampf (Mi Lucha), escrito a mediados de la década de 1920.
Carl J. Burckhardt, funcionario de la otrora Liga de las Naciones, recuerda que Hitler en persona le había comentado que «todo lo que él había preparado era en contra de Rusia y que si en Occidente eran demasiado estúpidos y ciegos para no entenderlo, se vería obligado a llegar a un compromiso con los rusos para vencer a Occidente y luego dar la vuelta con todo su poder a la Unión Soviética».
Para el führer era indispensable tomar la inmensa cantidad de recursos naturales de la URSS, especialmente el petróleo, vital para mantener andando su maquinaria de guerra. Por cierto, el petróleo que mantenía activa a la economía alemana , sus fábricas de armamento, lo recibían de Estados Unidos.
Aunque la renovada maquinaria propagandística occidental pretenda negarlo, las élites norteamericanas admiraban a Hitler. Uno de los próceres de los Estados Unidos en el siglo 20, Henry Ford, fue “honrado” con la más alta distinción que la Alemania Nazi destinaba a un extranjero.
Volviendo a la Segunda Guerra Mundial, al ser derrotada Francia, teniendo los nazis asegurada la retaguardia, procedieron a la «Operación Barbarroja«, el 22 de junio de 1941.
Según publicó el portal Alainet, en mayo del 2019 tres millones de soldados alemanes y cerca de setecientos mil aliados de estos cruzaron la frontera con la URSS; su equipo constaba de 600.000 vehículos, 3.648 tanques, más de 2.700 aviones y algo más de 7.000 piezas de artillería. Los soviéticos no pudieron contener al principio la avanzada, sufriendo inmensas pérdidas territoriales, bajas numerosas en el Ejército Rojo y la apertura del camino hacia el corazón de la URSS: Moscú.
El informe titulado “Desmontando las mentiras de Hollywood sobre el Día de la Victoria”, señaló que, a pesar de todo, se le había hecho frente a la máquina militar más poderosa de la Tierra, plantando una resistencia tenaz en muchas ocasiones. El general alemán, Franz Halder, principal impulsor de la «Operación Barbarroja», reconocía que la resistencia soviética fue mucho más intensa que la que los alemanes habían enfrentado en Europa Occidental.
Los alemanes posteriormente empezaron a pasar a la defensiva en varios frentes, sufriendo una de las principales desventajas de la «Guerra Relámpago» al estancarse larguísimas y vulnerables vías de suministro. El Ejército Rojo estaba mucho mejor equipado de lo esperando, representando un fracaso rotundo de los órganos de inteligencia alemanes.
Los alemanes, a mediados de noviembre de 1941, lograron estar a 30 kilómetros de Moscú, pero las tropas y sus oficiales tenían la certeza de que era un imposible tomar la ciudad: estaban agotados, mal alimentados, sin refuerzos y con limitado equipo militar. Ya para el 3 de diciembre, varias unidades habían abandonado la ofensiva.
En otro párrafo del citado informe se dice: “El 5 de diciembre el Ejército Rojo lanza un masivo ataque empujando a los alemanes a decenas de kilómetros de Moscú, con grandísimas pérdidas humanas y de material bélico. El 8 de diciembre, Hitler ordenó a su ejército abandonar la ofensiva y retirarse a posiciones defensivas. La «Operación Barbarroja» había fracasado y ya los alemanes no volverían a tener el monopolio de la ofensiva.
Lo real es que el curso de la Segunda Guerra Mundial cambió el 5 de diciembre de 1941. Los generales e industriales alemanes ya sugerían la imposibilidad de victoria alguna y sugerían la solución del conflicto por vías diplomáticas.
La Alemania Nazi no era la misma. El aura de invencibilidad se quebró. Hitler intentó ir por los campos petrolíferos del Cáucaso, no le resultó. Después reconoció que «si no ponía su mano en el petróleo de Maikop y Grozni, entonces tendría que poner fin a la guerra.»
En la Unión Soviética, Alemania perdería no menos de 10 millones del total de 13,5 millones de muertos, heridos o prisioneros, durante toda la guerra. Y el Ejército Rojo fue el responsable del 90% de todos los soldados alemanes que perecieron en la Segunda Guerra Mundial.
Una batalla crucial fue la de Kursk, del 5 de julio al 23 de agosto de 1943, donde participaron dos millones de personas, y 6.000 tanques. La confrontación se produjo a 8.524 kilómetros al sur de Moscú. Fue también la batalla de tanques más grande de la humanidad y difícilmente existirá una similar.
Guennadi Bordiugov, destacado historiador ruso y experto en la Segunda Guerra Mundial, ha señalado que «si tomamos la dimensión territorial está claro que el frente soviético-alemán o frente oriental era el que tenía mayor extensión. Era hasta cuatro veces mayor que el norteafricano, el italiano y el frente occidental (alrededor de 4.000 kilómetros en 1941 y más de 6.000 en 1942). El Ejército Rojo derrotó en el frente oriental a 674 divisiones (508 de la Wehrmacht y 166 aliadas). El ejército anglo-norteamericano en África del Norte se enfrentó de 1941 a 1943 a entre 9 y 20 divisiones, en Italia de 1943 a 1945 fueron entre 7 y 26 divisiones y en Europa Occidental, después de que se abriera el frente occidental en 1944, entre 56 y 75 divisiones».
La Segunda Guerra Mundial provocó más de 50 millones de muertos, más de la mitad de las pérdidas humanas en Europa fueron de la Unión Soviética. En total supusieron más de 27 millones de personas, siendo además una importante parte de las mismas civiles y no combatientes.
Las pérdidas de los aliados en la coalición contra Hitler en Gran Bretaña fueron de 375.000 y 369.400 heridos y 1.076.000 de Estados Unidos, de los cuales 405.000 cayeron en todos los frentes terrestres y navales. La URSS pagó un alto precio en la guerra de liberación de la ocupación de otros estados de Europa y Asia. Más de un millón de soldados soviéticos murieron en los campos de batalla de Europa Central y del Este, en los Balcanes, en China y en Corea.
Todo eso es irrefutable, las investigaciones serias lo confirman. El mundo va más allá de Hollywood. Aunque siempre hay gente que por mezquindad o por no querer informarse adecuadamente, hacen afirmaciones inexactas, temerarias.
Uno de ellos: Donald Trump. El presidente norteamericano afirmó que «la victoria fue solo lograda gracias a nosotros. Sin EE. UU., la Segunda Guerra Mundial habría sido ganada por otros países, y qué mundo tan diferente sería».
Ante esas declaraciones, María Zajárova, portavoz del Ministerio de Exteriores ruso, respondió: «no he dejado de pensar: ¿porqué él escribe así sobre la Segunda Guerra Mundial? ¿Por qué habla de ese papel de Estados Unidos? ¿Por qué hiperboliza a ese rol? Por supuesto, está claro que es una persona, un político y un hombre de negocios así. Siempre ha sido así, hiperbolizándolo todo, tratando todo con una emoción hipertrofiada. No lo oculta, ha hecho una fortuna y una carrera política con ello».
Según Zajarova: «Estados Unidos se encuentra en su crisis más profunda», no solo económica y política, sino también moral. «Mucha gente solía reírse de ellos y decir que no saben de geografía, pero quiero decirles más: en este momento, por desgracia, el pueblo estadounidense, la nación estadounidense, el Estado estadounidense no conocen su propia historia», recalcó.
La vocera recordó que Franklin Roosevelt, ex presidente norteamericano, reconoció la importancia de la Unión Soviética en la derrota del nazismo.
Roosevelt y Churchill, los líderes occidentales más importantes al finalizar la Segunda Guerra Mundial, dejaron claro el rol de la Unión Soviética. La narrativa pos muro de Berlín intentó borrar la historia. Ahora Trump, y todos los que están detrás de él, pretenden reescribirla; pero lo hacen de una manera tan desprolija que provocan vergüenza ajena.
Trump que siempre hace gala de su ignorancia, esta vez se excedió. En esa escalada verbal se lleva por delante las afirmaciones de Churchill.
Lo peor es que bajo esa falsedad quieren construir el futuro; y lo que se escribe sobre bases falsas no tiene estabilidad. Si estudiasen bien la historia no cometerían errores garrafales, como el de pretender doblegar a Rusia.
Sobre todo hoy, en que lleva ventaja respecto a tecnología militar, visión estratégica y un mayor nivel de alianzas diplomáticas y económicas.