La Golden Dome resulta, en estos momentos, una quimera, pues no solo pretende interceptar misiles en fases avanzadas de vuelo, sino que propone hacerlo también durante la llamada “fase de impulso”, justo después del lanzamiento, cuando el cohete aún está ganando altitud
Pocos documentos jurídicos, legales, políticos; pocas constituciones han sido tan admiradas y estudiadas como la de los Estados Unidos.
De hecho, sirvió de inspiración a las de otros países. Y es que los preceptos, los artículos ahí escritos, plasmaban aspiraciones universales.
Fue una constitución muy avanzada en su momento. Los ideales de igualdad, libertad, de oportunidad para todos los seres humanos, estaban plasmados en ella.
Si uno lee esa constitución y no conoce la historia norteamericana, piensa que ese país es el ideal para vivir.
Como en las religiones, o cualquier otra actividad humana, los ideales están ahí, escritos en letras de molde, como se decía antiguamente; pero su aplicación es la clave.

Musk no sólo aportó económicamente en la campaña de Trump, también uso su poder mediático, tecnológico, para potenciar su campaña presidencial y demoler a sus adversarios nacionales e internacionales
¿Quiénes los aplican? El tema con la constitución estadounidense es que quienes la hicieron, la aplicaron, pero a su manera.
Esos señores, influenciados por la ilustración, por los enciclopedistas, eran, simultáneamente, esclavistas; ellos cimentaron las bases del supremacismo que hoy manejan las élites norteamericanas.
Esa constitución dio forma a un Estado que se fue moldeando conforme los intereses de quienes lo constituyeron y lo manejaron.
Encontraron los elementos de coacción y manipulación para el control social y luego lo proyectaron al mundo.
Ese contexto incluía el esclavismo, la exclusión social, el exterminio de los pueblos ancestrales, la acumulación de grandes fortunas en pocas manos.
Esas pocas manos, esa élite, se fue expandiendo, diversificando, conforme aprovechaban los avances de la ciencia, el crecimiento del mercado interno y externo, que se ancló en la gran industria manufacturera, en la tecnificación del agro y la ganadería, en la irrupción del petróleo y el gas, pero sobre todo, en alianza con sus pares europeos del mercado financiero.
De allí surgió, por ejemplo, el complejo militar industrial, las grandes hermanas petroleras. Extrañamente, o coincidentemente, cada conflicto militar regional o mundial, fortalecía a la élite de los EEUU.
A más guerras, más fuerte su industria militar, su industria energética. A más guerras, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, mayor prevalencia del dólar, y de sus instituciones financieras.
Después de la Segunda Guerra Mundial, con la influencia norteamericana consolidada en el llamado hemisferio occidental, con tensiones regionales latentes, pero sin una gran guerra en desarrollo, necesitaban estimular conflictos en todos los rincones.
Además, se inventaron el “coco” de la URSS. El fantasma del comunismo. Ergo, la Guerra Fría.
La Guerra Fría implicaba mayores gastos militares, donde las empresas armamentísticas estadounidenses obtenían grandes ganancias. Las europeas quedaron muy disminuidas, no sólo por el descalabro que les significó la “gran guerra”, sino porque, y esto siempre lo intentan ocultar, Washington les aplicó una serie de restricciones que recién hoy empiezan a verse.
En los años 80 del siglo pasado, Ronald Reagan, el presidente republicano que hacía gala de su ignorancia, de su poca afición por la buena lectura, se le ocurrió la genial de idea de la “guerra de las galaxias”.
Hace unos días, Donald Trump, que se identifica mucho con Reagan, anunció el 20 de mayo que iniciará la construcción del Domo de Oro, un sistema defensivo de última generación, una especie de remake del proyecto de Reagan.
Según dijo, tendrá un costo total de aproximadamente 175.000 millones de dólares cuando esté completado.
Afirmó el mandatario que el proyecto estará finalizado cuando concluya su mandato.
La Cúpula Dorada, según dijo, sería capaz de interceptar misiles incluso si son lanzados desde el otro lado de la Tierra o desde el espacio.
La iniciativa la revive Trump porque el 2022, durante la última Revisión de Defensa Antimisiles del ejército estadounidense, se advirtió sobre las crecientes amenazas de Rusia y China.
De acuerdo al documento, Bejing se está acercando a Washington en materia de misiles balísticos e hipersónicos, mientras que Moscú está modernizando sus sistemas de misiles de alcance intercontinental y mejorando sus misiles de precisión.
Les preocupaba el peligro de los drones, -claves en la guerra de Rusia contra la OTAN en Ucrania- y los misiles balísticos de Corea del Norte e Irán.
Ante eso, Trump lanza “Golden Dome” o Cúpula Dorada, un nombre al que muchos achacan cierta resonancia mística, que evoca imágenes de una protección impenetrable extendida sobre el cielo estadounidense, un escudo celeste contra la destrucción.
El proyecto combinaría tecnologías terrestres con miles de interceptores desplegados en una órbita baja terrestre.
Sin embargo, ya son varios los científicos e ingenieros especializados que ven el proyecto como poco viable, propio de películas de ciencia ficción, que se estrella contra los límites infranqueables de la ciencia física.
La Golden Dome resulta, en estos momentos, una quimera, pues no solo pretende interceptar misiles en fases avanzadas de vuelo, sino que propone hacerlo también durante la llamada “fase de impulso”, justo después del lanzamiento, cuando el cohete aún está ganando altitud.
El problema es que esta fase dura apenas minutos y requeriría interceptores posicionados casi sobre las zonas de lanzamiento, algo inviable en el caso de potencias como China o Rusia.
La solución, según sus defensores, sería desplegar una constelación de interceptores en el espacio, girando en órbita constante, y listos para actuar en cuestión de segundos.
Conforme a un trabajo de Sergio Parra, periodista especializado en temas científicos, para neutralizar tan solo una decena de ICBM (siglas en inglés de misil balístico intercontinental), lanzados desde Corea del Norte, se necesitarían más de 30.000 interceptores espaciales. Una cifra que, además de astronómica, se enfrenta al hecho práctico de que hoy en día hay aproximadamente 12.000 satélites activos orbitando la Tierra, la mayoría pertenecientes a la red Starlink.
Aquí se da otra arista que haría inviable el proyecto, y es que según Thomas González Roberts, experto en astrodinámica del Georgia Tech, “ni siquiera las estimaciones más optimistas sobre defensa en la fase de impulso permiten pensar que esto pueda hacerse por 175 mil millones”.
Aquí surge otra observación al proyecto, lo que muchos llaman su “vaguedad”, y es que sin una definición clara del número de misiles a interceptar, o de las regiones a proteger, cualquier cálculo cae en la especulación.
Además, físicos e ingenieros independientes insisten en que ninguna mejora tecnológica ha cambiado los principios básicos que rigen el espacio.
El espacio no tiene aire. Eso significa que una ojiva real viaja igual que un globo señuelo ambos son indistinguibles a nivel de trayectoria.
Comenta el físico James Wells, que lo dicho por voceros militares de Trump los devuelve a una antigua analogía: detener un misil balístico es como intentar dar en el blanco disparando otra bala… solo que esa bala viaja a 25.000 kilómetros por hora y puede llevar una cabeza nuclear capaz de borrar una ciudad entera.
La comparación, ya de por sí abrumadora, se complica aún más cuando el enemigo puede lanzar decenas de misiles, acompañados por señuelos diseñados para confundir cualquier defensa.
Peor aún, para Trump, científicos chinos han desarrollado, en la Universidad de Zhejiangun, un nuevo material que podría socavar la eficacia del sistema estadounidense de defensa antiaérea Cúpula de Oro: actúa como un revestimiento furtivo capaz de evadir tanto la detección por infrarrojos como por microondas que utilizaría el sistema propuesto por la Administración Trump. Esto lo convierte en una opción ideal para aviones y misiles de alta velocidad.
El profesor Li Qiang, que lidera el equipo de expertos, dice que la clave está en la estructura compuesta del material. Su diseño incorpora películas multicapa y una meta superficie de microondas.
«Nuestro dispositivo alcanza una temperatura operativa máxima y capacidades de disipación de calor que superan el estado del arte en materia de sigilo simultáneo de infrarrojos y microondas a alta temperatura», afirmó Li Qiang en medios de su país.
Volviendo a la Cúpula Dorada, al proyecto de Trump, retomemos el tema de los intereses; de quien se beneficiaría con ese proyecto.
Aquí aparece el nombre de otro personaje que ha hecho mucho ruido en las últimas semanas: Elon Musk.
Y es que mientras su participación en decisiones gubernamentales se ha reducido progresivamente, de hecho, hizo público su alejamiento del gobierno, Musk podría ser uno de los beneficiados con la Cúpula.
Recientemente, la prensa norteamericana informó que la empresa aeroespacial SpaceX, propiedad del magnate, es la principal candidata para liderar el proyecto “Golden Dome”.
Más aún, distinto a otros sistemas, contrario a la tradición norteamericana, el gobierno estadounidense no sería dueño de la infraestructura; sino que le pagaría a SpaceX para que se encargue de ello.
Como era de esperarse, esto ya genera intensos debates. Sobre todo por el temor a un control mínimo de un sistema crítico; también por los riesgos financieros a largo plazo.
Brotan las suspicacias, pues Musk fue uno de los principales financistas durante la campaña presidencial de Trump y figura clave en la política de recortes y despidos en la administración federal, lo cual constituiría un posible conflicto de intereses.
Musk, hace poco que se alejó del gobierno. Aunque él fungía más como asesor externo, tuvo mucha influencia, hizo el trabajo «sucio» en cuanto a la reducción del Estado, en su enfrentamiento con el Estado Profundo, con entes como la USAID; siendo elogiado por Trump, que incluso dijo que su trabajo ha sido muy bueno en la lucha contra quienes boicotean su gestión . Trump ha defendido a Musk hasta de quienes cuestionan que su ex asesor consuma drogas.
Como es sabido, los distintos gobiernos norteamericanos han beneficiado a sus socios y amigos, por lo menos en las últimas décadas.
Ya hemos citado al Dr. en Geopolítica Rolando Dromundo, cuando dice que “los escándalos de corrupción existen en el Pentágono, en la OTAN, existen en muchísimos lados. Es difícil, y más en períodos con una tendencia belicista como la actual, estar exentos de escándalos de corrupción. Porque a veces las mismas dirigencias de los países también van muy ligadas. No olvidemos los contratos que George Bush [expresidente de EEUU] tuvo ligados a la guerra en Irak: cómo los grupos cercanos a él, que se vieron ampliamente beneficiados por la guerra en Irak”.
Es difícil creer que Trump proceda de forma diferente. Musk no sólo aportó económicamente en la campaña de Trump, también uso su poder mediático, tecnológico, para potenciar su campaña presidencial y demoler a sus adversarios nacionales e internacionales.
Ah, ¿que Trump y Musk no pueden convivir juntos porque los egos desbordados podrían colapsar la relación tarde o temprano? Quizá.
Pero al final de cuentas son dos seres pragmáticos, negociantes en busca de más dinero.
Además, Trump desconfía de los militares del Pentágono, de los contratistas que vienen de los tiempos de Biden, de otros que responden a intereses del Estado Profundo. Es decir, de todo aquel que no controle o por lo menos no considere un aliado confiable. A ellos no está dispuestos a entregarles su proyecto.
Claro, si Musk siguiera formando parte del equipo de la Administración Trump, aunque sea como asesor, el conflicto de intereses sería evidente, pero si ya no está, ese «pequeño detalle» desaparece.
Veremos cómo se desarrollan los hechos, sobre todo porque la viabilidad del proyecto, científica y financieramente no es muy factible. De todos modos, Trump es un personaje muy caprichoso y ególatra, intentará sacarlo adelante por todos los medios.
Quizá no en las dimensiones que está anunciando, pero algo hará. Su amigo Musk le ayudaría con la narrativa.