¿Derrotó al “statu quo”?
La victoria de Donald Trump ha generado toda clase de interpretaciones audaces. Una de las más extremas es la que dice que el mandatario electo no derrotó solamente al partido Demócrata y a su candidata Kamala Harris, sino a todo el statu quo estadounidense.
Aseguran quienes sostienen esta versión que con Trump no ocurrirá otra ida y vuelta del péndulo del bipartidismo de Estados Unidos, sino que se ha producido una ruptura con el verdadero poder, el que siempre ha operado detrás de los presidentes en esa nación, el llamado Deep State, el Estado Profundo que es, en esencia, la plutocracia gringa.
Ese enfoque seduce a mucha gente. Pinta a Trump casi como un revolucionario, un líder popular muy irreverente que se alza contra una de las estructuras de control político mejor blindadas del capitalismo global. Pero, una revisión muy objetiva de quién ha sido y es el personaje en cuestión permite dudar mucho de ese encuadre. Trump es, ideológica y pragmáticamente, parte de esa conjunción de intereses corporativos que ha gobernado a Estados Unidos y, por la condición imperial de este, a buena parte del resto del mundo.
La rebeldía de Trump ante el Estado Profundo parece ser un producto marketinero, una imagen proyectada por publicistas hábiles, un mito diseñado para incautos.
¿Parará las guerras?
Trump comenzó sus andanzas como presidente electo con una promesa atrevida: dijo que sacará a Estados Unidos de las guerras en las que se metió la administración de Joe Biden. Los dos escenarios bélicos más notables del momento son la guerra proxy de la Organización del Tratado del Atlántico Norte contra Rusia, en Ucrania; y el genocidio flagrante que perpetra el sionismo en Palestina y Líbano.
El presidente electo alega que puede gobernar sin hacer la guerra y como evidencia muestra su primer mandato. Esto es apenas parcialmente cierto, pues durante su anterior gobierno, el magnate republicano sí llevó a cabo actos de hostilidad calificables como bélicos, entre ellos los asesinatos selectivos de líderes iraníes y, sin ir tan lejos, la agresión constante y creciente que desató contra Venezuela y que causó tantas muertes y daños materiales como los que hubiera podido ocasionar una invasión.
Por otro lado, surge la pregunta: ¿puede Estados Unidos mantener su hegemonía global, ya bastante mermada en otros planos, si no promueve guerras que “alimenten” a su principal industria, que es la militar? Las respuestas a esta interrogante marcarán, por cierto, el rumbo de su presunta confrontación con el Estado Profundo, pues en ese conciliábulo de intereses tiene especial peso el componente de las corporaciones bélicas.
¿Atacará a Venezuela o será un nuevo amigo?
Otra vertiente de los análisis poselectorales de EEUU es el referido al tipo de relación que entablará Trump II con Venezuela. En este aspecto aparecen pronósticos radicalmente opuestos: los sectores más duros del fascismo local abrigan la esperanza de experimentar un retorno a los tiempos de la “máxima presión” y de “todas las opciones sobre la mesa”; otros opinadores consideran que, por lo contrario, en esta segunda oportunidad, tendrá buenas relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro, a quien —aseguran algunos que dicen conocer la personalidad de Trump— ha llegado a admirar por ser un líder fuerte, en contraste con los opositores pusilánimes y cobardes.
Trump, durante la campaña, fustigó a Biden por haber desaprovechado la oportunidad de apoderarse de todas las riquezas de Venezuela, que él había dejado servida en bandeja de plata, al poner al país al borde del colapso mediante el bloqueo, las medidas coercitivas unilaterales y el saqueo realizado a través del írrito gobierno interino. Teniendo en cuenta esas críticas a su sucesor-antecesor, sería de esperar que vuelva con la misma política genocida.
Sin embargo, el escenario geopolítico ha cambiado, tanto en el plano general como en el del cuadro continental. Y esa Venezuela al borde del nocaut de la que se ufanaba Trump ha logrado recomponerse y luce con mayor capacidad de presentar combate.
Calma y cordura, nervios de acero
Frente a todas esas visiones míticas, presuntamente falsas y ante las promesas lanzadas al aire, la mejor receta es la prudencia y el manejo diplomático de las coyunturas que se avecinan, bajo una visión estratégica. Esta idea se resume en la expresión muchas veces repetida por el presidente Maduro: “Calma y cordura, nervios de acero”.
Se impone enviar el mensaje proactivo de la disposición a dialogar y a mantener relaciones en el plano del respeto, la equidad y la soberanía, y a la vez esperar con serenidad cómo viene la mano del “nuevo” presidente para responder recíproca y proporcionalmente.
Venezuela logró superar un nivel de agresión imperialista que, como ya se dijo arriba, fue muy parecido a una guerra convencional. El país sigue bajo asedio de fuerzas muy poderosas, pero cuenta también con respetables aliados y eso debe tener clara influencia en la línea de acción del gobierno estadounidense a inaugurarse en enero de 2025. Nunca está de más recordar el venerable lema maoísta, respuesta a la pregunta ¿qué hacer?: “Desechar las ilusiones, prepararse para la lucha”.