Desde hace un buen tiempo señalamos que se venía una nueva era, que el hegemón dejaría ese status y se reconfiguraría la geopolítica mundial.
Hemos venido aportando datos e información que han sustentado nuestra postura. Y es que era inevitable, luego de que cayera el Muro de Berlín, más por lo simbólico que por la estructura física, el llamado Occidente Colectivo que derivó en comparsa de Washington, asumió el control pleno del relato, de la narrativa imperante, asumió el control total del sistema financiero y aplicó la fuerza militar según su antojo.
El desarrollo de la tecnología, brutal en las primeras dos décadas del presente siglo, significó una expansión global del poder mediático.
Los periódicos, emisoras radiales, canales de televisión, en casi todo el mundo fueron uniformizados. Un mismo mensaje, elaborado en los centros de poder, era repetido en todos los rincones del planeta.
Así se fue creando un pensamiento único, no el que denuncian las fichas del hegemón, no, sino el que a ellos les interesaba. Por ejemplo, el que se arremetiera contra el islam, contra los árabes, fue normalizándose en el mundo. Gente que nunca en su vida había visto a un árabe, se expresaba con odio hacia ellos y su religión. Era la implementación de la islamofobia. Era la justificación de las invasiones a Irak, Afganistán, Libia, Siria.
Quienes promovieron la islamofobia son los mismos que, con el transcurrir del presente siglo, empezaron a trabajar contra China. Historias desagradables se hicieron circular sobre ese país, sobre su cultura, al punto que apenas se expandió la pandemia del Covid 19 gran parte de la corporatocracia mediática la llamó el virus chino.
Esa campaña fue amplificada por las llamadas redes, plataformas que fueron moldeadas por tecnología proporcionada por el Pentágono, o la comunidad de la inteligencia norteamericana. Quien crea que los dueños de esas plataformas son unos genios que aparecieron de la nada, pecan de inocentes. Esa tecnología es de origen militar y se la proporcionaron a quienes sabían que les serían útiles.
Siempre lo hemos dicho, los verdaderos dueños del sistema, quienes manejan los verdaderos hilos del poder, no son personajes como Elon Musk. A ellos no les interesa mostrarse en medios o redes. No les interesa, no lo necesitan.
Ellos, desde hace siglos, manejan las finanzas, financiaron reinados, y pese a que cayeron las monarquías ellos sustentaron al nuevo modelo emergido luego de la revolución francesa.
Impulsaron el renacimiento en Italia, de hecho, la banca veneciana fue una de las impulsoras del capitalismo actual.
Esas familias, más allá de teorías conspiranoicas, manejan la banca global, controlan el poder verdadero.
Colocan sus fichas en donde les conviene, chantajean y presionan a autoridades y empresarios. No en vano se acusó a Emmanuel Macron de ser una ficha al servicio de esa gran banca.
Ahora, conforme han transcurrido los siglos, las décadas, ellos han sabido adecuarse, o ir modificando las condiciones para seguir favoreciéndose.
Ellos han movido los hilos que mueven el mundo, desde que cayó el bloque soviético no ha existido un modelo alternativo, por eso estan tranquilos.
Una tranquilidad basada en la certeza de que controlan el conocimiento, vía las universidades. Los profesionales, científicos, intelectuales, por más antisistema que sean, por más revolucionarios que sean, han sido formados en los parámetros que el Occidente Colectivo impuso en casi todo el orbe.
El eurocentrismo se impuso en lugares remotos de África, Asia, en toda América.
Pero en regiones importantes subsistieron focos de resistencia, eso fue en países, naciones, herederos de una gran riqueza cultural que no han podido ser avasallados, pese a las embestidas de las potencias occidentales coloniales. Uno de esos países: China.
Con una cultura milenaria, con grandes aportes a la humanidad en filosofía, tecnología, en economía, en comercio, China, que estuvo a punto de ser desmembrada por potencias europeas, y su vecino Japón. Luego de la revolución liderada por el Gran Timonel, Mao Zedong emprendió una serie de transformaciones políticas, educativas, económicas, que la ha llevado a convertirse, hoy, en una superpotencia global.
China, hoy le planta cara al Gobierno de Estados Unidos, que piensa que el planeta es su centro de diversiones, de recreo.
China, que siempre esgrimió una paciencia estratégica para enfrentar los problemas geopolíticos, hoy actúa con firmeza, hoy responde a las agresiones comerciales contundentemente.
China juega con las reglas del sistema y con ellas se impone. Juega al libre comercio internacional, que hoy Trump desbarata.
Los poderes fácticos, los dueños de las finanzas, no ven con desagrado a China, a la China comunista, porque siguen ganando dinero. Siguen manejando el sistema.
Y es ahí donde el factor Trump plantea una disyuntiva: ¿apoyan a la China comunista? Cuyo modelo no les agrada pero les produce ganancias, ¿o apoyan a Trump que está petardeando el sistema y pone en cuestión a la clase dominante que emergió luego de la Segunda Guerra Mundial?
Claro, ellos no pueden controlar el Partido Comunista Chino, a sus líderes, que fueron formados de forma diferente, en respeto -por ejemplo- a las enseñanzas de Confucio; en la tradición de proteger a sus ciudadanos, del bien común, del amor a su país, a su cultura.
Ahora, la agresividad de Trump llevó a que Pekín tomara medidas que pueden marcar que se acelere el cambio de época, el emerger de un nuevo orden mundial.
El actual inquilino de la Casa Blanca, lo tenía previsto desde que asomó la candidatura.
Desde que empezó su retórica con aquello de: «la palabra más hermosa del diccionario es ‘arancel’ y es mi palabra favorita«.
Trump justificaba su retórica, su implemento de aranceles, diciendo que eran para proteger los negocios estadounidenses, para estimular la creación de puestos de trabajo y la producción doméstica.
Aunque la Reserva Federal señalara que los aranceles no impulsaron ni el empleo en el sector manufacturero ni la producción en el primer periodo presidencial de Trump.
Claro, él ahora pretende que para evitar altos aranceles las compañías extranjeras decidan abrir sus plantas en territorio estadounidense, amén de que los aranceles serían una forma de generar ingresos adicionales para el presupuesto estatal.
Quienes defienden los aranceles de Trump piensan que sirven para presionar a los países afectados para que se plieguen a sus designios.
En contraparte, las compañías norteamericanas deberán enfrentar mayores costos por las materias primas importadas, así como represalias arancelarias de otros países; según la Reserva Federal
Además, abrir plantas en Estados Unidos tomaría cierto tiempo, obtener resultados positivos no sería tan rápido, ni fácil, eso desestimula a los inversores.
De otro lado, este enfrentamiento entre China y Estados Unidos no es novedoso, ya entre 2018 y 2019 ambos países intercambiaron varios ataques arancelarios.
Trump inició la refriega al introducir aranceles del 25 % a las mercancías del gigante asiático por más de 34.000 millones de dólares; recibiendo una respuesta proporcional por parte de Pekín.
Con Biden, Pekín y Washington trataron de restituir sus lazos comerciales. En enero del 2020 suscribieron “la fase uno” de un acuerdo comercial, pero muchos aranceles siguíeron vigentes.
Trump es bullanguero, pero tampoco olvidemos que en tiempos de Joe Biden muchas empresas y personalidades chinas fueron hostigados e incluidas en una “lista negra” en Estados Unidos.
No es que la tensión desapareciera, pero Trump la ha exacerbado contra China, y la ha extendido a todo el mundo.
Y parece ser que esta vez Washington no las tiene todas consigo, que los cálculos de Trump, de sus entornos, podrían fallarles.
José Manjón, escritor y analista del Instituto Español de Geopolítica, cree que en esta escalada de aranceles Trump acaba de declararle la guerra a China, y que esto alterará el equilibrio global; cree también que sea un paso hacia el fin de la globalización que hemos vivido en las últimas décadas.
«Trump ha liquidado todo el orden económico que hemos tenido durante generaciones, podría significar el fin del sistema económico establecido por Bretton Woods y las consecuencias a largo plazo son inciertas”, sostiene.
Coincide con otros expertos en que estas medidas refuerzan la posición de los BRICS y llevan a otros países a buscar vías alternas al dominio del dólar y la hegemonía estadounidense.
Otro analista europeo, Enrique Navarro Gil, de Consultor aerospace & engineering, asevera que «Trump se cree que EE.UU. es más importante que el resto del mundo«. Observa que en estos días de zozobra las bolsas que más han caído han sido las norteamericanas, lo que muestra que a quién afecta en mayor medida es a EEUU.
Para Santiago Armesilla, director del Instituto Beatriz Galindo – La Latina, Estados Unidos sabe que está empezando a perder la batalla con China por los BRICS.
“La lucha económica entre Estados Unidos y China no se resolverá rápidamente, y estas políticas podrían tener efectos significativos en el futuro”, señala Armesilla.
Henry Johnston, analista financiero, cree que hay un paralelismo muy interesante entre el enfoque de Trump hacia el conflicto de Ucrania y su actuación en el ámbito económico. En ambos escenarios intenta abordar los problemas con medidas unilaterales y agresivas.
«Los problemas económicos que intenta abordar son muy profundos. Llevan medio siglo en juego y no se resolverán con una ofensiva a base de aranceles«, expresó.
Respecto al discurso de Trump, en el sentido que otras naciones se aprovechan de su país, sostiene que es errado, que «al usar el dólar como moneda de reserva y alentar a otros países a acumular excedentes de dólares y luego reinvertirlos en EE. UU., en bonos del Tesoro estadounidense, esto permitió a EE. UU. financiar el consumo interno sin generar inflación«.
Lo que Trump no tiene en cuenta, y muchos expertos si, es que esas políticas arancelarias causarían un golpe de 10% en el producto interior bruto de Estados Unidos, empujando el país hacia la recesión.
Según The New York Times, el valor de los aranceles para todos los bienes importados por EE. UU. fue de 78.000 millones de dólares, el año pasado.
Esta cifra podría superar el billón de dólares, conforme publicó la compañía de investigación Trade Partnership Worldwide.
Howard Marks, presidente y cofundador de Oaktree Capital Management, una de las más importantes firmas de inversión estadounidenses, cree que estamos asistiendo al mayor cambio de rumbo económico desde la Segunda Guerra Mundial.
“Desde el final de la guerra, el mundo apostó por la integración económica para evitar nuevos conflictos. Eso fue la globalización. Hoy, esa etapa parece haber terminado”, afirmó.
Contrariamente a lo que dice Trump, la globalización permitió a países como Estados Unidos beneficiarse del comercio internacional, externalizar producción de bajo coste y centrarse en servicios de alto valor.
El problema es que ese modelo ha colapsado. Lo que se avizora en el Occidente Colectivo es más inflación, menos eficiencia y menor crecimiento.
“No estamos ante una simple corrección. Estamos en un cambio de paradigma”, afirma.
La inestabilidad de Trump se proyecta a los mercados y eso no les gusta a los poderes fácticos. Aunque ellos sabrán acomodarse ante el nuevo orden mundial, tienen siglos haciéndolo.
Más allá de los aranceles que Trump quita y pone , intempestivamente, que lo hace para chantajear o buscar nuevos adeptos, según sea el caso, el nuevo orden mundial es inminente.
Quizá volvamos a un mundo bipolar, no como en tiempos de la Guerra Fría, donde Washington capitaneaba el mundo occidental y la Unión Soviética el oriental.
Este será con bloques donde los reacomodos no se dan por cercanía ideológica o geográfica, sino por los acuerdos al que hayan llegado los diversos países.
Así las cosas, los BRICS, que llevan más de una década activos, entran con ventaja al nuevo escenario.
Tienen reglas claras, líderes confiables y mercados en expansión. Los bandazos de Trump potencian al bloque. A nadie le gusta vivir en medio de amenazas, extorsiones. Los países se cansan, los poderes fácticos también.
Esta guerra de aranceles termina afectando a todo el planeta, pero también es oportunidad de reacomodos, de acelerar procesos.
Aunque en este escenario, quizá, Washington y Pekín podrían reunirse y pactar alguna nueva tregua que sólo retardaría el ascenso del nuevo orden mundial.