La victoria de la repatriación de los 252 compatriotas secuestrados en El Salvador
Se impuso la verdad a la posverdad
El primer elemento del triunfo multidimensional es el referido a la verdad. Repatriar a los 252 connacionales que se encontraban secuestrados en la cárcel de alta seguridad contra el terrorismo en El Salvador es una victoria de la verdad sobre las narrativas creadas por el gobierno de Estados Unidos, su lacayo salvadoreño, Nayib Bukele, y por los factores de la ultraderecha venezolana al servicio del poder imperial.
Se trató de imponer, de manera cruel y reiterativa, que estas personas eran en su totalidad delincuentes pertenecientes a la banda El Tren de Aragua; y que habían sido enviados a esa cárcel de máxima seguridad porque ponían en peligro la seguridad de nacional de EEUU. Se ha demostrado, no solamente por las cifras dadas a conocer por el gobierno venezolano; sino también por organizaciones de derechos humanos, y por abogados que actuaron previo al proceso de rescate de estas personas, que solo un mínimo porcentaje tenían algún tipo de antecedentes penales y ni siquiera ellos fueron procesados judicialmente, no tuvieron derecho a la defensa ni al debido proceso.
La totalidad de los 252 venezolanos fueron secuestrados, privados ilegalmente de la libertad y enviados, además, a un tercer país, pisoteando no solamente las normas internas de EEUU, sino también todo el Derecho Internacional que rige la materia.
Al ser devueltos a Venezuela quedó, además, en evidencia que estas personas no tenían ningún tipo de expediente, ni siquiera una identificación concreta hasta el momento en que fueron repatriados.
La verdad ha triunfado sobre la posverdad, sobre las narrativas falsas de la ultraderecha y del imperialismo.
Triunfó la justicia, pero todavía falta
Paralelo a lo anterior, es necesario destacar que la justicia ha triunfado luego de varios meses de un reinado vergonzoso de la injusticia. Las personas que se encontraban en El Salvador, en esa especie de campo de concentración, no habían sido procesadas judicialmente, no existía contra ellas ningún tipo de acusación formal y ni siquiera estaban acompañadas de un expediente criminal.
Ellos fueron privados de la libertad, secuestrados, desaparecidos de manera forzosa, torturados vejados. Todas esas acciones en su contra son delitos internacionales, de manera que ahora viene una segunda etapa relacionada con el triunfo de la justicia; y es que estas acciones cometidas por el poder imperial estadounidense, con la complicidad del gobierno de Bukele, deben ser sancionadas y subsanadas. No deberían quedar impunes.
De lo único que pudieran ser culpados la mayoría de estos compatriotas es de haber ingresado sin los documentos requeridos a EEUU, pero ese no es un delito para ser sancionado arbitrariamente, como lo fue. Corresponde ahora a las autoridades venezolanas, al Ministerio Público y al Gobierno nacional, gestionar que estos hechos punibles sean debidamente sancionados por los organismos internacionales, que —dicho sea de paso— se han mostrado inoficiosos en casos como este.
No deja de ser obligatorio consignar las denuncias correspondientes.
Retumba la soberanía
Venezuela se hace sentir como un país soberano e independiente, un país que repudia la injerencia, un país que no se doblega ni siquiera ante actos de humillación, como a los que fueron sometidos estos compatriotas, con la clara intención de aplastar nuestra moral nacional.
La soberanía se defendió de una manera integral: la defendió el Estado venezolano, a través del Gobierno, la Asamblea Nacional y el Ministerio Público; y la defendió también la gente que estaba viviendo en carne propia ese enorme abuso de poder. Hasta los 252 venezolanos secuestrados mantuvieron una actitud digna de protesta mientras estuvieron recluidos en esa terrible cárcel que, por lo demás, arrastra un larguísimo expediente en lo interno, que debe ser también en algún momento analizado por los organismos internacionales que rigen la materia de derechos humanos.
Venezuela levantó su voz e hizo el milagro que va a quedar escrito en la historia contemporánea de un mundo tan inicuo; donde se perpetra un genocidio a la luz del día; donde se asesina a la gente que está tratando de recibir comida; donde se ha arrasado con niños, niñas, adolescentes, adultos mayores, mujeres embarazadas, personal de las organizaciones internacionales, personal médico y de enfermería, periodistas, camarógrafos, fotógrafos y toda clase de voluntarios.
Elevar la voz, como lo ha hecho Venezuela, tiene un valor superlativo, que quizás solo con el tiempo se va a apreciar en toda su magnitud.
El éxito de la diplomacia
Venezuela ha ejercido su diplomacia bolivariana de paz, se ha apoyado en sus aliados del mundo, ha alcanzado el respaldo de importantes figuras de la política internacional. Así ha conseguido resultados concretos: con negociación, con diálogo, con tolerancia a un enemigo que es difícil de tolerar, a un enemigo que provoca no tolerarlo.
Los negociadores venezolanos han dado una demostración de capacidad para guardar sus más justificados resentimientos, y de llegar a acuerdos con un adversario que pelea de manera desleal y desequilibrada, que aprovecha su poder —omnímodo en muchos aspectos— para oprimir a los más necesitados, para apretar al país en lo económico, en lo político, en lo mediático y en este campo de las migraciones.
La diplomacia bolivariana de paz ha hecho su trabajo, se ha entendido con quien debe entenderse. Un aspecto importante de este proceso de negociación, un detalle no menor, que dice mucho acerca de la realidad nacional del momento: en él no tuvo participación ningún actor opositor interno. Fue una negociación directa y exclusiva entre EEUU y Venezuela. Los factores de la ultraderecha, que se ufanan de tener algún apoyo imperial, quedaron relegados. Están absolutamente fuera de juego. Esa es otra arista de la multidimensional victoria del chavismo sobre sus oponentes.