Roberto Betancourt A./
Con motivo de la celebración del nacimiento de El Libertador Simón Bolívar, es necesario conocer una de las facetas menos exploradas, pero profundamente reveladoras, de su genio político y filosófico: su visión de la ciencia. Más allá del prócer militar y líder visionario, fue también un hombre inmerso en las corrientes intelectuales de su época, en plena revolución de la Ilustración. Su pensamiento se vio influenciado por la convicción de que el conocimiento, la razón y el método científico eran pilares imprescindibles para construir la libertad, la justicia y la soberanía de los pueblos de América.
Nacido solo seis años antes de la Revolución francesa, su formación coincide con los umbrales de una nueva época marcada por otras rebeliones atlánticas y la circulación de las ideas de Rousseau, Voltaire, Montesquieu y Humboldt. Fue precisamente el científico prusiano Alexander von Humboldt, que visitó América entre 1799 y 1804, quien despertó en los criollos de la época una nueva sensibilidad científica y ecológica frente al territorio americano. En múltiples ocasiones, Bolívar reconoció el valor de las ciencias naturales, la cartografía, la geografía y la medicina como herramientas fundamentales para el buen gobierno y el progreso. Su estancia en Europa y su contacto con las corrientes del pensamiento ilustrado le inculcaron una perspectiva racionalista, crítica con la superstición y abierta a los postulados del empirismo científico.

Uno de los episodios de su pensamiento científico se centra en su reflexión sobre el terremoto de Caracas del 26 de marzo de 1812, evento que destruyó gran parte de la ciudad y dejó más de diez mil muertos y que fuere utilizado por las autoridades eclesiásticas y realistas para afirmar que se trataba de un castigo divino por la rebelión independentista. En respuesta, la leyenda que rodea a Bolívar afirma que pronunció la famosa frase: «Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca». Aunque nunca la pronunció, su sola mención otorga mayor fuerza retórica a su Manifiesto de Cartagena del mismo año, así como una carga epistémica que denota la voluntad de desmitificar las catástrofes naturales y afrontarlas con conocimiento técnico, planificación urbana y prevención.
A lo largo de su epistolario, Bolívar insistió en la necesidad de educar a los pueblos, no solo en la moral republicana, sino también en las ciencias útiles. Al afirmar que «un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción», alude al alfabetismo político y al papel transformador de la ciencia en la emancipación. La libertad debía sustentarse en instituciones que promovieran el conocimiento, la observación sistemática de la realidad y la planificación informada, lo que le convierte también en precursor del pensamiento moderno sobre las políticas públicas de ciencia y tecnología para el desarrollo.
Durante su ejercicio de gobierno, Bolívar promovió la creación o reforma de instituciones educativas que incluyeron la Universidad Nacional de Trujillo (Perú), la Universidad Central de Quito, la Universidad de Bogotá, la Universidad de Chuquisaca (Bolivia), el Colegio Nacional de Ciencias y Artes (Cuzco, Perú) y la Universidad Central de Venezuela. Con ello demostraba su convencimiento de que las repúblicas necesitaban formar especialistas universitarios con pensamiento crítico y alejados del control eclesiástico. Se añade su empeño por fundar la Sociedad Económica de Amigos del País en Caracas —inspirada en las de Madrid y La Habana— reflejaba también su interés por vincular el saber científico, la producción agrícola y la administración pública desde una perspectiva de desarrollo endógeno y sostenible.
Bolívar pudo no haber sido un científico en el sentido académico del término, pero sí tuvo una comprensión profunda del rol estratégico que la ciencia desempeña en la construcción de la soberanía nacional. Su pensamiento se alinea con el racionalismo ilustrado, nutrido del empirismo y de la idea del progreso como conquista colectiva.
Su visión era humanista, lejos de tecnocrática: concebía la ciencia como un instrumento para alcanzar la felicidad social y la dignidad humana. En un contexto geopolítico marcado por la dependencia y el colonialismo, El Libertador anticipó, sin saberlo, una noción que hoy defendemos desde el Sur Global: la soberanía científica como base de la autodeterminación de los pueblos.
Al soplar las velas de su 242º cumpleaños, se reivindica la recuperación de su visión científica como un ejercicio de justicia historiográfica y un llamado urgente para reinsertar la ciencia en el corazón de los proyectos emancipadores. En un mundo amenazado por desastres naturales, crisis climática, desigualdades tecnológicas, analfabetismo y apartheid científicos, las palabras de El Libertador retumban como una advertencia y una promesa: solo con ciencia, educación y pensamiento crítico podremos liberarnos del yugo de la neocolonización.