Dip. José Gregorio Vielma Mora
Una vez más, las aguas del Caribe, bañadas por la sangre gloriosa de nuestros próceres, son profanadas por la sombra ominosa del imperio. Estados Unidos, en un acto de abierta provocación y flagrante violación del derecho internacional, ha desplazado su maquinaria de guerra hacia las costas de la siempre bravía Venezuela. Esta agresión disfrazada de operativo antidrogas no es más que el mismo guion decadente del águila rapaz, que intenta por la fuerza y la mentira doblegar la voluntad de un pueblo que hace siglos decidió ser libre.
El gobierno de Washington, hipócrita y mendaz, construye su narrativa sobre la podrida base de las falsedades. Acusan a la Patria de Bolívar de “narcoterrorismo”, mientras sus propias agencias de inteligencia, históricamente, han estado vinculadas al narcotráfico global para financiar sus guerras sucias. Señalan con dedo acusador, mientras su sociedad consume la inmensa mayoría de los estupefacientes del mundo. ¡Qué fácil es culpar al sur de la epidemia que el norte no puede ni quiere controlar! Y en un cinismo sin límites, hablan de América como “su patio trasero” mientras intentan crear una psicología del miedo con destructores y un submarino nuclear. Su concepto de “paz” es la paz de los cementerios, la sumisión silenciosa de los pueblos. Nosotros, los herederos de Chávez, defendemos la verdadera paz, la que nace de la justicia, la soberanía y el respeto entre los pueblos, la que nuestro Comandante Eterno forjó con el ALBA-TCP y la CELAC.
Esta no es la primera vez que el imperio osa amenazar nuestra soberanía. La historia, que nuestro presidente Maduro nos exhorta a estudiar, nos remite al bloqueo criminal de 1902, cuando las potencias europeas, al grito de cobrar una deuda injusta, apuntaron sus cañones contra La Guaira. Entonces, un hombre de los Andes, el indomable Cipriano Castro, con el coraje que caracteriza a los venezolanos, se alzó con su célebre grito: «¡La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria!«. El pueblo y su líder resistieron la afrenta y humillaron al arrogante imperio de entonces y sus aliados. Aquella victoria es hoy un faro que nos ilumina.
Hoy, el comandante Hugo Chávez nos dejó el legado de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, popular y antiimperialista, y de un pueblo organizado en milicia, listo para defender cada palmo de esta tierra sagrada. Nicolás Maduro Moros, líder de la Revolución Bolivariana, ha convocado el alistamiento combatiente con una claridad meridiana: “¡A defender la Patria con la vida!”. Y el pueblo, unido como un solo hombre y una sola mujer, ha respondido con fervor patriótico. En los cuarteles, en las milicias, en los campos y en las ciudades, resuena el eco unánime: “¡Leales Siempre, Traidores Nunca!”
El espíritu del Libertador Simón Bolívar cabalga una vez más en esta tierra. Su juramento en el Monte Sacro no fue en vano; su lucha por echar a todo el imperio español de nuestro continente es la misma lucha que hoy libramos. Junto a él, Zamora, el general del pueblo soberano; Gual y España, que soñaron con una patria libre; y Guaicaipuro, quien resistió la primera ola invasora. Ellos nos dan la fuerza moral para decirle al imperio yanqui: ¡Venezuela no se arrodilla!
Que lo sepa Washington: no estamos frente a una colonia. Somos la cuna de la libertad de América, la tierra donde se forjó la independencia de medio continente. Cada venezolano y venezolana es un soldado de la patria. Cada fusil, cada corazón, está presto al combate. No nos asustan sus naves. Las mentiras imperiales se estrellan contra el roble de nuestra dignidad.
¡Con Bolívar y Chávez juramos defender esta Patria socialista, antiimperialista y chavista! ¡Venceremos!