“Las intervenciones que tienen por causa o por pretexto el peligro de un contagio revolucionario han sido siempre funestas, efímeras en sus efectos, y rara vez exentas de perniciosos resultados”
Si los intelectuales de la derecha supieran realmente quién fue Andrés Bello (1781- 1865) no le habrían colocado su nombre a instituciones íconos del pensamiento conservador como la UCAB, ni escribirían libros laudatorios acerca de este caraqueño como lo hizo Rafael Caldera. Por el contrario, lo ocultarían e intentarían que pasara inadvertido. Del mismo modo, si los universitarios críticos y los revolucionarios latinoamericanos, entre ellos los del PSUV, tuviéramos una idea aproximada de quién fue Andrés Bello, seguramente lo estudiaríamos más acuciosamente, le tendríamos menos recelo y lo reconoceríamos, junto a Bolívar y Martí, como referente teórico fundamental en las luchas de nuestros pueblos por alcanzar la independencia, la integración, la identidad, la autodeterminación y la soberanía; temas en los que sentó cátedra. Formaría entonces parte del imaginario de la Revolución: su palabra estaría presta a inspirarnos, especialmente en estos momentos, cuando nuestro país es amenazado por la más grande potencia imperial del planeta.
Sí, porque Andrés Bello fue un decidido antiimperialista. Para los doctos europeos de su época, el imperialismo estaba justificado. Por ejemplo, el francés Renán (1823-1892) declaraba: “La conquista de un país de raza inferior hecha por uno de raza superior que se establece en él para gobernarlo, nada tiene de chocante. La ley de la vida es el reinado de los más fuertes, la derrota y la sumisión de los más débiles”. En contraposición con esta apología del imperialismo, el venezolano Andrés Bello expresa: “En la república de las naciones, hay una aristocracia de grandes potencias, que es en la que de hecho reside exclusivamente la autoridad legislativa; el juicio de los estados débiles ni se consulta, ni se respeta. Denuncia: “El soberano que emprende una guerra injusta, comete el más grave, el más atroz de los crímenes, y se hace responsable de todos los males y horrores consiguientes: la sangre derramada, la desolación de las familias, las rapiñas, violencias, devastaciones, incendios son obra suya.”
Así, frente a las justificaciones que siempre han alegado los imperios para someter a las naciones débiles, a quienes acusan de constituirse en amenaza a su seguridad, responde con palabras que parecen dirigidas a Obama o Trump. Expresa: “No hay duda de que cada nación tiene derecho para proveer a su propia conservación y tomar medidas de seguridad contra cualquier peligro. Pero éste debe ser grande, manifiesto e inminente para que nos sea lícito exigir por la fuerza que otro Estado altere sus instituciones a beneficio nuestro”.
En relación con las alianzas entre potencias imperialistas para someter a las pequeñas naciones, expresa unas ideas que no les gustaría oír a los jerarcas de la OTAN y la Unión Europea. Se opone a estas confederaciones imperiales porque imponen “una intervención demasiado frecuente y extensa en los negocios interiores de los otros Estados. Aceptarlas implicaría una supremacía irreconciliable con los derechos de soberanía de los demás Estados y con el interés general que traería los más graves inconvenientes”.
Con respecto a las ideas de invadir como medida para evitar el ascenso y la difusión de las revoluciones, Bello expresa palabras que parecen dirigidas a los apátridas que piden a gritos la intervención extranjera en Venezuela, creyendo que con ello van a detener el torrente revolucionario. Dice: “Las intervenciones que tienen por causa o por pretexto el peligro de un contagio revolucionario han sido siempre funestas, efímeras en sus efectos, y rara vez exentas de perniciosos resultados”. Y ahora que ya EEUU buscan todo tipo de pretextos para invadir Venezuela, parece decirles a los funcionarios del Pentágono y la Casa Blanca: “Se llama pretexto las razones aparentemente fundadas, que se alegan para emprender la guerra, pero que no son de bastante importancia, y solo se emplean para paliar designios injustos”.
Sí, Andrés Bello abogó por la defensa de la soberanía y la independencia. “La independencia de la nación-dijo- consiste en no recibir leyes de otra, y su soberanía en la existencia de una autoridad nacional suprema que la dirige y representa”. Pero no luchó tan solo por la independencia y soberanía políticas, insistió en la necesidad de alcanzar lo que llamó “independencia de pensamiento”. En ese sentido se propuso fortalecer la independencia intelectual de los suramericanos como requisito para el logro de la plena emancipación de América del Sur. Se preguntó: “¿Estaremos condenados a repetir servilmente las lecciones de la ciencia europea, sin atrevernos a discutirlas? Exhortó a la juventud: “Aprended a juzgar por vosotros mismos; aspirad a la independencia de pensamiento”. Hoy más que nunca debemos avanzar en ese sentido, y liberarnos de cualquier tutelaje intelectual que nos impida ver con ojos propios la realidad que nos circunda.
En fin, Andrés Bello es uno de los grandes desconocidos, tanto entre cierta derecha que lo venera porque no lo conoce, como entre mucha gente de izquierda que lo desdeña porque no lo ha estudiado. Para remediar este mal propongo que llenemos la UCAB, las universidades públicas y el PSUV con carteles contentivos de su pensamiento antiimperialista y con sus textos. En la UCAB sacarán sus libros de la biblioteca, y en nuestras universidades y el PSUV… ¡le daremos, al fin, la bienvenida!