No les tengo que contar que desde que llegó el chavismo al poder todo ha sido una lucha enorme, un camino lleno de zancadillas, traiciones, codazos, yo voy primero, sabotajes, mentiras, ataques, golpes, conspiraciones, externas, internas…ñ
Uno ve los videos de Chávez y se le ponen los pelos de punta: Chávez, inmenso, rodeado de algunos compañeros fieles y un montón de oportunistas, algunos que hoy hasta militan con Guaidó, con sus caras tan (mal)lavadas. Otros que saltaron al baboso ladoyladismo, esa posición cobarde que simula ecuanimidad pero solo consigue errores, defectos y cosas hurriblis del lado del chavismo y cuando el error está del otro lado, como por ejemplo gestionar sanciones contra el país -¡sorpresa!- también es culpa nuestra porque la ineficiencia, la corrupción y cualquier cosa que lave la cara a la infamia y nos la embarre a nosotros, los que la combatimos. Otros, los que después de pasarse en vida de Chávez, perdonándole la vida, midiéndole cada palabra, cuestionándole cada paso, regalándole ese medio punto para pasarlo con diez; a Nicolás ni medio punto le dieron nunca porque ¿por qué un autobusero y no un militante de izquierda de toda la vida?
Incómodas e indignas posturas que yacen en el ombligo de cada quién y que, según las riegues, germinan y florecen. Aspirantes a cosas grandes sin tener la grandeza para alcanzarlas, contando con la cercanía a quien sí la tiene. Muchos velándole el puesto, creyéndose mejores pero con menos suerte que aquel militar zambo que les tocó acompañar para poder ser algo más que la nada que eran. De Chávez tomaban su luz para sentir que eran ellos los que brillaban. Y se lo creyeron. Ahora velándole la presidencia a Nicolás pero ya sin disimulos.
Los tiempos difíciles exponen debilidades, miedos, mezquindades. Caen como hojas secas ambiciones personales, el yo, me, mí, conmigo no cabe en un proceso de construcción colectiva. Hoy estás en la tele y eres una estrella, y te crees que como todos te ven, todos te necesitan y no te das cuenta que eres tú el que necesitas a todos para que te vean, para que seas lo que te quieres creer que eres. Pones cara de sobrado, te crees imprescindible y hasta más arrecho que todos, porque tú sí sabes cómo se resuelven los problemas y lo dices claro y raspao –¡no joda!– como nadie se atreve a hacerlo –¡carajo!– “la inflación se detiene deteniendo la inflación, ¿oíste, Nicolás?” –lo tutea manoteando, pa que sepa.
Propuestas que son órdenes, como si Nicolás no supiera lo que está pasando o lo que hay que hacer. “Yo sé de guerras” –le dijo amablemente a una amable compañera que propone algo que Nicolás no aplica. Ella, inteligente, entiende. Otros encuentran en su propuesta no aplicada la excusa para atacar al gobierno ya bajo el más asesino y feroz ataque. Y lo atacan en nombre de Chávez como para no aceptar su propia derrota, como para no aceptar que son otra baja en esta guerra de ideas.
Y es un goteo que no cesa. Mientras haya egos habrá resbalones. Esa urgencia de creer que lo que uno dice y piensa es fundamental para la revolución, para el colectivo. Esa urgencia de decirlo primero, de avisar, de advertir, al aire, que vuele, que lo sepan todos, para que si la cosa no sale bien se sepa que yo no estaba muy de acuerdo, o que yo se los dije, que yo dije como si tenía que ser que yo, yo, yo, yo… Y está bien querer ayudar, a mi me pasa a cada rato, pero tan fácil que es mandar un mensajito de teléfono, cuando puedes. Y tanto más efectivo. Pero pasar un mensajito no se nota y en este mundo lo que no se nota, no es.
Hay resbalones superables porque son de buena voluntad, aunque el camino del infierno esté empedrado de buenas intenciones, ya lo sabemos, son resbalones que parten de la decencia, y de cierta ingenuidad, debo decirlo, que aspira a que las cosas sean perfectas como nunca van a ser, y menos en una guerra brutal como la que enfrentamos. Hay, en cambio, resbalones “indevolvibles” –diría Ismael García, quien se lanzó talanquera allá creyendo que el movimiento manos blancas se tragaría a Chávez con el cuento de RCVT–. Esos que se desbarrancan en un mal cálculo y no hay abajo red que los ataje, más allá de las caprichosas y cortas de memoria redes sociales.
Es que es un proceso largo y resbaloso donde el brillo encandila y entrampa. Donde el ego es una bomba interna que puede explotar en un parpadeo. El ego, la ambición o el nefasto “yo merezco”. La fama siempre circunstancial, siempre cambiante, va dejando aspirantes con síndrome de abstinencia que proyectan su frustración, como una peli, por las redes sociales, lanzando tuits como pedradas a la luna y contando retuits a ver si todavía les queda algo de aquello que una vez creyeron ser: voces indispensables.
Aquí el único indispensable es Chávez y mira tú, aquí seguimos juntos para que Chávez siga siendo. Todo lo demás es ruido.
El camino es laaaaaargo y está empedrado con jabones. ¡Mosca, pues!
¡Nosotros venceremos!