Por Eduardo Cornejo De Acosta
Fue el 9 de marzo del 2015, cuando el entonces inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, firmó una orden ejecutiva declarando «emergencia nacional» por la amenaza «inusual y extraordinaria» a la seguridad nacional y a la política exterior, ante la situación en Venezuela.
Aquella vez el presidente norteamericano estableció sanciones contra siete funcionarios, acusándolos de violar derechos humanos y cometer actos de corrupción.
«Estamos comprometidos por hacer avanzar el respeto por los derechos humanos, al proteger las instituciones democráticas y el sistema financiero de EE.UU. de los flujos financieros ilícitos de la corrupción pública en Venezuela», decía el comunicado difundido a los medios de comunicación.
Evidentemente, la comunidad internacional, los países con gobiernos serios y soberanos, e inclusive funcionarios de entes internacionales medianamente decentes, rechazaron la medida y los términos.
¿Cómo Venezuela podría ser una amenaza para Estados Unidos? Es una locura, decían tras bastidores funcionarios del servicio diplomático y del Pentágono.
Ante el despropósito, funcionarios de distintos niveles expresaban que la declaración de emergencia «es un proceso normal» que se ha hecho en otros casos de sanciones como Siria, Irán o Birmania, coincidentemente, todos esos países no aceptan la hegemonía arbitraria de Washington.
Concordaron en que la declaración era un primer paso hacia una política de sanciones.
Previo a ello, desde el 2010, las relaciones entre Venezuela y Estados Unidos andaban en un nivel muy precario. De hecho, solo al de encargados de negocios.
Aquella misma tarde, una vez que Caracas supo del decreto, Diosdado Cabello, por aquel entonces presidente de la Asamblea Nacional, dijo que «lo que viene ya está planificado y debemos decirlo, son ataques sobre nuestra tierra, sobre nuestro país, ataques militares…Estas resoluciones de emergencia las utiliza el imperialismo norteamericano cada vez que va atacar a un pueblo».
De allí en adelante siguieron sanciones unilaterales a funcionarios de distintos estamentos estatales criollos. Altos jefes militares, policiales, ministros, diplomáticos, miembros de la ANC, del sistema de justicia.
Se les acusa de todo tipo de delitos. Principalmente de vínculos con el narcotráfico, aunque no muestren las pruebas.
El presidente de la ANC, Diosdado Cabello, ha sido una de sus blancos favoritos. Sin embargo, al dirigente no le han probado ninguna de sus acusaciones. Cabello decidió llevar a la justicia ordinaria a los medios que irresponsablemente se hicieron eco de esos acusadores y logró derrotarlos.
Claro, el argumento del narcotráfico es muy usado de cara a la opinión pública norteamericana, básicamente, porque alimenta el imaginario colectivo que Washington lucha contra quienes dañan la humanidad. Con ello pretenden justificar alguna intervención armada.
Pero donde concentran su ataque es en el sector económico. Conscientes que la oposición criolla no logra captar apoyo popular, apelan a dañar la economía venezolana para intentar derrocar al gobierno bolivariano.
Entonces, en un mundo donde el aún hegemón político y militar, aunque va perdiendo esa condición, asedia un país, cuando lo señala de “amenaza inusual”, con todo lo que eso implica. Ese decreto infame presiona agentes financieros, inversores, socios y potenciales socios para que reculen y desistan de hacer negocios con Venezuela o disminuyan el volumen de los mismos.
Ejemplos sobran. Sino ¿cómo es que empresas que tenían compromisos, previamente cancelados por Venezuela, para traer alimentos con los cuales se abastecen los Claps, desistan a última hora?
¿Cómo es que laboratorios médicos y fabricantes de material quirúrgico, a último momento suspendan entregas previamente pautadas?
¿Afecta al venezolano de a pie? Evidentemente. ¿Causa malestar social y enfado contra el gobierno bolivariano? Indudablemente.
A eso le sumamos portales web que distorsionaban el mercado de divisas.
El gobierno buscó otras alternativas para sacudirse del cerco unilateral, el petro por ejemplo, y tras ello fueron los agresores. Viendo que la carta de agresión económica es la que mejor les funciona, empezando el 2019, Washington decide jugarse a fondo y anuncia sanciones contra PDVSA, la principal generadora de divisas para el país.
En esa lógica desestabilizadora, nombraron o hicieron autoproclamarse presidente a un personaje como Guaido, al que reconocieron inmediatamente, saltándose normas elementales del derecho internacional, sumando una cincuentena de gobiernos dóciles.
«La acción de hoy asegura que ya no puedan saquear los activos del pueblo venezolano», dijo sin ningún rubor John Bolton, consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca apenas perpetrado el ataque contra PDVSA.
La intención fue colapsar definitivamente la economía venezolana y asegurar mayor sufrimiento al pueblo para echar a Nicolás Maduro de Miraflores.
No se les ha hecho fácil a los halcones de la Casa Blanca. Gracias a una política de alianzas iniciada hace casi dos décadas por Hugo Chávez Frías, aliados importantes y potentes han ayudado a la sobrevivencia del proceso bolivariano.
En un mundo que va indeteniblemente al multilateralismo, Rusia, China, India, Turquía, Irán, potencias globales y regionales, han hecho saber que no quedarán impasibles ante este pretendido abuso del hegemón en crisis.
Pero el asedio no cesó. Tras lo de PDVSA, el hurto a Citgo, vino el gran apagón de varios días. Un apagón con cortes en el servicio de agua potable, comunicaciones y sobre todo una intensa guerra sicológica a través de chismes y rumores buscando un desborde popular y derrocamiento, ahora sí, de Maduro. Nuevamente se equivocaron.
¿Qué más debe pasar para salir de Maduro? ¿Por qué no cae? Se preguntan los enemigos del gobierno bolivariano.
Si aceptamos que Venezuela vive una guerra de nueva generación, guerra no convencional o guerra irrestricta, como quiera llamarse, deberíamos decir entonces que si Venezuela es una “amenaza inusual” el pueblo venezolano ha respondido a esta guerra irrestricta con una “resistencia inusual”.
Una resistencia alimentada en un ensalzamiento del valor y amor por la patria en la base del chavismo, un trabajo político de hace dos décadas. La consciencia que vacilar ante la amenaza externa es perder la patria para siempre. Las experiencias de Libia e Iraq así lo demuestran.
Una resistencia basada en la experiencia de combate en esta guerra no convencional, que manejan los responsables del gobierno chavista.
Una experiencia de combate que se fortalece en la convicción de sus objetivos e ideales. La experiencia de provocar y aprovechar los errores de sus adversarios.
Jugar con las debilidades de sus oponentes, es una virtud de todo estratega. Y la principal de los enemigos es su deficiente inteligencia. Veamos, ya está claro que el enemigo está en cenáculos de Washington, en la Casa Blanca, y allí hay cierta tendencia a subestimar al presidente Maduro.
Quizá porque la información que reciben es mala. ¿Quién les da la información? ¿Después de 20 años aún no han podido mejorar sus fuentes? ¿Será que no pueden descifrar aún la compleja impronta de Hugo Chávez en la idiosincrasia venezolana del siglo 21? ¿La astucia de la pelota caribe se impone a la de los gringos? ¿Subestimaron la fortaleza de las alianzas internacionales?
Algo de eso debe haber. Lo cierto es que la resistencia inusual se impone a la “amenaza inusual”. Lo cierto es que Nicolás Maduro, más allá de errores y dificultades, sigue el frente del estado venezolano.