Al referirse a la situación en Venezuela, el ex líder de los Pink Floyd, Roger Walters resumió efectivamente las intenciones y efectos de las medidas coercitivas y unilaterales impuestas por el imperialismo para debilitar la resistencia del pueblo bolivariano.
Digamos -escribió- que alguien está interesado en mi casa, pero que no puede comprarla porque no quiero venderla, ni alquilarla, ni prestársela. Entonces ese alguien “me encierra en la casa y no me deja salir para ir al supermercado, ni a la farmacia, ni al banco, y menos deja que me vendan repuestos para mi coche o moto, y además me cierra cuentas y tarjetas de crédito o de ahorro… Después de un tiempo, mi familia comenzará a desesperarse, alguien se escapará por la ventana… y afuera comenzará a murmurar que soy un inepto, que no puedo sostener las riendas de la casa y que soy un dictador que hace sufrir a su familia. Entonces, empezará a decir que el gobierno de mi casa está en crisis y que los vecinos están autorizados a intervenir y echarme con el pretexto de solucionar la crisis humanitaria de mi familia. Y nadie dirá que el verdadero objetivo es apoderarse de mi casa, y que por eso me han puesto en una situación tan crítica frente a mi familia”.
Una situación bien ilustrada en el transcurso de un seminario internacional con el título más emblemático: “Déjennos respirar”. Un lema gritado en las calles de todo el mundo para recordar la agonía del afrodescendiente George Floyd, asfixiado por un policía blanco en Estados Unidos. La misma asfixia impuesta a los pueblos a través de las medidas coercitivas unilaterales infligidas por Estados Unidos y sus vasallos, recordaron tanto el canciller venezolano Jorge Arreaza, como el dirigente del PSUV, Jesús Farías.
Como confirmaron varios expertos internacionales presentes en el seminario virtual, las denominadas «sanciones» constituyen verdaderos crímenes de lesa humanidad. Por ello, Venezuela ha denunciado por genocidio al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien ha endurecido las decisiones de Obama, ante la petición constante de parte de la oposición golpista venezolana que opera por cuenta de los EE. UU., y con el respaldo de la Unión Europea.
Con la habitual hipocresía, la UE se alimenta de la retórica sobre «diálogo, democracia y derechos humanos», acompañada de instituciones artificiales creadas para la ocasión -Grupo de Lima, Grupo de Contacto, etc.- para chantajear al gobierno bolivariano e imponerle un aplazamiento de las elecciones, que le deje el campo abierto a su autoproclamado títere.
Italia, que en la Comisión de Relaciones Exteriores de Montecitorio ha puesto en agenda la videoconferencia de representantes de Human Rights Watch, notoriamente adversos a Venezuela, en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha votado una resolución contra la Venezuela bolivariana: acompañando a personas como Jair Bolsonaro en Brasil, Sebastián Piñera en Chile e Iván Duque en Colombia, todos reconocidos «campeones» de los derechos humanos.
También se sumó a la votación la Argentina del progresista Alberto Fernández, lo que provocó un terremoto político, una serie de posiciones tomadas por organizaciones populares y la renuncia en protesta de la embajadora argentina en Rusia, Alicia Castro.
Las presiones sobre los países que dependen del Fondo Monetario Internacional para hacer frente a la crisis económica agravada por la pandemia, son gigantescas. Durante el último gobierno de Cristina Kirchner, en el período de la aspiración a una segunda independencia en la construcción de la Patria Grande soñada por Bolívar, la mandataria dio lecciones de soberanía en el transcurso de su discurso ante la ONU.
Y muchas veces mostró gratitud por la gran y desinteresada ayuda brindada por el entonces presidente venezolano Hugo Chávez a su país. Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado considerablemente. Venezuela, un país pequeño, pero rico en recursos y bien posicionado en el tablero de ajedrez internacional en el campo multicéntrico y multipolar, sigue siendo el enemigo a abatir.
Debilitado por 5 años de medidas coercitivas unilaterales del imperialismo que prácticamente han eliminado los ingresos por petróleo y oro del país, el gobierno bolivariano ha organizado una contraofensiva, presentando una audaz ley contra el bloqueo. El proyecto está provocando acalorados debates, en un contexto preelectoral ya animado por un enfrentamiento ideológico entre el Partido Comunista Venezolano, que decidió postularse solo el 6 de diciembre, y el Partido Socialista Unido de Venezuela: el partido gobernante, el más grande de América Latina, con más de 7 millones de carnetizados y carnetizadas.
Para el PSUV, se trata de diatribas electorales, tan engañosas como peligrosas por las formas exacerbadas que están tomando, y por los malentendidos que también pueden generalizarse en los movimientos de solidaridad internacional. Según el PCV, que ha decidido romper la alianza del Gran Polo Patriótico, se está produciendo un giro a la derecha hacia la «socialdemocracia».
El PSUV devuelve las acusaciones al remitente, defiende el trabajo de Maduro y considera el actual un cambio táctico inevitable para librarse del acoso, pero siempre manteniendo los principios. Un intento de cambio de rumbo para «mantener el modelo inclusivo» que avanzaba a pasos agigantados hacia la construcción del socialismo y que el imperialismo quiere detener a toda costa como «amenaza inusual y extraordinaria» para los pueblos de los países capitalistas, persuadidos de que no hay alternativas al capitalismo.
Mientras tanto, las propuestas que se presentarán al nuevo parlamento se están recogiendo en todas las estructuras militantes. La Asamblea Nacional Constituyente finaliza su mandato en diciembre, el 5 de enero se instalan los nuevos diputados, elegidos con un sistema electoral resultado de un acuerdo entre el gobierno y la oposición moderada.
Entre las propuestas constitucionales está la de establecer una segunda cámara, sin embargo constituida por el parlamento comunal, una especie de soviet permanente que representaría el sistema autogestionado de las comunas. Un ejemplo más de que no se ha abandonado el camino de Chávez. Por cierto, frente a una situación tan difícil que, por la coyuntura internacional y continental no se puede resolver con una confrontación frontal, vuelve al centro el tema de la táctica.
Un tema que siempre surge en las revoluciones, y que hoy parece más complicado en un contexto de globalización capitalista y hegemonía burguesa en los países más avanzados. Y aquí la pelota pasa a las y los revolucionarios que viven en los países capitalistas y que todavía no tienen la fuerza para construir una alternativa. Palabras al viento no sirven. Tampoco sirven estériles debates. Sirve una oposición anticapitalista y antiimperialista, visible y coherente, que enfrente las decisiones de los gobiernos europeos. Del lado de los pueblos que, como Venezuela y Cuba, quieren continuar decidiendo su propio camino.