Por Lorena Almarza
Poesía y revolución
Víctor Valera Mora, conocido como El Chino, hizo de la poesía un espacio para la agitación y la protesta revolucionaria, añadiendo a pulso y vísceras, perfectas dosis de vida cotidiana e ironía. Con su metralla lírica, este poeta trujillano, irrumpió, y retrató, sin panfleto, la realidad política y social que le tocó vivir.
Desde joven fue un ávido lector de Vladimir Maiakovski, Jacques Prévert, Walt Whitman, Vicente Huidobro y Pablo Neruda. A la par, fue un gran declamador, fanático de Benny Moré, de los Beatles y de los corridos mexicanos. De hecho fue gran admirador de la Revolución Mexicana, a la par que defendió la Revolución Cubana. Participó activamente en manifestaciones contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, organizó protestas y tomas callejeras, y a su vez, escribió y distribuyó, diversos documentos. Militó en el Partido Comunista y estuvo una temporada en prisión.
El Chino, amó la poesía, pero también boxear, nadar y lanzarse en clavados, jugar bolas criollas, maquinitas, dominó, cartas y también el ajedrez. Sus obras, en especial Amanecí de balas, fue considerado un libro subversivo. Cuentan que causó gran revuelo entre los jóvenes, quienes lo memorizaban y recitaban por todos lados.
En su homenaje, y con el propósito de fomentar la creación poética, se fundó en el 2005 el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora. En el 2006, su obra fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
Al pie de Los Andes
El poeta vino al mundo en Valera, un 27 de septiembre de 1935. Por allí cerquita, “La linda puerta que siempre ha estado abierta a la vida”, a la que Alí Primera cantó. Quizás por eso, El Chino se fue al combate desde la poesía y el amor.
Nació en cuna humilde, hijo de un obrero que murió de tuberculosis y una mujer agricultora. Estudió primaria en la escuela del pueblo y luego en el Liceo Santa María, en San Juan de los Morros. Allí conoció a los poetas guariqueños Ángel Eduardo Acevedo y Argenis Rodríguez, quienes lo vinculan a las letras y a los círculos de lectura, donde, entre Pablo Neruda, Antonio Machado y otros más, brotó su pasión por los libros y su alma guerrillera.
Estudios, poesía y fiesta
Culminado el bachillerato y con cientos de libros devorados, se vino a Caracas a estudiar sociología en la Universidad Central de Venezuela. Además de las aulas de clases encontró “Tierra de nadie”, un puñado de artistas, poetas y cabezas calientes como él, y los bares y cafés de Sabana Grande. Junto a Luis Camilo Guevara, Mario Abreu, Pepe Barroeta y Caupolicán Ovalles, con quienes fundó la mítica “Pandilla de Lautréamont”.
Se hizo sociólogo y dio clases en algunos liceos de Caracas, pero decidió irse a Mérida. En la Universidad de los Andes, lo recibió Salvador Garmendia, quien estaba a cargo de la Dirección de Cultura y dirigía la revista Actual. Pasado un tiempo se fue a Roma, hasta que se aburrió y volvió al país.
Ya en Caracas, empezó a trabajar en el Consejo Nacional de la Cultura, y sus lugares favoritos eran las oficinas de la Revista Nacional de Cultura, que dirigía Vicente Gerbasi, y de la revista Imagen, a cargo de Pedro Francisco Lizardo. A su vez, de la Gran Papelería del Mundo, la famosa biblioteca ambulante de Víctor Manuel Ovalles. Por cierto, fue Pablo Neruda quien dio ese nombre a la librería cuando la visitó.
Libros y amigos
En 1961, y gracias a la ayuda del maestro Mateo Manaure, publica La canción del soldado. Diez años después presentó Amanecí de bala, cuya edición y portada estuvo a cargo de Carlos Contramaestre, la presentación la hizo Salvador Garmendia y Jiménez Emán publicó una reseña sobre la obra en la Revista Nacional de Cultura. En 1972 presentó Con un pie en el estribo, y luego 70 poemas stalinistas, con el cual obtuvo el Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura en 1980. La portada de dicha obra y su edición fue realizada por Manaure, y la contraportada la escribió Jiménez Emán. Y así, entre poetas y artistas se dio una relación de camaradería y solidaridad, en medio de trago y conversas sobre literatura, militancia y vida.
Como obra póstuma se editó en 1994, Del ridículo arte de componer poesía, el cual recogió su trabajo entre 1979 y 1984.
El adiós
El poeta se nos fue el 30 de abril de 1984. Dejó sus versos revolucionarios, su palabra irreverente, y su búsqueda por un mundo de justicia e igualdad social.