Por: Richard Canan
La conmemoración del Día Nacional del Periodista está asociada a la fundación y circulación del primer número del Correo del Orinoco en el año 1818. Con su genialidad, Bolívar, Roscio y otros grandes visionarios crearon este medio de comunicación como herramienta para difundir las ideas, resoluciones y acciones de las fuerzas patriotas. Sabían cuál era su alta responsabilidad. Por eso Bolívar, con gran sapiencia señaló hace 200 años exactos: “Somos libres, escribimos en un país libre y no nos proponemos engañar al público”. Un primer gran referente sobre el peso e importancia de la veracidad en esa época.
Tremendo compromiso y tarea esta de informar. Más en estos tiempos posmodernos donde las Redes Sociales, con sus múltiples y diversas plataformas, han impuesto una redificación total que ha sacudido la forma de hacer periodismo, sobre todo en los medios tradicionales como la radio, la prensa escrita y la televisión.
Las Redes Sociales son, en primer lugar, multidimensionales. Son la conjunción del video, sonido y texto. Todo de manera simultánea. Están totalmente deslocalizadas, su alcance es planetario (cualquier “guerrero del teclado” puede incitar una revuelta sentado cómodamente a miles de kilómetros del centro del conflicto). Se han desarrollado con un espíritu de alta accesibilidad (aparente democratización), pues están disponibles para todos apenas con tener un teléfono móvil o una computadora con acceso a datos de internet. Las Redes Sociales también proveen algo extraordinario, han potenciado el concepto de la inmediatez en el flujo de las noticias y de las informaciones. Todo es en tiempo real.
En líneas generales esto es bueno. Es un avance para la humanidad.
Pero alerta. Alerta periodistas y comunicadores. Todo lo que tiene un lado positivo, también puede tener un lado negativo. La multiplicidad de actores conectados e intercambiando información es enorme. Nada más entre las 5 principales Redes Sociales hay más de 6.000 millones de usuarios o cuentas creadas (Facebook tiene 2.167.000.000, YouTube tiene 1.500.000.000, WhatsApp tiene 1.300.000.000, Instagram tiene 800.000.000 y Twitter tiene 320.000.000). Casi que hay más cuentas en Redes Sociales que habitantes en el planeta. Todos intercambiando información las 24 horas del día. Todas estas cuentas van adaptándose constantemente para seguir las principales preferencias y hacerlas tendencia. Las Redes Sociales facilitan el acceso a temas de interés que son construidos especialmente para cada usuario. Recordemos que las empresas detrás de las principales Redes Sociales, que en apariencia parecen gratuitas, son en realidad enormes fábricas de publicidad. Que procesan todo lo que buscamos, concentrando así millones de datos sobre el gusto cada usuario. En el caso de Google, parece que el buscador pensara por nosotros, que se nos adelantara predictivamente.
Ahora bien, entre tanto flujo de información, noticias y opiniones ¿Cuál se acerca más a la realidad? ¿Quién es la fuente más veraz? ¿Quién tiene el equilibrio suficiente para captar y representar de la mejor manera la información mostrada? Respondemos desde el campo de la sociología, estudiando a Peter Berger el cual señala en su texto “La Construcción Social de la Realidad” que “La vida cotidiana se presenta como una realidad interpretada por los hombres y que para ellos tiene el significado subjetivo de un mundo coherente”. Y señala que “La realidad se define socialmente, pero las definiciones siempre se encarnan, vale decir los individuos y los grupos de individuos concretos sirven como definidores de la realidad”.
Por la carga de subjetivación que lleva este hombre, es imposible que se presente ingenuamente, cándidamente ante la realidad, puro. En los estudios e investigaciones sobre sociología siempre se previene que todos llevamos nuestros propios “lentes” para ver e interpretar la realidad. Es decir, todos nuestros análisis llevan consigo una carga de premoniciones y juicios de valor. Llevamos a donde vamos la maleta llena de nuestra carga subjetiva de empatías, repulsión, amores, odio, sobre las cosas que nos rodean. Son nuestros valores y patrones culturales, que nos predisponen y nos llenan de adjetivos calificativos positivos o negativos sobre la realidad interpretada.
Advertidos de nuestra carga subjetiva, pasamos a un segundo elemento, un escalón superior. El Homo Videns, planteado por Giovanni Sartori, donde señala que “La capacidad simbólica de los seres humanos se despliega en el lenguaje, en la capacidad de comunicar mediante una articulación de sonidos y signos significantes, provistos de significado”. Esto abarca todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, estamos codificados y condicionados por la sociedad moderna para ser “videoconsumidores”. Teniendo siempre presente al Gran Hermano creado por George Orwell en su novela 1984, ya vivimos en una sociedad digital, donde todos somos vigilados y la información es controlada y siempre será susceptible de ser manipulada.
Para entender esto más claramente solo hay que analizar los últimos 50 años (desde la década de los 70), con la irrupción de la “videopolítica”. Sartori señala que “el pueblo soberano opina sobre todo en función de cómo la televisión le induce a opinar. Y en el hecho de conducir la opinión, el poder de la imagen se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea”. Ya decía con pasión el querido profesor Rigoberto Lanz: “Las palabras no son neutras”, llevan consigo un sentido, una intencionalidad, una carga subjetiva. De allí que los medios tradicionales y ahora las Redes Sociales, también sean vehículos para la desinformación. En palabras de Sartori, no solo “no informar poco (demasiado poco), sino informar mal, distorsionando”.
Y esto nos lleva al punto concreto y práctico de la desinformación. Casos de conflictos bélicos, políticos y sociales como los de Irak, Libia, Siria, Ucrania, Venezuela y ahora Nicaragua, donde a través de los medios de comunicación y las Redes Sociales se han “construido” versiones distorsionadas de la realidad para justificar bloqueos, bombardeos e intervenciones militares. Las Redes Sociales se han convertido en un medio para informar, pero también para desinformar y tergiversar.
Sartori utiliza un término que lleva al extremo la falta de escrúpulos y la inmoralidad de algunos gobiernos y sus medios aliados. Es el caso de “falsear las imágenes”. Es decir, en tiempos del Homo Videns, donde la imagen es fiel reflejo de una realidad concreta, de un suceso que está allí presentándose ante nuestros ojos. Pero que se descubre que no son más que una burda representación, una puesta en escena. Una manipulación de la realidad, generada de manera consciente, en laboratorios mediáticos, para estremecer nuestras sensibilidades y engañarnos.
El caso Nayirah es de los primeros engaños mediáticos de la historia moderna. En 1.990 una niña temblorosa de apenas 15 años declaró ante una Comisión de Derechos Humanos del Congreso de Estados Unidos sobre supuestas atrocidades de las fuerzas invasoras iraquíes sobre el reino de Kuwait. Ella informó que era enfermera voluntaria en el hospital Al-Addan y relató: “Cuando estuve allí, vi a unos soldados iraquíes con sus pistolas en la sala donde estaban los bebés en sus incubadoras. Sacaron los bebés de las incubadoras, se llevaron las incubadoras y dejaron a los bebés en el suelo frío para que muriesen. Indicó que 312 bebés fueron tratados así”. Esta declaración fue hecha pública en todos los medios y discutida en el seno de la ONU y hasta Amnistía Internacional la validó, justificando así parte de la ofensiva militar en contra de Irak. Sin embargo, se descubrió que su testimonio era falso. La denuncia no solo era mentira, sino que además Nayirah era miembro de la familia Real Kuwaití, hija del embajador kuwaití en los Estados Unidos. Este montaje se catalogó posteriormente como “corrupto, engañoso y poco ético”.
En el caso de Libia, en el año 2011, Al Jazeera transmitió supuestas imágenes en directo desde la Plaza Verde informando que ésta había sido tomada por rebeldes y que tenían detenido a un hijo de Gaddafi. La realidad era que las imágenes formaban parte de un montaje grabado en Qatar con complicidad de este gobierno. Todos eran actores profesionales disfrazados de rebeldes, contratados para engañar, para desmoralizar y confundir al pueblo libio.
En el caso de Ucrania (2013-2014), inspirada en las Revoluciones de Colores, ocurrió un levantamiento violento por parte de un grupo minoritario que exigía la incorporación inmediata del país a la Unión Europea. Las protestas culminaron con la expulsión del presidente Viktor Yanukovych luego de 93 días de violencia callejera, con la especial connotación de ser transmitida en vivo y directo (las 24 horas del día) a todo el planeta por medios occidentales. El documental “Winter On Fire” (financiado y auspiciado por Netflix), revela (con cámaras HD) todos los elementos de montaje, organización y planeación de la violencia callejera. Glorificando la toma violenta de espacios públicos emblemáticos (como la plaza Maidan), el uso y manipulación de niños y artistas para atizar la violencia (violinistas y pianistas incluidos), la utilización de armas de fuego y otros artilugios, como los escudos con símbolos de las cruzadas (todo copiado íntegramente por la extrema derecha neofascista venezolana en el año 2017).
En el caso de Siria, en el año 2017, se descubrió que un supuesto ataque con armas químicas en Guta Oriental, con más de 50 personas fallecidas, no era más que un montaje, “un simulacro” organizado por un grupo “humanitario” llamado Cascos Blancos (también tienen su documental financiado por Netflix, nada es casualidad) que recibe financiamiento del gobierno británico y de la nefasta Agencia de Estados Unidos Para el Desarrollo Internacional (USAID). Una simulación que en todos los casos engañó a toda la opinión pública mundial, siguiendo el guión de las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Husein que nunca aparecieron.
Estos casos son extremos y generaron gran conmoción. Pero es una fórmula que se repite en nuestra vida cotidiana, en todas las informaciones que recibimos de tan variadas fuentes. Por eso nuestra enorme responsabilidad como comunicadores y como periodistas para verificar y contrastar todas las informaciones y las noticias. Debemos combatir los Fake News, que es el término de moda. Develar la construcción de artificiosas tendencias que permiten la difusión de mentiras, de tergiversaciones y hasta campañas de odio.
La manipulación mediática es tan evidente que corporaciones como YouTube han iniciado su propia campaña para promover “El contenido de medios autorizados en su cruzada digital contra las fake news”. Pretenden crear un sistema para catalogar al “periodismo de calidad” y con ello certificar previamente que las noticias provienen de “fuentes acreditadas”. Suena como el Gran Hermano que, con su censura previa, nos dirá qué medios ver y cuáles noticias conocer.
El Sociólogo Pierre Bourdieu lo señala con claridad: “Los periodistas tienen unos lentes particulares mediante los cuales ven unas cosas, y no otras, y ven de una forma determinada lo que ven. Llevan a cabo una selección y luego elaboran lo que han seleccionado”. Mostrar cosas, ocultar otras, es un ejercicio reñido con la ética y el profesionalismo. Pero hay factores políticos y grupos empresariales dominantes que carecen de todo escrúpulo. La representación fidedigna de la realidad es posible. Nuestro deber como comunicadores es plasmar con equilibrio esa verdad. Esmerarnos por mostrar las cosas positivas, las cosas extraordinarias que se quedan solapadas o ya son cotidianas para nosotros.