Por Geraldina Colotti
El 23 enero de 1958, una insurrección cívico-militar obliga el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez a huir. El día anterior había habido una huelga general, en el momento máximo de un incremento de acciones organizadas por la Junta Patriótica, que estaba en la clandestinidad. En 1957, bajo la dirección del Partido Comunista de Venezuela, se formó una alianza que unió, junto con los militares progresistas, los principales partidos de oposición: AD, COPEI y URD. Todos tenían sus propias referencias en el país, y esto condujo a la participación de todos los sectores sociales y sindicales, y de la iglesia católica.
A principios de 1957, en el XIII Pleno del Comité Central del II Congreso del PCV, el entonces secretario general del partido, Pompeyo Márquez, había resumido los objetivos del levantamiento popular, que deberían haber incluido una amnistía y el regreso «a un Gobierno constitucional respetuoso de los derechos de los ciudadanos y de las libertades democráticas «. Un gobierno en el que nadie «sea procesado, detenido, expulsado o asesinado por sus ideas políticas».
El 13 de mayo de 1958, los estudiantes dieron la “bienvenida” al vicepresidente de los Estados Unidos, un país que había dado asilo al dictador Jiménez, al grito de «Go Home, Mr. Nixon. Regresen a casa, Sr. Nixon», e intentaron impedirle que honrara al Padre de la Patria, manifestando en frente del Panteón Nacional.
Había otra atmósfera el 23 de enero de 1959, cuando Fidel Castro llegó a Caracas representando a la revolución cubana, victoriosa sobre la dictadura de Fulgencio Batista. En la plaza de El Silencio fue recibido por más de 100.000 personas. Al día siguiente se reunió en la Universidad Central de Venezuela (UCV) con una multitud de estudiantes que habían venido a la Ciudad Universitaria. Esos mismos estudiantes que, junto con el entonces rector ,Francisco De Venanzi, habían sido los protagonistas de grandes manifestaciones contra la dictadura y habían instado al gobierno venezolano a apoyar públicamente a la revolución cubana. Ese día también estuvo presente el poeta Pablo Neruda quien, antes de leer el Canto a Bolívar, que dedicó a Fidel, le dio al Comandante cubano el título de Nuevo Libertador de América.
Fidel pronunció entonces un discurso histórico anticolonial que concluyó así: «… Esperamos que el destino de Venezuela y el destino de Cuba y el destino de todos los pueblos de América sea un solo destino, porque basta ya de levantarle estatuas a Simón Bolívar con olvido de sus ideas, lo que hay que hacer es cumplir con las ideas de Bolívar «.
Pero se necesitaron otros cuarenta años para que estos ideales fueran propuestos nuevamente en forma concreta por la revolución bolivariana, dirigida por Hugo Chávez. Después de la derrota de Marcos Pérez Jiménez, los objetivos de la Junta Patriótica fueron desviados por los intereses del imperialismo, lo que llevó al pacto de Punto Fijo y la exclusión del actor principal de ese cambio unitario, el Partido Comunista.
El presidente de la Junta Patriótica, representante del partido URD, que en ese momento también tenía un papel público reconocido como cronista político, se llamaba Fabricio Ojeda. A mediados de 1962, su coherencia lo llevará a tomar las armas, junto con ese sector de la URD que decide participar en la lucha armada. El PCV ya había elegido la ruta de las armas el año anterior y, en 1960, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) nació de una fracción de AD. Fuerzas que influirán en dos insurrecciones cívico-militares que, el 4 de mayo y el 2 de junio de 1962, afectarán respectivamente a las guarniciones de Carupano y Puerto Cabello, y por estas razones pasarán a la historia con el nombre de Carupanazo y Porteñazo.
En 1963, se crearon las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). La unión cívico-militar se consolida en la lucha armada. Una característica común a casi todos los frentes guerrilleros, a partir del FLN, brazo político de la izquierda. Los escritos de Fabricio Ojeda, quien murió bajo tortura en las «democracias» de la Cuarta República, dan consistencia teórica a la unión cívico-militar, que se implementará en la revolución bolivariana.
Es oportuno recordar la historia en esta semana decisiva y simbólica por la Venezuela bolivariana. Es bueno recordar a los jóvenes que no han experimentado las consecuencias nefastas de esa «resistencia traicionada». Es bueno recordar la historia a aquellos que, viviendo en un presente sin memoria, se dejan engañar por los ladrones de símbolos, que actúan bajo falsas banderas.
Las derechas venezolanas quieren tomar posesión del 23 de enero, convirtiendo a Trump en liberador y Maduro en dictador. Intentan volver a poner a los militares bajo el signo de Bolsonaro y la Escuela de las Américas, la escuela de la tortura de la CIA. Hablan de «amnistía». Pisotean el sacrificio de Livia Gouverneur y de todos los estudiantes que dieron su vida por la verdadera libertad (la que se conjuga con la justicia social) celebrando la picazón de Hollywood de los niños de la burguesía; o de aquellos niños del pueblo adoctrinados al consumismo, que serán enviados a la matanza por un puñado de dólares, como sucedió durante la violencia en las calles llamada «guarimbas».
Marcos Pérez Jiménez fue el último dictador en la historia de Venezuela. Sin embargo, pudo haber tenido un segundo, Pedro Carmona Estanga, presidente de FEDECAMARA. En abril de 2002, el pueblo tuvo la última palabra, volviendo a la silla al presidente que había elegido, Hugo Chávez. Apoyaron a Carmona los mismos sectores que ahora apoyan al Sr. Fulano La Nada, presidente del Parlamento en desacato que llama a la invasión armada de su país. Recientemente, también los industriales del sector manufacturero, Conindustria, que incluye alrededor de 2.500 fábricas, se han alineado para una «transición» basada en el modelo que llevó a la destrucción de Libia.
Para Trump y sus amigos, Venezuela, que ha devuelto en esperanza concreta a la palabra socialismo, es la quintaesencia de todos los males, obviamente originarios de Cuba, como se recita en un video rabioso y delirante Luis Almagro, Secretario General de la OEA. Incluso Nicaragua debe «arreglarse» porque, según el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, «se está convirtiendo en una segunda Venezuela».
Para Tajani y para esa Unión Europea acostumbrada a hablar con la lengua bífurcada, Venezuela «merece» una democracia «real». No la democracia «participativa y protagónica» que ha llevado al país a estar entre los menos desiguales del continente, sino a la “democracia” modelo del FMI, el de crecimiento en beneficio de unos pocos.
Es fácil comprender por qué si un país rico en recursos como Venezuela elige intentar un camino diferente, favoreciendo a los sectores populares, se convierte en un peligroso precedente que debe ser cortado.