«mis canciones son pedacitos de alegrías por aquí, y pedacitos de tristezas por allá ¿y porque no? de los guayabos también. No tengo necesidad de buscar en libros, ni escuchar una canción para hacer mis versos, en ocasiones hasta me asusto, porque las letras me vienen con música incluida y miro a la Virgen y le pregunto ¿Madre, tú me estas soplando?»
Así lo conocí
Cada vez que había una actividad especial en mi Colegio, allí estaba el coro presente. Semanas antes comenzaban los ensayos y nos dedicábamos con entusiasmo para cantar como “ángeles”. El día de la presentación, yo me sentía especial, tanto, que hasta dejaba que mi mamá me peinara.
Luego de la bienvenida a los padres y representantes, y con el corazón latiendo fuerte, arrancaba el coro de muchachitos y muchachitas. Noches larenses y Como llora una estrella, eran impelables. Y si estábamos en diciembre, Cantemos, Cantemos, Niño lindo, entre otras parrandas y aguinaldos, donde tampoco faltaban, El Poncho Andino y la hermosa Luna decembrina.
Entre canto y canto, aprendí a amar la música de mi tierra guara y de mi bella Venezuela. Así conocí a Otilio Galíndez, y con el pasar de los años, como miles de personas, me adueñé de Caramba, Flor de Mayo, Mi tripón, Ahora y otras más.
Hoy puedo confesar, que cada vez que las escucho, se me enciende una llamita en el pecho. Otras veces, la emoción se me desborda por las orillas de los ojos. Lo cierto, es que la música de Otilio, siempre me hace feliz.
De tierra yaracuyana
Vino al mundo en el mes de la navidad, un 13 de diciembre de 1935 en Yaritagua, estado Yaracuy. Su madre, doña Rosa Felícita, costurera y bordadora, fue quien cultivó su interés por la música, pues siempre estaba cantando y tarareando. El mismo Otilio contó que incluso solía cantarle canciones del siglo XIX.
Como cualquier muchacho de pueblo creció correteando iguanas, trepando árboles, tumbando mangos y recorriendo los montes cercanos. A los ocho años se vino a Caracas. Vendió billetes de loterías y fue limpiabotas. Al cumplir los dieciocho se inscribió en el Servicio Militar y empezó a componer sus primeras canciones, las cuales descartó porque según él, “no tenían melodía ni poesía”.
Pero llegó 1957, para el poeta, un año muy significativo, “como si hubiese nacido otra vez”, según comentó, pues “empezó a escuchar música buena”, a saber: a Alfonzo Ortíz Tirado, Enrico Caruso, Marío Lanza y a Juan Arvizu”. A su vez, ingresó en la Universidad Central de Venezuela a trabajar como mecanógrafo en Control de Estudios, e inmediatamente se incorporó en el Orfeón Universitario. Para Otilio, “el Orfeón fue una gran experiencia”, en la cual, todos los regaños del maestro Antonio Estévez valieron la pena.
Música amorosa
En su música está lo hermoso y sencillo de nuestro pueblo, el amor, la alegría de la navidad, la lluvia, el río crecido, el rayito de sol colándose entre las ramas de un árbol frondoso y sobre todo, los pequeños milagros que a cada rato suceden, pero que solo él, Otilio Galíndez, con su alma sensible y amorosa podía valorar y hacerla canción.
Sus canciones navideñas, aguinaldos y parrandas, se conocieron primero, pero pronto este virtuoso yaracuyano nos entregó valses, bambucos, galerones, pasajes, joropos y tonadas. Quienes lo conocieron destacan la sencillez del maestro, su sonrisa amorosa, y sobre todo su entrega y pasión por crear música para su patria.
Alfredo Sadel, Morella Muñoz, Simón Díaz, Jesús Sevillano, Lilia Vera, Cecilia Todd, Fabiola José e incluso Mercedes Sosa, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, han interpretado sus obras. De igual modo, la mayoría de las corales del país lo tienen en su repertorio.
Entre muchos aportes, Otilio, poeta y músico, desarrolló una gran labor educativa en la coral de CADAFE y conformó el Parrandón Universitario. En el año 2001, fue galardonado con el premio Nacional de la Cultura, mención Música, y siempre sostuvo que “el mejor homenaje, era el número de veces que sus canciones fueron grabadas”.
¡Seguimos celebrando tu canto, maestro Otilio!